jueves, 3 de septiembre de 2015

FUGITIVOS Y DESAMPARADOS

    Miles de personas desamparadas pugnan por encontrar  un lugar al sol en esta Europa de por sí atribulada. Son personas de toda condición, con estudios y sin ellos, amas de casa, jóvenes y adultos, todas lanzadas a una épica aventura de final impredecible. La foto del cadáver de Aylan Kundi, un niño sirio de tres años, tirado en una playa, nos pone ante la cruel realidad, ante los hechos de esta civilización agónica.
      Me sobrecogen las manifestaciones de xenofobia, los cálculos según los cuales toda esa gente tendrá que irse por donde ha venido, el “no hay para todos” de los autosatisfechos, me enfurecen los sarcasmos a raíz de que paguen a los mafiosos su billete a la nada  (¡como si fueran ricos, como si fuese posible huir a ciegas!), me repugna la idea de que hay que distinguir entre los aspirantes a figurar como refugiados políticos y los que han llegado hasta aquí por una motivación económica, a los que  pretenden deportar sobre la marcha.
     Del hecho de que muchos  quieran llegar hasta Alemania se deduce que no luchan por sobrevivir sino por instalarse en el paraíso, los muy listos. Este razonamiento me saca de quicio. Como los fugitivos tienen mal aspecto, resulta que hay europeos opinantes  que los consideran pura chusma y que en lugar de apiadarse sienten aversión.  (El mismo mecanismo le servía al doctor Goebbels para fijar la idea de que los judíos no eran humanos.)
     Me asquea que la vieja Europa se gaste muchísimo más dinero en sembrar de cuchillas y puestos de control las fronteras que en atender a los refugiados. Me asquean las negociaciones en curso, cicateras y abstrusas. Me irrita en lenguaje, la neolengua despreciable que habla de emigrantes, no de fugitivos, como sería decente. Me irrita que los responsables de responder humanamente a este éxodo pongan más cuidado en no hacer ni decir nada que se pueda entender como “efecto llamada”, que en cumplir sus obligaciones morales. Y encima, estos responsables se las dan de sorprendidos, como si no se hubieran percatado de que el año pasado el Mediterráneo se cobró la vida de 2.500 personas. Ya han logrado que defender a los fugitivos por encima de cualquier consideración monetaria sea mal visto, como cosa de idealistas y blandengues. Me da asco que se hagan cálculos electorales para sacar tajada de   la "invasión".
     Me repugna que se culpe a los fugitivos de haber llegado hasta aquí. Resulta que ante su sola presencia, los cínicos de siempre, secundados por  la manada bienpensante, soslayan las causas del éxodo. Esto me revuelve las tripas.
     ¿Cómo es posible que tantos europeos cultos y semicultos pasen por alto la tremenda responsabilidad de Europa en la devastación de las patrias y los suelos de estas personas que vienen huyendo a la desesperada?
    ¿Cómo se puede ser tan imbécil como para creer que se pueden bombardear países enteros, que se puede inutilizar la forma de vida de millones de personas, que se puede incitar a la discordia, poner a la gente entre obediencias incompartibles, con riesgo para su vida, sin causar una huida masiva? ¿A quién le puede sorprender que aparezcan por aquí gentes cuyas vidas han sido rotas a bombazos en Afganistán, Irak, Libia y Siria? ¿A quién la llegada de africanos, cuyas tierras han derivado en espacios de reservados a la rapiña multinacional, incluida la europea?
    Lo que está ocurriendo es una consecuencia de los usos brutales del neoliberalismo, en sí mismo un arma de destrucción masiva.
     En teoría, esto debería servir no solo para sacudir las conciencias sino también para cambiar el modus operandi de la civilización occidental. Pero me temo que no ocurrirá, que no se hará nada para que los fugitivos puedan regresar pronto a su tierra con total seguridad. Temo que se improvisen más campos de concentración. Temo que aumente la presión sobre los ciudadanos europeos, en plan Cameron, para que no puedan proteger a ningún forastero.
     Temo que la tragedia vaya a más, porque la criminal lógica subyacente no permite esperar otra cosa.  Ojalá me equivoque, pero, cuidado, porque a la devastación provocada por la guerra y la rapiña, se están sumando ya los primeros golpes del cambio climático, claramente visibles en el espacio africano. Lo que ahora presenciamos, me temo, es solo un botón de muestra de lo que va a venir. Los expertos pronostican múltiples éxodos de millones de personas. Espero que por lo menos seamos capaces de admitir que tal como sean tratados los actuales fugitivos seremos tratados nosotros  y nuestros hijos y nietos. Está claro: o humanismo o barbarie.  

martes, 25 de agosto de 2015

EL CASO TSIPRAS

    La trágica rendición de Alexis Tsipras ante el chantaje de los bárbaros del norte ha helado la sangre a la izquierda europea, a partir de ese preciso momento condenada a una nueva división frente a un enemigo que actúa al unísono y en plan apisonadora. Acostumbrémonos, que por un lado tendremos a quienes consideren al señor Tsipras un simple renegado y por el otro a quienes parecen estar decididos a enterrarse políticamente con él por una solidaridad fuera de lugar.
    Entre los exponentes de la primera tendencia, tenemos, por ejemplo, a Varufakis, que ya tildado de traidor a Tsipras (con matices, eso sí), y a quienes han decidido abandonar Syriza para crear un nuevo partido. Entre los de la segunda, a los que  le apoyan a ojos cerrados, convertidos en pruebas vivientes de que “no hay alternativas”.  
    Las réplicas del terremoto griego se han dejado sentir, cómo no, en España. Mientras el establishment se felicita por la capitulación de Tsipras, muy oportuna en términos electorales, la izquierda sufre  la aludida división.
   Lo más significativo es, a mi juicio, la actitud de los máximos dirigentes de Podemos, que han afirmado contundentemente que Tsipras hizo lo que debía, de lo que se deduce que ellos habrían hecho exactamente lo mismo. Al parecer, Pablo Iglesias y los suyos pretenden, a la vez, tranquilizar al establishment, apoyar al socio descalabrado y dar muestras de responsabilidad y centralidad, objetivos sumamente irritantes desde la óptica de cualquier izquierda que se precie.
    Hace unos días le oí decir a Teresa Rodríguez que habrá que contar con cierto “temblor de rodillas” en momentos cruciales, en referencia a las enseñanzas del caso Tsipras. Y ya le ha caído  desde las alturas un patético correctivo, según el cual el fracasado político griego es un auténtico león [sic]...
    Y leo en un artículo de opinión que Teresa Rodríguez incurrió en una “gansada”. Conste que ella no dijo (y yo estaba allí) que sus propias rodillas no fueran a temblar…  Simplemente, llamó la atención sobre las duras realidades e instó, no sin simpatía, a sobreponerse a futuros temblores. Es evidente para mí, además, que no tuvo intención de hacer leña del árbol caído. De modo que de “gansada”, ni media.
    Por mi parte, creo que a nadie se le puede ocultar que hay un antes y un después de la claudicación de Tsipras, a quien ahora vemos metido en la penosa huida hacia delante y ya de camino a una felonía que hará historia.
     Es triste, porque la historia precisamente le dio a este hombre la ocasión de ser recordado como un héroe y reclamado como tal. A mi juicio, debió dimitir  (no digo pegarse un tiro o saltar por la ventana) antes de firmar, y por supuesto, negarse rotundamente a emprender esta impresentable huida hacia delante. Con ello le habría hecho un gran favor a Grecia, a Europa, a la Democracia y a todos los que deseamos plantarle cara a la presente dictadura del capital. La división es entre colaboracionistas y no colaboracionistas, esto sí que lo ha dejado bien claro el señor Tsipras, el enésimo político que le ha salido rana al sufrido votante de izquierdas.

lunes, 10 de agosto de 2015

CON HIROSHIMA Y NAGASAKI EN LA MEMORIA

    Hace setenta años dos ciudades japonesas, Hiroshima y Nagasaki, fueron arrasadas por sendas bombas atómicas. Desde entonces, al llegar estas fechas, se pide en todos los idiomas la renuncia a tales armas, sin resultado.
     En estos momentos hay unas 15.000 cabezas nucleares, más que suficientes para destruir el planeta no una sino varias veces, evidencia que no se puede encajar en una visión de progreso digna de tal nombre. Las masacres que ahora evocamos proyectan su maligna luz sobre nuestro presente y sobre el futuro, sin que podamos consideradas un asunto pasado o ya maduro para el olvido.
    No fue una sorpresa menor descubrir que Japón estaba en trance de rendirse cuando fueron lanzadas esas primeras bombas atómicas sobre objetivos netamente civiles, preservados intactos hasta ese momento con la siniestra finalidad de dejar bien clara la superioridad destructiva de las nuevas armas. También fue escalofriante descubrir que el objetivo  primordial fue hacerle saber a Stalin que debía quedarse quieto.
    Conocidos los entresijos de la decisión de lanzarlas, la publicitada teoría que las pinta como un “mal necesario” encaminado a salvar vidas de soldados norteamericanos ha caído en el descrédito, al menos por lo que se refiere al círculo de los estudiosos del tema. Es más, ya no parece posible inscribir tales bombazos en la lista de los hechos de guerra propiamente dichos. El mismísimo general McArthur dejó constancia de que eran “completamente inútiles desde el punto de vista militar”.  Ni se dude de que el viejo santo Tomás los hubiera considerado inmorales.
     Creo que lo ocurrido en Hiroshima y Nagasaki nos obliga someter a un concienzudo peritaje los cimientos morales de la civilización, cosa que desgraciadamente no se hizo al término de la II Guerra Mundial. La victoria sobre el III Reich y sobre su asociado japonés no permitió ir al fondo de la cuestión. La victoria había hecho buenos a los Aliados y por lo visto no es nada fácil sustraerse a la lógica de la guerra total, inscrita en el ADN de nuestro tiempo a despecho de las amables apariencias.
   ¿Acaso no se echan de menos unas palabras de arrepentimiento? Que Estados Unidos tuviera en su mano la posibilidad de elevarse moralmente por encima de todos sus enemigos, por el simple procedimiento de abstenerse de usar la bomba atómica, y la desdeñase olímpicamente, para después festejar sus efectos con bochornosa algarabía, esto debe ser motivo de reflexión.
    Obligados a filosofar después de Auschwitz y del Gulag, estamos también obligados a hacerlo después de Hiroshima y Nagasaki. No vaya a ser que estemos bajo el maligno imperio del mismo poder criminal que atribuimos a Hitler y a Stalin, sospecha que se cierne pesadamente sobre nosotros.
    Visto el panorama, no es un asunto de patrias y banderas. Estamos, me temo, ante un problema de civilización. Resulta que más allá de las lindas palabras, el ser humano carece de valor. Si tiene la desgracia de cruzarse en el camino del poder, no vale nada. El maltrato a los inocentes, del que hoy somos testigos constantemente, implica una reviviscencia de Auschwitz, pero también de los crematorios de Hiroshima y Nagasaki.
   Eso de atacar países o bombardear ciudades so pretexto de neutralizar a un par de individuos odiados, como ahora se hace, ¿tiene algo que ver con la superioridad moral?  ¿Se puede pasar por alto que los neoliberales tienen entre pecho y espalda la misma porquería intelectual que alentó Hitler, la milonga del “darwinismo social”?
   Alambradas, cuchillas, torres de vigilancia, murallas, “campamentos para refugiados”, hambreados, muertos de hambre, emigrantes a la desesperada, “daños  colaterales”, bolsas de miseria, poblaciones esclavizadas, un Auschwitz posmoderno en Guantánamo, todo esto adquiere un sentido preciso a la luz de lo acontecido en Hiroshima y Nagasaki. Bien podía estar en fase de construcción un gulag planetario, comparado con el cual las criminales ambiciones imperiales japonesas y alemanas fueran asuntos menores, horrores localizados. Confío en que seamos capaces de impedir tamaña locura antihumana, una artera repetición. 

lunes, 3 de agosto de 2015

RESPUESTA A UN LECTOR

    Un lector me reprocha mi “radicalización”. De mi afirmación de que a raíz del caso griego me he visto obligado a dejar en suspenso mi filiación socialdemócrata, deduce que me he vuelto comunista al antiguo modo (no privándose de recordarme los horrores de Stalin y de Pol Pot, a ver si me echo atrás). ¿Y si lo veo todo negro para mejor  engolfarme en las profecías de Marx sobre el final del capitalismo? ¿Y si soy un intelectual pesimista, imposible de contentar?
    Este lector tiene razón en lo de mi radicalización. El caso griego, tan trágico, sobrevenido tras años de cultivar yo la esperanza de que las altas autoridades económicas entraran en razón, ha tenido el efecto de una revelación: la socialdemocracia no funciona ni funcionará en este contexto; es impotente por inadecuación al medio y no por la miseria moral e intelectual de sus capitostes actuales, como yo quería creer, como si esta bastase para explicar su fracaso.
     Me  harté de soslayar lo obvio: la socialdemocracia no nació para hacer frente al capitalismo salvaje. Nació cuando el capitalismo estuvo dispuesto a hacer concesiones significativas (concesiones que jamás habría hecho si solo hubiera tenido que enfrentarse con esta versión blanda del socialismo).
    Como el capitalismo ha vuelto a sus orígenes salvajes, no le queda otra opción a la izquierda que volver a los suyos, a cara de perro además. Salvo que quiera atenerse al papel que le han asignado los salvajes, que no es otro que el de cómplice de la barbaridad en curso. Tal es mi punto de vista en estos momentos.
   Al capitalismo vigente le corresponde una respuesta anticapitalista tan actualizada y refinada como seamos capaces de concebir, pero desde ahora mismo decidida. ¡Ya está bien de soportar la milonga thatcheriana de que no hay alternativas! La economía debe ser sometida a los intereses de la humanidad y punto.
     Dicho lo cual, debo añadir, para tranquilidad de mi corresponsal, que no debe ver en mí un admirador de Stalin o de Pol Pot. Soy,  por encima de todo, un humanista. Esos personajes me repugnan tanto como a él. A lo que debo añadir que los primates del capitalismo salvaje me inspiran no menor repugnancia.
    Aunque mi corresponsal no lo crea, hay un comunismo humanista, hay un socialismo humanista, hay un anarquismo humanista e incluso un liberalismo humanista, como hubo, mal que le pesase a Althusser, un Marx humanista, como hay, por cierto, un cristianismo humanista (pregúntele al papa Francisco lo que piensa del sistema económico). En esos espacios, si me busca, podría encontrarme. De esos humanismos saldrá la economía del futuro, si es que lo hay.
    No le doy más pistas. Pero me permito añadir que, entre las tareas pendientes de la izquierda figura, en primer lugar, y su carta me lo recuerda, la de quitarse de encima de una vez por todas el sambenito de ser tan inhumana como sus enemigos capitalistas. Y nada más sencillo, porque canallas como Stalin y Pol Pot no representaron ni entonces ni ahora a toda la izquierda, por mucho que lo publicite el establishment  con la impagable ayuda de unos nostálgicos completamente ajenos al sentir de la izquierda progresista.
     En cuanto al futuro, admito que no las tengo todas conmigo y que entiendo que me considere un pesimista si es, como sospecho, un ciudadano bienpensante, capaz de hacer buenas hasta las mentiras, que quiere creer que él no tiene nada que temer de la progresión de la Bestia neoliberal.
    La  terrible crisis planetaria causada por la Bestia está siendo aprovechada por ella misma de la manera más alevosa para imponernos un modelo de sociedad clasista y criminal. Lo que no deja mucho margen para la esperanza.
     Si nada la frenó en el punto de partida ni tampoco al derrumbarse la pirámide de Ponzi en que nos había metido, si continúa su galopada, ¿por qué iba a detenerse ahora, siete años después, cuando ya ha conseguido que los pueblos desprevenidos paguen la factura de su juerga global y alzarse con nuevos beneficios estratosféricos?
    No ignoro que la humanidad ha sido capaz de sobreponerse a la barbarie en varias ocasiones, siquiera relativamente, como ocurrió, por ejemplo, al término de la Segunda Guerra Mundial, y por eso mismo me estremezco. ¿Hasta qué punto tendrá que llegar ahora el sufrimiento antes de que se consolide un cambio de mentalidad que deje sin aire a la Bestia, antes de que se genere un significativo cambio a mejor?
   En buena ley, el ciclo neoliberal debería estar agotado y sus rapsodas  con el rabo entre las piernas. Pero no. De modo que queda mucho sufrimiento por delante. La manera en que se provocan y tratan los problemas, sean puramente económicos o geoestratégicos y económicos no permite hacerse ni la menor ilusión (piénsese en Afganistán, Irak, Libia y Siria, por ejemplo, medítese sobre la socialización de las pérdidas como modus operandi ).
   Ojalá que la humanidad encuentre la manera de sobreponerse a tanta barbarie, pero no puedo ignorar que el tiempo trabaja en contra.  Se ciernen sobre nosotros tremendos problemas ecológicos y la Bestia sigue adelante sin inmutarse.
    Mi admirada Naomi Klein cree que, quizá, la magnitud del desastre ecológico que se nos viene encima a consecuencia del cambio climático y de la tóxica fijación a los combustibles fósiles podría dejar fuera de juego a la Bestia neoliberal,  bajo cuya demencial dirección vamos  en línea recta e irreversiblemente hacia un infierno.
   Hasta puede venirnos bien topar con los límites ecológicos,  cree ella,  en orden a resolver de una tacada el problema del calentamiento global y el horror de la desigualdad  y la pobreza, y claro que la acompañaré en esta esperanza, hasta donde me sea posible. Me fío de su criterio, del criterio de las buenas gentes y de los científicos que no se han dejado sobornar, pero del poder establecido no me fío un pelo. Lo considero capaz de cualquier barbaridad. Pedirle que frene, venirle con razonamientos morales y llamadas a la cordura está tan fuera de lugar como lo estuvo en el caso de Hitler, dicho sea en plan clínico.

lunes, 27 de julio de 2015

LA RAZÓN POPULISTA COMO ESPEJISMO

    Podemos reitera que no es “ni de izquierdas ni de derechas”, repite que la dialéctica izquierda/derecha es asunto superado. Esta originalidad no es baladí, pues separa a Podemos de quienes se sienten de izquierdas, y empieza a escamarme.
    Deduzco que  Pablo Iglesias se ha tomado realmente en serio eso de no ser de izquierdas ni de derechas. Al principio, me pareció una arriesgada argucia electoral encaminada a constituir un partido atrápalo-todo, a hacerse querer  por los despistados votantes del centro, en aplicación del abecé de la sociología electoral. (Arriesgada, porque la posición de un partido no la define él solo. También depende, y a veces decisivamente, de la posición que le atribuyan sus adversarios y sus propios militantes. Siendo obvio que Podemos ha quedado inscrito en el lado izquierdo, como radical además).
    Ahora me inclino a creer que si algo tiene esta anomalía de argucia electoral, tiene mucho más de principio ideológico de máxima significación. O Pablo Iglesias no habría rechazado de ese modo a Alberto Garzón y a todos los símbolos de la izquierda. Si se ha atrevido a desconcertar de paso a sus propios seguidores debo pensar que la cosa tiene mucha importancia para él.
    A mí me suena mal eso de “no ser de izquierdas ni de derechas”.  Me  suena a franquismo, a fascismo, a falangismo.  Una cosa es que la gente del 15-M se hiciese eco de esa fórmula (por estar rechazando simultáneamente al PSOE y al PP), otra cosa es que ciertos  posmodernos la usen por creer que hemos arribado al fin de la historia, y otra muy distinta que tal sea la referencia de un partido  que aspira a gobernar. De modo que ahora necesito pruebas para no considerar insano este planteamiento de Podemos.
    Intrigado, tentado estoy de atribuir esta excentricidad a la influencia de Ernesto Laclau, un pensador enrevesado, capaz de entretejer, no sin originalidad, los hilados de Gramsci, Althusser y Lacan (lúcido aquel, muy liantes estos dos).  Considerado un posmarxista (no se bien lo que es), Laclau ha influido en la izquierda latinoamericana de los últimos tiempos y no es sorprendente que Iñigo Errejón le hiciese objeto de su tesis doctoral. No es un autor menor. Otra cosa es que su pensamiento sea adecuando a nuestras particulares circunstancias.
     A diferencia de lo que hoy se estila, la visión que tiene Laclau del populismo no es negativa. Entiende que el populismo, en un grado u otro, forma parte de la acción política, en todo momento, como estamos viendo ahora mismo (por ejemplo, cuando el PP  y el PSOE se sacan de la manga una serie de medidas “populistas” de última hora). Hay, claro es, un populismo revolucionario, el que más le atrae, y otro conservador. Los  análisis de Laclau se han basado, sobre todo, en la versión peronista del populismo, un caso de libro.
     El populismo peronista hizo acto de presencia, como otros, en una sociedad donde la dialéctica izquierda/derecha no había rendido ningún fruto en orden a la redistribución de la riqueza, donde el sistema político era inútil, una simple mascarada al servicio de la oligarquía, donde la izquierda de toda la vida  se había empantanado víctima de la represión, donde había un abismo entre ricos y pobres. Y surgió como novedad, por encima de la vieja política, dispuesto a trascender aquella dialéctica, abarcándolo todo, y a la vez obligado a ello por los furibundos ataques recibidos desde los dos lados del campo de juego político. De allí su pretensión totalizante, a partir de la supuesta centralidad que se atribuía a sí mismo.
    No se hablaba de clases, sino de ricos y pobres, de oligarcas y descamisados, donde estos términos eran a todas luces exactos. Las viejas etiquetas ya no valían. Perón se sacó de la manga su justicialismo, con la creatividad que Laclau atribuye a estos movimientos en el plano de los dichos. ¿Comunismo, socialismo? No, no: ¡justicialismo!  De puertas para afuera, Perón hizo fortuna con su “tercera posición”, ni con la URSS ni con los Estados Unidos.
    Cabe ver la influencia de Laclau en la renuncia a expresarse en términos de izquierda y derecha, en la acuñación de la oposición pueblo vs. casta, en una nueva forma de hablar, en la renuncia a viejos dichos y símbolos, e incluso en cierta vaguedad de propósitos, típica de los populismos.
    Las preguntas espinosas se remiten a lo que el pueblo decida en su momento.  Se da por supuesto que todos los que oponemos a la casta vamos  o debemos ir en el mismo barco, en lo que anida una voluntad de alcanzar la hegemonía, unida a la razón populista (conceptos este y aquel centrales en la obra de Laclau). Todo esto es muy interesante, pero no le veo la utilidad en nuestro caso.
    Es cierto que aquí el sistema ha traicionado el bien común, como en la Argentina de finales de los años 40. Ahora bien, hecha esta constatación, se terminan los parecidos. En aquel país y en aquel entonces la divisoria entre ricos y pobres era brutal  e insalvable, no había asomo de cohesión social, etc. Puede que lleguemos a esa situación, pero todavía no hemos llegado, con lo que basta para dar por no aplicables las sugerencias de Laclau sobre la formación de un poder hegemónico de corte populista.
    En un viejo post afirmé que en la España actual no hay populismo a la vista, digan lo que digan los publicistas orgánicos del establishment. Y es que no lo creo posible. El nacimiento del peronismo obedeció a circunstancias irrepetibles.
   La combinación de los carismáticos Perón y Evita no es de las que se repiten, tampoco de las que se fabrican a voluntad.  Además, no se puede pasar por alto que el populismo peronista pudo desenvolverse porque Perón sumó la legitimidad emanada de las urnas al liderazgo de las fuerzas armadas, es decir, se hizo con la totalidad del poder efectivo, sin el cual nada hubiera podido hacer contra una oligarquía intratable.
    Pablo Iglesias tiene un carisma indudable, pero solo el que corresponde a nuestro tiempo y lugar, donde los liderazgos a la Perón o a la Chávez no son bien vistos. Si intentase abusar de él, a buen seguro que toparía con una repulsa creciente dentro de sus propias filas. Y  téngase en cuenta que está llamado a actuar en un Estado en el cual, por imperfecta que sea la separación de poderes, no podría hacer lo que le viniera en gana, por muy de su parte que creyera tener a la razón populista de Laclau.
     El esquema populista basado en un simple y llano “pobres contra ricos” no podría funcionar en la España de hoy como funcionó en la Argentina de Perón o en la Venezuela de Chávez. Aunque las cosas van de mal en peor, todavía hay millones de españoles que tiene algo que defender, un trabajo, un pensioncita, un pequeño bar, algo, con el correspondiente miedo a perderlo y la inevitable resistencia a dejarse llevar por la razón populista, algo que les inspira pavor, de lo que se aprovecha el establishment.
   Y hay un dato más, a mi juicio fundamental, que cierra la puerta a un movimiento populista en nuestro país. Y es que la Argentina que confió su destino a Perón era un país inmensamente rico, que vendía trigo y carne a espuertas, a un mundo medio muerto de hambre. El chavismo, por poner otro ejemplo, tuvo su petróleo. ¿Qué tenemos nosotros?  Hace falta un país rico para que el populismo pueda hacer valer su poder, para que pueda crecer desde el primer día.
    Desde el primer momento, Perón pudo hacer y convencer porque tenía dinero (lo mismo que Chávez). En cuanto las arcas se vaciaron, su régimen sucumbió. Y si el crepuscular peronismo encarnado en la señora Kirchner pudo frenar a los acreedores y hacerse querer con medidas sociales de corte populista, la explicación la encontraremos en la riqueza de aquel país, justo en lo que a nosotros nos falta.
    Mucho me temo que la influencia de Laclau  puede contribuir a desorientar a Podemos, y de rebote a todos. Esto por no recordar que, en su necesidad de alcanzar la hegemonía para no verse a los pies de los caballos, Perón dio lugar a una formación dotada de facciones de izquierda radical, de centro, y de extrema derecha, esto es, a un guirigay que solo él, carisma, demagogia y dinero mediante, sabía “manejar”.  No creo que un artilugio así interese a nadie por estos lares.
     Y no dejaría de parecerme una ironía cruel de la historia que a estas alturas ciertos  ingredientes del peronismo, para colmo entresacados de los académicos y enrevesados libros del profesor  Laclau, confundiesen la mente de la izquierda española, como confundió y mareó Perón a la izquierda de su país, no una sino varias veces… Aquí de lo que se trata es de arreglar, refundar, actualizar o relanzar la izquierda, no de renegar de ella en plan genialoide.

martes, 21 de julio de 2015

UNA LECCIÓN DEL CASO GRIEGO

   Los esfuerzos de Grecia por alcanzar un acuerdo sensato dentro de los esquemas oficiales han concluido con una rendición humillante y fatídica para los griegos, obligados a renunciar la última esperanza de salir del pozo que les quedaba.
   De acuerdo, nada; de solución, nada de nada. Ha sido un Diktat en toda la regla. El país y sus moradores, a subasta, sin porvenir. ¡Y en Europa!
    El no de los griegos a ese Diktat criminal y los intentos negociadores de Tsipras y Varufakis, basados en la creencia de que todavía rigen los valores de la vieja Europa y en la suposición de que las altas instancias del planeta no pueden estar locas de remate,  han servido para constatar cómo se las gastan los matones que rigen nuestros destinos. En ellos no hay asomo de racionalidad, ni de compromiso con el bien común, ni de humanitarismo.
    Como se recordará,  Varufakis llegó a afirmar que intentaba “salvar al capitalismo de sí mismo”.  Contaba pues con la quijotesca esperanza de que la crudeza del caso griego motivase una excepción que terminase por servir de límite al capitalismo salvaje, un primer paso hacia su caída en desuso en todo el ámbito europeo.  Los hechos demenciales y antihumanos de ese capitalismo hablaban por sí mismos, y quizá había llegado el momento de poner fin a su hegemonía con el auxilio de sus propios valedores, supuestamente alarmados ante el curso de los acontecimientos.
    Varufakis contaba, en efecto, con la posibilidad de que justo ahora se diesen los primeros pasos hacia la moderación del capitalismo salvaje, los primeros intentos de embridarlo, de retrotraerlo a las coordenadas anteriores a su reposición. No tenía intenciones rupturistas, pretendía encontrar un virtuoso término medio, una solución no traumática. Los matones le dieron con la puerta en las narices, ya decididos, por anticipado, a dejar al pueblo griego en los huesos.
   Me pregunto a cuántos europeos socialdemócratas nos chafó la nariz ese portazo que Varufakis recibió en la suya. Claro que Varufakis no es Roosevelt, de quien se ha dicho que salvó el capitalismo, ni los matones entienden, a estas alturas, de qué va eso de salvar al capitalismo de sí mismo. Pero había que intentarlo, por no haber una opción no traumática a la vista, contando también con el hecho de que Grecia no es un país rico. Y él lo intentó, a mi juicio meritoriamente.
    Pero otra cosa sería repetir el intento.  El portazo ha venido a cargarse una remotísima esperanza que algunos europeos albergábamos en el fondo del la corazón: la de que milagrosamente prevalecieran, en el último momento, las razones de humanidad y cordura que considerábamos propias de la Europa escarmentada por dos guerras mundiales y depositaria de los altos valores de la civilización.  Y de eso, nada.
   De modo que, en último análisis, debemos a la rectitud de Varufakis  y al valiente no de los griegos una dolorosa lección histórica, una aclaración a la que ya no cabe resistirse. Ni el capitalismo quiere ser salvado, ni nos compete a nosotros salvarlo. La remota esperanza, perdida está.
    Es evidente que los socialdemócratas europeos, hechos a pensar en tiempos templados, nos habíamos olvidado de cuál es la esencia del capitalismo, torpeza que estamos pagando con creces.
    El portazo en forma de Diktat ha sucedido tras una larga sucesión de barbaridades. La reposición del capitalismo salvaje viene de lejos. Reléase La doctrina del shock, de Naomi Klein. Complétese la lectura con un repaso de los casos recientes. Para vomitar.
   Lo de Grecia es una repetición, lo de Europa es una repetición. Véase la secuencia, y hablaremos de una continuación, de un crescendo monomaníaco. La Bestia neoliberal va a toda máquina, insensible a las advertencias de Krugman, Stiglitz, Roubini, Piketty y demás sabios sometidos a un régimen de escalofríos.
   ¿En qué quedó aquello de refundar el capitalismo tras el derrumbe de la pirámide de Ponzi planetaria en el 2008? En que los mismos responsables de la locura fueron llamados a arreglar el desaguisado. Se impuso la idea de aprovechar la confusión y el miedo  para transferir a los pueblos desprevenidos el montante de la juerga,  la de aprovechar la crisis para liquidar la singularidad europea en materia social,  la de terminar de abatir las fronteras para mejor apoderarse de los bienes ajenos. La Bestia no frenó, aceleró.
   No entienden los economistas ilustrados que se prolongue el austericidio (como si a su ciencia se le pasara por alto su artera función instrumental, de dominio sobre los más débiles). No entienden que no se haga nada para atemperar la locura, pero lo entiendan o no, da igual.  Ya pueden ellos proponer reformas inteligentes en el último capítulo de sus libros críticos que nadie  les hará el menor caso. El portazo en las narices de Varufakis ha disipado cualquier duda al respecto. Y ahora vienen los misteriosos TTIP y el TiSA… Suma y sigue, cuando ya estamos metidos en una catástrofe humanitaria global y en puertas de un desastre ecológico de proporciones incalculables.
    Visto lo visto y tras el portazo a Varufakis, se da uno de bruces con una evidencia insoslayable: la operatividad de la socialdemocracia ha quedado brutalmente cuestionada, como si toda ella hubiera sido puesta fuera de juego por la historia. Me duele decirlo, pero no me quiero llamar a engaño. Ya no estamos ante un simple desgaste, ante la deriva neoliberal de unos socialdemócratas de tres al cuarto, de unos paquetes como Hollande o Schulz, ante unos renegados o vendidos, tipo Tony Blair. No, la cosa es más grave.
     La socialdemocracia está funcionando en el vacío. Pero no de manera inofensiva: crea falsas esperanzas y complace a los matones una jugada tras otra, encantados de disponer de una fuente auxiliar de legitimidad para la comisión de cualquier atrocidad que se les pase por la cabeza. En el mejor de los casos, es un colector de nostálgicos e ingenuos; en el peor, una fábrica de cómplices por activa o por pasiva.
     La socialdemocracia despuntó como opción cuando el capitalismo dio algunas muestras de autocontención, al topar con sus dificultades y con las realidades sociales. De hecho, pudo funcionar  y suscitar esperanzas de progreso cuando del otro lado había interlocutores, estadistas que grosso modo entendían algo de historia y poseían un mínimo de sensibilidad social o, al menos, ganas de aparentarla. Con matones, chantajistas y ventajistas neoliberales no funciona en absoluto, como se ha demostrado en el caso Varufakis (el único socialdemócrata serio y respetable del que se ha tenido noticia en los últimos tiempos).
    De modo que es la propia relación de los socialdemócratas con el capitalismo la que debe ser revisada de pies a cabeza, sin contemplaciones, sin esperanzas ingenuas, en nombre de la humanidad. Habrá que desempolvar a los viejos maestros, que pensaron cuando el capitalismo era tan salvaje como hoy, y proceder a las actualizaciones de rigor. Tal es la lección que el caso griego me impone a mí. Si el capitalismo ha regresado a sus orígenes salvajes, mi  querido pensar socialdemócrata no pinta nada. 

martes, 14 de julio de 2015

GRECIA: EL TRIUNFO DE LA BESTIA

   Tras el no de los griegos, la capitulación de Tsipras.  La Bestia neoliberal venció, como era de temer. Era mucho pedir que Grecia, ella solita, se saliese con la suya, con un acuerdo sensato, encaminado a satisfacer dos mandatos incompatibles, el servicio a los acreedores y el de proteger al pueblo griego contra la galopada nihilista de los amos de Europa.  Por lo visto, da igual que se sepa que la deuda griega, en parte odiosa, es tan impagable como la nuestra.
     Varufakis ha dado testimonio de que sus interlocutores no se atenían a razones, que ni siquiera se tomaban el trabajo de escucharle, que iban a lo suyo, a tiro  fijo. Paul Krugman, Joseph Stiglitz, Thomas Piketty y Jeffrey Sachs estaban pidiendo a gritos una solución sensata, con visión de futuro, con eso que antes se llamaba “sentido europeo”. Y se han visto tan cruelmente defraudados como Tsipras y Varufakis.
    Los griegos se ven obligados a apurar el cáliz del austericidio hasta sus últimas consecuencias, por la vía de un chantaje que, a no dudar, irá in crescendo.
     Pero hay un antes y un después de la capitulación griega. Cuando los primates de la Comunidad Europea nos vengan con palabras tales como solidaridad y responsabilidad, ya sabremos a qué atenernos con solo recordar su insolidaridad brutal y su nulo sentido de la responsabilidad histórica en el caso griego.
     Bien claro ha quedado que les gusta conceder préstamos a terceros con ánimo de engordar las arcas de sus empresas y bancos. Bien claro está que les encanta posesionarse de las riquezas de un país y someter a explotación a sus habitantes según una lógica neocolonial tan vieja como repugnante. Bien claro ha quedado que no les importa destruir a un gobernante y al entero sistema político de un país, con tal de salirse con la suya. De demócratas no tienen un pelo.
     Esos primates consideran  muy razonable pagar las  enloquecidas juergas propias y las de los peces gordos con el trabajo presente y futuro de los pueblos. Les parece normal socializar las pérdidas y emprenderla sistemáticamente contra los más necesitados de protección, niños, parados, enfermos y ancianos.  ¿Se avergüenzan de ello? No, desde luego. Estos personajes no sienten  lo que antes se llamaba temor de Dios y carecen de compromisos éticos laicos. Son simples aprendices de Maquiavelo rebozados en el viejo darwinismo social. El pardillo europeo que se tenga creído que esos salvajes le dispensarán un trato mejor que a los griegos, no tardará en llevarse un susto de muerte.
    Y hay un antes y un después, por cuanto la catástrofe humanitaria de Grecia ha sido cargada ya sobre los hombros de Alemania, lo que se presta a asociaciones mentales muy desagradables, malos recuerdos, especialmente dolorosos en el caso de los griegos, que todavía están esperando las reparaciones por “aquello”. ¿Hemos de pensar que lo alemanes se han sacudido de encima ciertos complejos, que vuelven a las andadas? ¡Habrá quien lo piense, desde luego!
    Al parecer los primates europeos han querido dar una lección a todos, también a Francia, en la cabeza de los griegos, en estricta aplicación del manual del chantajista.
     De momento, han conseguido que sean los países más endeudados los que se hayan mostrado más duros con Grecia, coreando su acción. Pero como todo esto es una insensatez, no se ha tenido en cuenta que, visto lo visto, uno no puede uno sentarse a negociar con tales chantajistas con la esperanza de hacer valer la razón y el humanitarismo. El caso griego ha enseñado que una actitud tan sensata no conduce a ninguna parte. El próximo gobierno que decida defender a su pueblo de los depredadores empezará por no sentarse a la mesa. Y es que se ha sacado la conclusión de que Tsipras se ha quedado corto, por confiar en los valores de una Europa que ya no existe.