martes, 9 de diciembre de 2014

LA PROSTITUCIÓN DEL ESTADO DE BIENESTAR


     Desde hace  tres décadas los predicadores neoliberales se han dedicado a denostar al Estado en cuanto tal. Incluso, hablaron de reducirlo hasta el punto de que fuera posible “ahogarlo en una bañera”, siempre en nombre de la “libertad económica”.
     De más está decir que, en realidad, nunca se les pasó por la cabeza liquidar el Estado. Se trataba de conquistarlo y de reducirlo simple maquinaria de extorsión y dominación al servicio de los peces gordos, lo que, por otra parte, siempre formó parte de su esencia.
   El grueso de la artillería neoliberal cayó sobre el Estado de Bienestar o Estado de Servicios. Este fue tildado de Estado-Niñera, de vampiro burocrático y antieconómico, de  fábrica de holgazanes. De su historia y su razón de ser, ni una palabra. Se ha predicado el bulo de que fue un invento de tiempos de vacas gordas, una forma de enterrar en el olvido que en Gran Bretaña se puso en pie en tiempos de vacas muy flacas (como en España). Ni siquiera es casual que no se hable de “Estado de Servicios”, por ser de mayor efecto hablar de “Estado de Bienestar”; en tiempos malos bienestar suena a país de Jauja, a cosa insostenible que pide a gritos unas tijeras o un hacha.
    Siempre se pasa por alto que entre los beneficiarios del viejo  Estado de Servicios debemos contar no solo al los trabajadores y los pobres.  También fue de gran ayuda para los empresarios y banqueros, en condiciones de operar sin tener que hacerse cargo de todos los gastos de sus trabajadores y directivos, familias incluidas. Hechos los cálculos, los empresarios y los banqueros de ayer comprendieron que salían ganando si contribuían al desarrollo del Estado de Servicios en el plano económico y, lo que era vital, en el plano social, no fuera una revolución a estallarles en la cara.
    A mediados de los años setenta del pasado siglo, los peces gordos se hartaron del invento. Ya no querían pagar su parte. El proyecto de ir mejorando el Estado de Servicios como parte del progreso fue arrojado a la papelera de la historia. Por un lado, porque ya no era tan fácil hacer negocios facilones a gran escala (shock del petróleo, competencia de países libres de grandes gastos militares como Alemania y Japón);  por otro lado,  porque los tiburones se habían llevado una sorpresa muy desagradable para ellos. Los progresos realizados en el plano de la cohesión social por medio del Estado de Servicios,  no tenían por resultado, como ellos habían esperado, unas  sociedades conformistas.
     En efecto, los tiburones se toparon con la evidencia de que los pueblos relativamente bien educados y bien servidos y atendidos querían más y no menos, como querían más libertad. De modo que había que meterlos en cintura por las malas, provocando un regreso forzoso al encuadre hobbesiano, ricardiano, maltusiano y espenceriano. En cuanto se vio que la Unión Soviética se venía abajo, cuando esos caballeros ya no le vieron ninguna utilidad a tener “en libertad” las mejores escuelas y hospitales, los mejores servicios públicos, dieron el carpetazo a lo social sin el menor escrúpulo. Sin miedo a las consecuencias (los tiburones no son historiadores, ni sociólogos ni estadistas). Y en ello estamos, ya avanzado el proceso, conducente a la restauración de una desigualdad lacerante, digna de épocas que creíamos felizmente superadas.
    Ya pisoteado el contrato social, rotos todos los frenos morales, estos caballeros remataron la jugada: ahora el Estado está a su servicio. Del Estado de Bienestar de pasados tiempos hemos pasado al Estado de Servicios para los Grandes Banqueros, Especuladores y Empresarios. Si sumamos las subvenciones, terrenitos,  facilidades, bonificaciones, descuentos,  si sumamos las aportaciones de los ciudadanos a estos vampiros por medio del Estado, descubriremos que lo que era una niñera se ha convertido en una vaca. Los pobres y la clase media se quedan con un poquito, a modo de consolación,  y los peces gordos se llevan la parte del león.  Hoy los tiburones arramblan con el grueso del “dinero social” disponible, sudado por la gente hasta la última gota, y encima con el dinero todavía virtual que esta pobre gente y sus hijos y nietos ganarán el  futuro… Como el nuevo Estado pertenece a los tiburones, dado que la iniciativa les ha sido gentilmente cedida, nada tiene de extraño que se construyan aeropuertos sin aviones o que hayan saqueado Bankia. Lamento dejar constancia de que nos escandalizamos ante lo que en este fase histórica es absolutamente normal.
     Por no hablar de las formidables ayuditas que recibía la duquesa de Alba, tómese como referencia la chapuza de Castor. Ahora resulta que durante los próximos treinta años los consumidores de gas tendrán que pagar casi cinco mil millones de euros, temblando de frío si es preciso. Los genios del fracasado negocio se van de rositas, con los bolsillos llenos. Resulta que el Estado no puede hacer nada frente al drama humano de los desahucios, nada por los niños españoles hambrientos, nada por lo que se mueren de frío, pero sí por los locos de Castor.
    Si unos banqueros hacen locuras, adelante, las pagaremos entre todos, exprimidos por el Estado, al que en realidad nadie pensó en ahogar en una bañera. Ya se encargan los tiburones neoliberales de mantenerlo a pleno rendimiento, como ente socialmente irresponsable pero necesario para ejecutar su política de tierra quemada, necesario como avalista, como garante de los contratos leoninos, como simpático donante, como encubridor de absurdos, como cobrador de impuestos al honrado trabajador y como brazo armado. Si al Estado de Servicios de ayer se le acusó de ser una antieconómica fábrica de holgazanes, al nuevo, al servicio de los tiburones, se me permitirá que lo defina como fábrica de dementes, chapuceros y malvados, incalculablemente más caros y dañinos para el conjunto de la sociedad.
      Las diatribas neoliberales contra el Estado, envueltas en promesas de gran prosperidad, surtieron efecto, como es sabido. Se dijo que las empresas públicas no podían funcionar satisfactoriamente por “carecer de dueño” [sic!]. Ola de privatizaciones, todas trileras,  Iberia, Repsol y Telefónica, etc. Ya va quedando poco. Ahora les toca el turno a los ferrocarriles, a AENA, al agua, en el mismo plan. Y como queda poco, ya no se habla de liquidar el Estado de Servicios: a la chita callando se procede a privatizarlo por partes.  
     Desde las cárceles hasta el registro civil, desde los hospitales a las universidades y los paradores de turismo, hay de todo, muy atractivo para tiburones de todos los tamaños, locales o extranjeros, con nombre propio o con nombres misteriosos inventados para la ocasión. Así aparece una constructora en la recogida de basuras de Toledo. No es extraño que los trabajadores de los servicios privatizados tengan salarios bajísimos y un porvenir incierto. De sus patronos solo cabe esperar que presten atención a los beneficios, que suban los precios, que bajen los salarios, que se quiten de encima todos los compromisos molestos y que aprovechen las ayuditas de la administración con ellos compinchada. El resultado es la prostitución del Estado de Bienestar, un negocio seguro.
    No hace falta ser un genio para saber que esa prostitución irá a más, sin dar nunca la cara como lo que tiene de robo y de atentado masivo contra el bien común. Su irreversibilidad será claramente establecida en el todavía secreto Acuerdo de Libre Comercio e Inversiones EEUU/UE.  No es un problema exclusivamente español. ¿Qué hace Goldman Sachs invirtiendo en el principal presidio de Nueva York? Ahora los genios del emprendimiento son todos iguales. ¿Problemas en África? Ya se luce el señor Gates con su fundación caritativa, y de paso les impone a sus ayudados las bondades de Monsanto. Es el paso siguiente. En lugar de justicia, caridad, pero no la que antaño obedecía al temor de Dios o al buen corazón, sino otra caridad, de increíble retorcimiento y bajeza.

    

miércoles, 3 de diciembre de 2014

GLOBALIZACIÓN Y DESNACIONALIZACIÓN

     En 1947 Harry Truman declaró que el sistema capitalista norteamericano solo podría mantenerse en el tiempo y evitar las repeticiones del  crack de 29 si se hacía mundial; era prioritario, dijo, poner coto a los impulsos nacionalistas, un obstáculo para ese plan y, por lo tanto, “una amenaza para la paz” (la amenaza era, en realidad, la suya). Lo que llamamos “globalización” viene de más atrás, del siglo XIX, pero las palabras de Truman fueron su consagración como proyecto a largo plazo de la potencia hegemónica.
     Dicho y hecho. Estados Unidos aplastó todos los brotes de nacionalismo económico, todos los intentos de anteponer los intereses de los pueblos a los intereses transnacionales. Recuérdese de qué manera fueron derribados el guatemalteco Arbenz, el iraní Mossadeg, el indonesio Sukarno y el brasileño Goulart. Recuérdese el asesinato de Lumumba. El argentino Illia fue depuesto por los militares en cuanto se vio su intención de poner límites a los empresarios del petróleo. Estas cosas ocurrían en el Tercer Mundo, lejos de la conciencia del Primero, durante los “fabulosos años” que siguieron al fin de la guerra mundial. La destrucción de Salvador Allende data del fin de ese período (1973). Luego vendrían los “accidentes” de aviación de  Jaime Roldós y Omar Torrijos. Horrores lejanos desde la óptica de las clases bienpensantes. Pero ya le llegaría la hora a Europa. El democristiano Aldo Moro  fue asesinado antes de que pudiese hacer efectivo un entendimiento con los comunistas. La caída de Gorbachov y su sustitución por Yeltsin, peón del neoliberalismo, estaba cantada.
     En definitiva, los líderes que intentaron anteponer los intereses de sus respectivos pueblos a los intereses de la potencia hegemónica y de las élites locales a ella asociadas  siempre acabaron mal. En cambio, los peones favorables gozaron de apoyo mediático, económico y militar sin límites, incluso cuando recurrieron al terrorismo de Estado puro y duro (Suharto, Pinochet, etc.). Por ser poco condescendientes con los intereses de la potencia hegemónica, Milosevic, Sadam Hussein y Gadaffi  fueron  objeto, ellos y sus pueblos, de “bombardeos humanitarios”, ya sabemos con qué resultados. Todo ello según el mismo guión.
     Lo de ahora es una continuación, a lo grande, sin rebozo ni máscara.  Pero sospecho que Truman se quedaría perplejo ante el curso de los acontecimientos. Él hablaba de Estados Unidos en primera persona, y no creo que imaginase que la desnacionalización que imponía a los demás como plato único llegaría a imponerse, neoliberalismo mediante y a la chita callando, a su propio país, donde ya hay gente que no se puede pagar ni el agua.
    Todavía vemos a Estados Unidos como gran protagonista de la historia, sin advertir que sus verdaderos protagonistas desprecian los intereses del pueblo norteamericano. Este pueblo es uno más entre los pueblos caídos en las manos de las empresas transnacionales, los especuladores y los banqueros. Ya decía Marx que el dinero no tiene nacionalidad. Los norteamericanos de a pie lo están experimentado en sus propias carnes.
    Cualquiera que se devane los sesos con la política exterior norteamericana de las últimas décadas se ve en la necesidad de reconocer que no hay manera de entenderla si se prescinde de esas fuerzas privadas, desprovistas del menor compromiso social. Si el complejo militar industrial científico quiere guerra, habrá guerra, a crédito, a costa de las buenas gentes. La comida de los soldados y la limpieza de las letrinas se privatizan, como las cárceles. ¡Adelante con los faroles! Si unos banqueros sin escrúpulos han vendido basura, se los rescata y luego se les confían los resortes económicos del país.
     Truman podía pensar que su agenda serviría a los intereses del pueblo norteamericano,  receptor de la riqueza planetaria, pero los hechos han demostrado su error de cálculo. La clase media norteamericana, la gran obra de ingeniería social de los años de la posguerra, ya ha sido destruida. Los salarios han caído, la desigualdad se ha disparado, el Estado federal ha sido esclavizado por unos mafiosos.
    Ahora les ha toca morder el polvo a los diversos nacionalismos europeos, cuyas elites están entregadas al servicio de esas fuerzas transnacionales.
     Nadie habría imaginado que tras “el milagro alemán” millones de alemanes fuesen a caer en la precariedad, como así ha ocurrido ante nuestros ojos a cámara lenta pero en pocos años. De los británicos ya se ocuparon la señora Thatcher y el señor Blair. La  Unión Europea es a estas alturas un engendro de ocupación al servicio de la élite transnacional. En España, la democracia, tardíamente conseguida, pasará a la historia como una concesión política para ocultar la mano de una desnacionalización sin precedentes, digna de un país tercermundista de los más tirados.
   En el mundo resultante ni los norteamericanos ni los europeos, sean alemanes, italianos, griegos, franceses o españoles, valen en cuanto tales para sus gobernantes, salvo como sujetos de masiva explotación o de maltusiana  exclusión. Al mismo tiempo, toda la artillería mediática bate con furia contra la sola idea de nacionalismo, para lo cual se echa mano de los malos recuerdos de las viejas guerras patrióticas, con tal estruendo que no deja oír la menor crítica contra esta manera de entender la globalización, publicitada cínicamente como una protección contra tales guerras, ya que no contra las que ahora se libran por el petróleo y los intereses privados.
    Si no pasas por el aro, te reventaremos; si pasas con una sonrisa y trabajas "en la dirección del capitalismo salvaje”, te untaremos. Así se acabó simultáneamente con la socialdemocracia y su variante democristiana, así se redujo a los sindicatos a una caricatura de sí mismos, así se redujo a marionetas a varias generaciones de políticos y de jefes de Estado. Y vamos, no se le podía pedir al señor Felipe González que fuese de la madera de Palme o de Allende..., tampoco a Venizelos u Hollande.
    Ni se te ocurra sacar a relucir los principios internacionalistas de la Ilustración ni la Declaración Universal de los Derechos Humanos, indispensables para una globalización digna de tal nombre, incompatibles con esta forma de rapiña. Se pide de ti que celebres la desigualdad, que revuelvas el caldero de lo particular, de lo étnico, de lo religioso; se pide de ti que repitas  los mantras neoliberales, vengan o no a cuento, se te pide que sacrifiques todos los valores humanitarios en el altar del dinero apátrida.
    Aquí el problema no es si los españoles o los griegos van a soportar más recortes, todos ellos de intenciones pésimas. ¿Los va a soportar la humanidad? Esta es la gran pregunta, seguida de la pregunta acerca de qué son capaces de hacer con la pobre humanidad los que nos han conducido este callejón sin salida. A juzgar por estos, la civilización está acabada, putrefacta. A juzgar por las buenas gentes, no. 

jueves, 27 de noviembre de 2014

PODEMOS, LA IZQUIERDA Y LA DERECHA

A Cayo Lara le desagrada que Podemos haga gala de ambigüedad en lo tocante a su posición en el espectro político. Pablo Iglesias ha dicho que su ADN personal es de izquierdas, pero  no lo hace extensivo a Podemos. El nuevo partido pretende trascender la dialéctica/izquierda derecha, un enfoque trasnochado según nos cuentan. Hay al respecto una diferencia significativa entre IU y Podemos.
    Entiendo el recelo de Cayo Lara, y lo comparto. Norberto Bobbio decía, a mi juicio con razón, que un partido no puede ser a la vez de izquierdas y de derechas. Creo que en algún punto de su trayectoria Podemos se topará con esta evidencia insoslayable, en forma de crisis interna o de ataque exterior.
    A mí no me gusta esta ambigüedad. Por razones teóricas y pedagógicas, pero también por los malos recuerdos que me vienen a la cabeza cuando alguien me  suelta “no es de izquierdas ni de derechas”, por ser precisamente esta la fórmula de Hitler, de Franco y de José Antonio  Primo de Rivera. 
     Con motivo del 15-M fui sorprendido por algunos jóvenes que no se sentían ni de derechas ni de izquierdas, nunca supe si por devociones posmodernas, por haberse tomado en serio lo del fin de la historia, o simplemente por tener asociada la izquierda al PSOE y la derecha al PP. En fin, me dije, da igual que el 15-M no se sitúe formalmente en la izquierda como movimiento de indignación, como expresión multitudinaria de una voluntad de cambio, expresión en la que caben las más distintas sensibilidades; además, no todos mis interlocutores andaban en las mismas. Pero el problema me lo platea Podemos como partido llamado a ocupar un sitio en el espacio político.
     Detrás del lema “ni de izquierdas ni de derechas” siempre se agazapa, a juzgar por la experiencia, una oscura voluntad de hacerse con la hegemonía, una voluntad incompatible con una sociedad abierta y con un sistema de partidos variado y funcional. Es el lema que conduce a los sistemas de partido único. Con estas cosas no se juega, y más vale que Podemos se ande con cuidado, para no desbocarse y también para ejercer la función pedagógica que corresponde a la alta responsabilidad que va camino de asumir.
      Claro que no es mi propósito prejuzgar a Podemos, todavía en fase de construcción. Sería injusto atribuirle las culpas de otros o embutirlo por anticipado en un esquema, como hacen sus enemigos. Además, reconocidas las preocupaciones precedentes, no dejo de dar vueltas al fenómeno, topándome con elementos de juicio que  no se pueden pasar por alto en estos momentos de emergencia. Como observador estoy obligado a contemplar el cuadro desde todos los ángulos.
     Por ejemplo, la ambigüedad que irrita a Cayo Lara y a mí tiene todas las trazas de obedecer a una toma de conciencia por parte de los dirigentes de Podemos en lo que se refiere a su electorado seguro y a su electorado potencial. Estaríamos ante un simple reajuste del lenguaje en función de los hábitos imperantes en esos segmentos, es decir, ante un caso de pragmatismo o de demagogia, según el observador, siendo obvio por lo demás que solo tendría derecho a protestar el no demagogo (espécimen desconocido en el juego político actual).
     Los sinsabores electorales de IU parecen haber sido tomados como lección. Y el resultado es espectacular. 
    Sería absurdo pedirle a Podemos que actúe en función de un repertorio ideológico cerrado y coherente, pues es de sobra sabido que quien lo haga se quedará, urnas mediante, en un rincón. Como es sabido también que,  para ganar unas elecciones, hay que conquistar a los votantes del centro, esos votantes que siempre se le han resistido a IU, los que “deciden” según los técnicos en la materia.  
   Todo indica que los dirigentes de Podemos aspiran a que sea lo que se entiende por un partido “atrápalo todo” (al precio de fastidiar a los puristas).  ¿Tiene sentido reprochárselo? ¡Los dos partidos del turno con los que debe competir funcionan en ese registro y no serán vencidos por quien se abstenga de incurrir en esa estratagema tan vulgar como eficaz! ¿Acaso podríamos exigirles a unos estudiosos de la política que prescindan de su saber en aras de una pureza suicida? 
    Mucha gente que no se siente representada por la derecha no se atreve a declararse de izquierdas por razones históricas, siendo de lo más práctico prescindir de la etiqueta y dejar en segundo plano a los componentes de Izquierda Anticapitalista, obviamente inhabilitados para la conquista del centro. Como es práctico insistir en que aquí se enfrenta el pueblo contra la casta. Así planteadas las cosas, se pueden dejar en el armario los fantasmas evocados por la lucha de clases, sin incurrir en demagogia alguna porque no se engatusa a nadie. El enfrentamiento entre pueblo y casta extractiva es real, no un invento de ocasión.
     Por lo demás, hay que tener en cuenta la pesada inercia histórica: de alguna manera este país sigue dividido en dos por la línea de separación marcada por la Guerra Civil. Y podría ocurrir que la ambigüedad de Podemos sirviese para desactivar los reflejos condicionados a la hora de votar. ¿Una listeza de Podemos, o una señal de que el tiempo no ha transcurrido en vano? Depende del punto de vista. 
     Es comprensible, por ejemplo, que los europarlamentarios de Izquierda Unida hayan abandonado el hemiciclo en protesta por la presencia del Papa en un espacio formalmente laico, pero también lo es que Pablo Iglesias se haya quedado  y le haya aplaudido, celebrando su contundente declaración a favor de la justicia social. No veo en ello una listeza, ni tampoco una contradicción, sino una sensibilidad diferente, menos traumatizada por la acción eclesiástica directa, y bastante más recomendable que la rigidez habitual si de lo que se trata es de ganar elecciones y de sumar fuerzas contra la Bestia neoliberal, el enemigo común.

lunes, 24 de noviembre de 2014

TIEMPO DE CONSECUENCIAS

     No veo la historia con los ojos del determinismo pero entiendo muy bien lo que quería decir Churchill cuando explicó a los británicos que se encontraban en el “tiempo de las consecuencias” (1939), y creo, además, que estamos precisamente ahora en una de tales fases, en España y en Europa.
    Si uno contempla el “problema catalán”  acaba metido en lamentaciones sobre lo que se hizo y no se hizo al respecto, a la espera de la evolución de los acontecimientos, de racionalidad menguante. Lo mismo sucede cuando oye hablar de la necesidad de acabar con “el régimen de 1978”.  Se queda uno a verlas venir, con la sensación de que nunca deberíamos haber llegado a este extremo, de curso imprevisible. Pero es tiempo de consecuencias y  ya no valen las lamentaciones.
    Resulta que hay varias generaciones de demócratas españoles  que sienten asco ante lo sucedido en  el marco constitucional de 1978 y que  ya no hay posibilidad de defenderlo con los argumentos de siempre, cuyo poder de convicción se ha disipado.
     Otro tanto ocurre con respecto a Europa. El europeísta de ayer se queda sin palabras. No es que Europa nos falle, es que ya falló, metida en un proyecto contra sus habitantes que viene de lejos. Lo que sigue es el Acuerdo de Libre Comercio e Inversiones EEUU/UE, cuya botadura, lo veo venir, coincidirá, oh casualidad, con el fin del austericidio (para mejor imponer la  falsa impresión de que ese tratado es el gran remedio a todos nuestros males). Los secuestradores de la vieja Europa y han demostrado cierta maestría en la administración de palos y pequeñas zanahorias, por no hablar de su adicción al terrorismo económico.
     La crisis provocada por unos tiburones que especulaban con más basura que ladrillos ha sido aprovechada para laminar el Estado de Servicios y convertirlo en coto de caza de inversores para nada comprometidos con sus fines originales. Ya se dio marcha atrás a los derechos del trabajador, se benefició a las empresas transnacionales, a los banqueros y los especuladores. Expolio y destrucción de la clase media, inaudita prostitución de la soberanía nacional y, en definitiva,  un sostenido avance hacia una sociedad clasista decimonónica (peor, por tratarse de una regresión traumática).
     En este inmundo negocio compadrean los populares y los socialistas europeos desde hace años, tantos años que ha llegado a ser una consecuencia necesaria el surgimiento de un movimiento generalizado de oposición, un movimiento bifronte, en el que encontramos, por el lado izquierdo, a Syriza y Podemos, y por el lado derecho, al Frente Nacional de la señora Le Pen, por poner solo tres ejemplos de fuerzas opuestas que aspiran a representar a las víctimas del atropello. La farsa europea no podrá continuar impunemente.
    Es tiempo de consecuencias, pues. La confrontación promete ser durísima. Ya me parecía raro que Europa se fuese a dejar desplumar como los países tercermundistas que ya han padecido tan horrible tratamiento. Al final, aunque tarde, cuando grandes masas humanas han tomado conciencia de lo que está pasando, se ha producido una reacción que hará historia.
    Como la escalada neoliberal pretende continuar como si nada pasase, como ya sabemos que no se atiene a principios morales, el movimiento de oposición a sus fines no tiene vuelta atrás e irá necesariamente en aumento. Se masca, pues, un cambio de época, con muy pocas posibilidades de regresar a los consensos originales.  Lo dicho, es tiempo de consecuencias, con las consiguientes pruebas de fuego para la democracia española y europea.

miércoles, 12 de noviembre de 2014

PODEMOS, LA ESPERANZA

       Según el CIS y para horror del PSOE, el PP y el establishment local y transnacional, Podemos es ya el primer partido en intención de voto. En consecuencia se ha pasado de reducir al nuevo partido a un hatajo de frikies a tratar de convencernos de que es un monstruo capaz de cargarse la democracia y de llevarnos a la ruina. De tal verso resulta que el PP y el PSOE son, aunque no lo sepamos, los garantes de nuestra bienaventuranza.
     Se nos hace saber que Podemos, o más bien Jodemos, es chavista, castrista, leninista y populista, que Iglesias, Monedero, Errejón, Echenique  y los demás son lobos disfrazados con piel de oveja. Y esto no es nada si pensamos en lo que tendremos que oír de aquí a las elecciones generales. Las campañas publicitarias contra Podemos serán de lo más indecentes que quepa imaginar, condimentadas con ataques personales contra sus componentes conocidos y secundarios, según las tácticas para estos casos recomendadas por los Karl Rove que militan en la enmoquetada trastienda del sistema.
     Si es preciso, se inventarán trapos sucios e historias para no dormir en forma de testimonios de infiltrados o sobornados, habrá tergiversaciones y rumores, se pondrá a punto una listita de puntos a golpear venga o no a cuento. Hasta se podría encontrar una conexión entre Podemos y el narcotráfico. Si alguna experiencia tenemos con  “el voto del miedo” (una bajeza que nos ha acompañado durante toda la singladura democrática y que viene de más atrás) lo que se avecina nos dejará curados de espanto. Los hombres de la casta harán todo lo que esté en su mano para meternos miedo en el cuerpo.
     Sin embargo, yo creo que Podemos es una bendición para este país y que ya tenemos  motivos para estarle agradecidos. Gracias a esta nueva y pujante formación, tanto el PP como el PSOE tienen una pequeñísima posibilidad de volver a la realidad en que habitamos todos (a menos que prefieran suicidarse políticamente).  La sola presencia de Podemos, aunque no gane, les obligará a expresarse con la probidad y la racionalidad que han perdido por el camino. O harán el ridículo en plan Arenales Serrano.
    ¿Qué se supone que habría pasado en este país si la indignación no hubiera encontrado un cauce político? ¡Prefiero no pensarlo! Aliados los dos partidos hegemónicos en un turbio negocio contra el país y sus moradores, ¿se las prometían muy felices? ¿Creían que con hacer a oídos sordos asunto arreglado? ¡Menos mal que ha surgido Podemos! 
    ¡Y menos mal también si pensamos en Europa! ¿O se imaginaban el PSOE  y el PP que siguiendo la batuta del tenebroso Juncker como osos de feria y encima contando con la alelada conformidad de todos nosotros? ¡Por favor! Es una suerte que haya nacido Podemos antes de que termine la partida encaminada a dejarnos en los huesos por medio del todavía secreto Tratado de Comercio e Inversión EEUU/UE, la pieza fuerte del menú que cocinan en secreto los populares y los socialistas europeos. Ya sabemos que ni el PP ni el PSOE dirán ni pío en defensa de nuestros intereses. Y nos hace falta un partido como Podemos para que nuestra voz se sume a la de otras fuerzas europeas que se niegan a aceptar que seamos desplumados por los más burdos y antidemocráticos procedimientos.
    Por mi parte, veo en Podemos un fenómeno made in Spain, no una imposible réplica del chavismo. ¡A ver si se dejan de milongas!  Ni Iglesias es comandante como Chávez, ni coronel como Perón, ni la composición social de nuestro país tiene nada que ver con la de los países que alumbraron  las variantes populistas de estos. Si Iglesias llegase a gobernar, no se vería ante un país dividido entre una clase opulenta y un pueblo secularmente mísero, sino ante un pueblo no mísero que se niega a ser esclavizado por una casta extractiva, cosa muy distinta. Claro que, por descontado, la originalidad absoluta no es posible  en política, como ya deberían saber los que copian afanosamente los folletos del American Enterprise Institute. A diferencia de estos o de los socialistas que nada inventaron para mejor acomodarse, que hasta se dejaron encandilar Carlos Andrés Pérez y por el señorito Blair, los de Podemos dan muestras de originalidad, de creatividad, en un grado jamás visto en este país tan dado al corta y pega.
    A mí no me da mala espina que Iglesias visite a Correa, a Morales, a Mújica. ¿Qué tiene de extraño que haya tenido contacto con la Venezuela de Chávez? En América Latina, que ya pasó por la máquina trituradora, hay mucha experiencia acumulada. Lo que para nosotros es una novedad para ellos fue el pan de cada día. Ya escribí hace tiempo que debíamos poner las barbas en remojo y aprender las lecciones oportunas, pues nos empezaba a pasar lo mismo que allá, donde ya no se puede mentar al FMI sin levantar grandes olas de indignación, donde las mentiras neoliberales ya no cuelan.  De modo que, en lugar de inquietarme, las exploraciones de Pablo Iglesias en esos escenarios me reconfortan, porque le habrán ayudado a visualizar por dónde discurre la línea entre lo posible y lo imposible.
     Creo que es preciso resaltar, como dato esperanzador, la preparación académica de Pablo Iglesias y sus compañeros más conocidos. Han estudiado Ciencias Políticas. Hasta la fecha, por lo que se refiere al período inaugurado en 1978, las más altas responsabilidades han recaído en este país sobre tres abogados, un inspector fiscal y un registrador de la propiedad, lo que quizá explique muchas cosas. Como no es fácil orientarse de oídas en este mundo tan complejo y turbulento, conviene un cambio de perspectiva, sobre una preparación diferente. Aquí hacen falta políticos a los que no se les pueda vender con facilidad la burda doctrina que sirve de basamento a la revolución de los muy ricos, necesitamos políticos que no se dejen deslumbrar por la  estúpida creencia de que “no hay alternativas”, que no tomen por novedades unos sofritos del siglo XIX.
     Hay otra ventaja, derivada de la edad de los promotores de Podemos. Se trata de personas jóvenes, crecidas en democracia. Me parece normal que sobre la base de tan envidiable experiencia se hayan llevado un enorme chasco al entrar en la madurez y topar con la triste realidad, con la malversación de esta democracia que sin duda les fue enseñada en términos sumamente idealizados. Tildarlos de antidemócratas está fuera de lugar: son la mejor expresión de la parte sana de nuestra democracia, la mejor cosecha que cabía esperar en un país donde en 1978, seamos sinceros, había poquísimos demócratas de verdad, poquísimos rodados como tales. Las gentes de Podemos tienen, o así lo percibo, una idea más alta y noble de la democracia que la que tenemos los más viejos. Me parece esperanzador.
     Y otra ventaja más: es de agradecer que no padezcan las inseguridades y los temores  neuróticos de quienes hemos vivido bajo la dictadura. Si se me permite un lenguaje desagradable, no han sido castrados… No se han pasado la vida, ni media vida, pendientes de un tirano, no se han ejercitado en la escuela de las medias palabras, la hipocresía y los susurros. No han aprendido a reírle las gracias al poder por la consabida mezcla de temor e interés.
     No quiero ofender a nadie, pero me temo que en este país hay muchos políticos que han pasado de temer los rayos de El Pardo a temer los del Mercado, lo que se manifiesta en una penosa falta de personalidad. Para mí es un motivo de alegría no detectar este síndrome en Iglesias y los suyos. Tengo, pues, la esperanza de que Podemos tenga el valor de decir NO donde los mayores solo saben reverenciar al poder sin dignidad ni imaginación, NO sin el cual no hay proyecto decente que valga.
    En las filas de Podemos puede haber algún leninista coriáceo, superviviente o sobrevenido a consecuencia del atropello que estamos sufriendo. La orgía neoliberal justifica, a ciertos ojos, el maximalismo revolucionario de la vieja escuela. Pero Podemos no va por ahí a juzgar por sus dichos y hechos, como tampoco por las gentes a las que desea movilizar y representar, en lo que cabe ver una salvaguarda para el nuevo proyecto, que no pone el acento en una revolución al antiguo modo sino en dar curso a los valores que de suyo pertenecen a la normalidad democrática, hoy pisoteados en beneficio de una “casta extractiva”. Los perjudicados por la cleptomanía de esta no son solo los muy pobres; suman  el 80% o el 90%  de la población. Así se entiende que, según el CIS, Podemos encuentre apoyo, sobre todo, en personas de clase media y de clase alta, lo que de por sí indica la gravedad del daño que se han hecho a sí mismos el PP y el PSOE, como indica la seriedad del envite. Con sus traiciones al espíritu constitucional, he aquí que estos han perdido el apoyo de la parte más ilustrada de la sociedad, mucho más amplia y consistente que en el pasado.
    En un país que había hecho  avances en el plano de la cohesión social y que ha llegado a una composición que no se parece nada a la que le costó la vida a la República (insuficiencia de la burguesía), nada a la que hizo posible la eclosión de figuras populistas como Perón o Chávez en sus respectivos países, nos encontramos con que el votante de Podemos es muy representativo del alto nivel alcanzado en España por “las masas”, término que no por azar ha caído en desuso. Podemos ha ganado fuerza precisamente porque representa los intereses de la población española más cultivada de todos los tiempos, de pronto castigada pero ya salida de su estupefacción. A la que no se le podía pedir que se dejase desplumar como una gallina muerta.
      Se dice por ahí que Podemos es un peligro para la democracia. Si esta se encuentra amenazada es por la cantidad de legitimidad democrática dilapidada con el infame propósito de crear un sistema oligárquico descaradamente antisocial. Podemos es una respuesta a esta monstruosidad, no su causa. Es un movimiento defensivo contra el intento de devolvernos al siglo XIX. Si pienso en la democracia que nos resta, ya por debajo de los estándares constitucionales de 1978, Podemos no me da ningún miedo. Lo contemplo con esperanza. ¡Hemos dejado de estar políticamente inermes!

miércoles, 5 de noviembre de 2014

UNA LECCIÓN DE DESCARO


     Acaba de hacerse público un documento pergeñado por el Consejo Empresarial de Competitividad (CEC). Se nos hace saber que es posible  crear 2,3 millones de empleos en cuatro años, idea que ha saltado como noticia.
     Como ese Consejo es un think-tank de altos vuelos creado por las dieciocho empresas más grandes de este país, la cosa se las trae. Donde uno esperaría encontrar “un informe” se topa con un texto publicitario, un pastiche ridículo, irritante en grado máximo por la patente contradicción entre el propósito de crear esos puestos de trabajo, algo que suena bien, y la estrategia que se recomienda, un mucho más de lo mismo, lo que ya es el colmo viniendo de unos profesionales de la destrucción de empleo.
     ¿De qué se trata? Pues muy simple: todo irá estupendamente de aquí a 2018 si las reformas continúan, si se privatiza con renovado fervor, si se bajan los salarios y las pensiones…
    Por momentos, tengo la impresión de que el celebrado informe ha sido obra de unos becarios o de algún joven subcontratado en situación de precariedad. Todo esto ya lo he oído en plan mantra una y mil veces. Hay que seguir con los recortes, faltaría más. En este refrito se calcula a ojo de buen cubero que hay que dar otro hachazo a los servicios públicos (de 30.000 millones de euros) y se pone el acento en perseguir el fraude fiscal, sobreentendiéndose que el defraudador es el fontanero que hace una chapuza o la peluquera en paro que le corta el pelo a una vecina. ¡Brillante iniciativa de los genios de la evasión fiscal, santos varones!
    Se llega a una triste conclusión: las dieciocho empresas que patrocinan la CEC no tienen en la cabeza ningún plan B. Les basta con el manualillo neoliberal y a la gente que la parta un rayo.

lunes, 3 de noviembre de 2014

A NUESTRAS ESPALDAS, COMO SIEMPRE

      Me entero por casualidad de que hace cinco meses tuvo lugar en el Congreso de diputados un pacto de caballeros suscrito por PP, PSOE, UPyD y CIU, en virtud del cual estas fuerzas se han comprometido a respaldar el Acuerdo de Libre Comercio e Inversiones (TTIP por sus siglas en inglés), el tratado EEUU/UE, en estos momentos en fase de redacción, secreta como corresponde a la suciedad de la jugada.
    De modo que pedirles a estos partidos que se empleen a fondo en la regeneración democrática sería propio de imbéciles. Ni luz ni debates parlamentarios. Están tan compinchados con el sistema depredador que pedirles que se pongan de nuestra parte en asunto tan grave como trascendente no tiene ningún sentido. Ya han tomado partido. Apoyarán como un solo hombre lo que proponga la Comisión presidida por el señor Juncker, es decir, harán una cesión definitiva y completa de nuestra soberanía, de por sí mermada, y darán por enterrado, sin ceremonias, el sueño europeo. Van de comparsas, pero, ay, con nuestra representación.
    El Acuerdo de Libre Comercio e Inversiones nos será  presentado como la solución a todos los males, en la línea publicitaria habitual. Hasta nos será dicho que así se acabará con el paro, suponiendo que no sabemos lo que pasó en México. Lo cierto es que el poder pasará directamente a las empresas transnacionales y a los grandes inversores, que tendrán más autoridad que los Estados miembros de la Unión. 
    Los padecimientos sufridos hasta la fecha serán poca cosa, un adelanto nada más. Los bienes y servicios que todavía no han sido privatizados, lo serán de manera compulsiva y legal. Europa se comprometerá a hacer con sus trabajadores, parados, enfermos y viejos, lo mismo que se hace en EEUU:  prácticamente nada. Europa se comprometerá admitir los modos norteamericanos en lo tocante al cuidado ambiental y la calidad de los alimentos. Habrá que darles la bienvenida a las hormonas y a Monsanto. No habrá manera de oponerse al fracking, ni a ninguna iniciativa de empresarios e inversores, pues a poco que se sientan molestados obtendrán de un tribunal ad hoc supranacional un fallo condenatorio para cualquiera que se ponga en su camino.
     La cosa, un múltiple y simultáneo golpe a los Estados europeos, se negocia en secreto, a sabiendas de que los pueblos, ya escarmentados, pueden reaccionar muy mal. Como los perjudicados no van a ser exclusivamente los de más abajo, como la clase media se verá directamente afectada y privada de toda seguridad, se concluye que los signatarios del citado pacto de caballeros, como los misteriosos urdidores del acuerdo, no la tienen en cuenta, confirmando lo poco que les importa. Para imponer el plan que se traen entre manos, el único plan por cierto,  se aprestan a pasarle por encima una vez más. Por eso me resulta tan triste como alarmante que estos cuatro partidos españoles se hagan  cómplices de semejante canallada, sin conocer la letra pequeña, por puro automatismo, condicionados por el gusto de obedecer a los monstruos de la depredación neoliberal.  Demostrando con ello que la gente hace muy bien en buscarse representantes más serios y leales. Lo sucedido hace cinco meses en la trastienda del Congreso nos indica por dónde pasa la línea de demarcación entre la decencia y la indecencia.