martes, 31 de enero de 2012

INDITEX (ZARA) AVENTAJA A H&M


    Un conocido mío, casi un amigo, hombre de acreditada sensibilidad musical, va y me comenta, con extraña complacencia, como si se tratase de un evento deportivo, que la española Zara, en cuanto a beneficios se refiere, ha aventajado a la sueca H&M. Me expone el caso con evidente orgullo, como prueba de la capacidad y del potencial de los empresarios españoles. 
     Le pongo mala cara y no comprende. Le digo que tengo por norma no comprar en H&M. Adivina por dónde voy, y me explica que esta empresa tiene el mérito de haber dado trabajo a no se sabe cuánta gente del Tercer Mundo. No hay entendimiento posible. Esto de la industria de la ropa me produce escalofríos.
     Hay niños y mayores que trabajan trece horas diarias, incluso los domingos y por la noche. Cuando el patrón lo necesita -¡el famoso trabajo just in time!-  duermen en las fábricas, tirados por allí. Le preguntan a una mujer qué les pediría a los dueños de H&M para su hijo: les pediría que pueda ir a la escuela, a la universidad, y se echa a llorar. (Documentos TV, 4 de febrero de 1999...) Ganar ciertas competiciones es deshonroso, simplemente, y a estas horas nadie debería llamarse a engaño.  

lunes, 23 de enero de 2012

MANUEL FRAGA IRIBARNE

   “Hasta siempre, Penella”, recuerdo que me dijo  al despedirnos, y la frase regresa a mí, ahora que ha muerto, con sus resonancias de entonces, ya en el plano de lo irremediable.
      Llevo muchos años de estudio en el laberinto de nuestro siglo XX y escribir  la biografía de Fraga ha sido para mí una experiencia enriquecedora, se diría que necesaria (Véase Manuel Fraga Iribarne y su tiempo, Planeta 2009). La idea surgió de mí, y no de él como se cree; no tuvo nada de encargo, ni las servidumbres que se asocian a los encargos.
     Debo decir que Fraga  me abrió la puerta de su despacho del Senado a sabiendas de que no pertenezco al PP y de que, en puntos capitales, mi perspectiva no podría de ninguna manera coincidir por la suya, por venir yo marcado por las enseñanzas de Dionisio Ridruejo. Creo que confió en mí porque había leído mis escritos anteriores, seriamente trabajados. Quizá aceptó el reto por estar un poco cansado de los elogios de sus amigos escritores y de la estrechez de miras de sus detractores profesionales.
    Me dijo que respetaría mis opiniones y que se limitaría a corregir los datos erróneos. Se lo leyó todo, línea a línea, bolígrafo en mano, pero sin entrometerse, sin censurar tales o cuales interpretaciones, atento a los errores y hasta a las erratas.
    Fue paciente y tolerante, nada quisquilloso. Y sólo así se explica que yo pudiese ser su biógrafo, como lo he sido de Ridruejo, de Nietzsche o de Franz Kafka. El libro es el resultado de una aproximación aparentemente imposible entre dos personas muy distintas, de generaciones muy distanciadas en el tiempo, de distinta sensibilidad, y creo que en ello radica su encanto. 
     Se sobreentiende que intenté ponerme en su piel, como buen biógrafo. Nuestro común interés por la filosofía favoreció la comunicación, pues nos sirvió de terreno de encuentro y  de recreo incluso. Quedó claro para mí que el personaje y su evolución no se pueden separar con provecho de su basamento aristotélico-tomista.
     Puedo asegurar que seguir a Fraga a lo largo de su dilatada carrera permite contemplar la historia de nuestro siglo XX desde una perspectiva imprescindible, sea uno de izquierdas o de derechas; imprescindible, digo bien,  si de lo que se trata es de comprender y de aprender de ella.
      Creo que Fraga fue un modernizador, siempre a partir de lo dado. Le debemos la entrada de España en la UNESCO, la introducción de la sociología, un saber indispensable para captar la evolución del los tiempos, la Ley de Prensa, comienzo del deshielo político, el impulso que dio a la televisión, que se ocupó de hacer llegar a los pueblos, la apertura turística, fuente del fenómeno de difusión cultural que nos puso al día, y le debemos también algo que parecía imposible, a saber, la transformación de una derecha antidemocrática en una derecha capaz de participar en el juego político de una sociedad abierta.
     Cuanto más reflexiono sobre ello, más claro me parece que Fraga fue, en términos históricos, un golpe de suerte para todos nosotros, seamos de derechas o de izquierdas.
    No quiero ni pensar qué habría sido de la Transición si por el lado derecho sólo hubiéramos podido contar con las otras figuras disponibles en ese campo y momento, con Silva Muñoz, con Fernández de la Mora, con López Rodó o con Martínez Esteruelas…  Fraga fue el único de los personajes del régimen franquista que demostró ser algo más que un “gran funcionario”, el único capaz de volar por sus propios medios, el único capaz de mantener el timón con sentido de futuro. Si sólo hubiésemos contado con aquellos, qué torcida podría haber salido la Transición. Si uno piensa en  lo mal que le sentó a la República el errático comportamiento de Gil Robles, tiene que reconocer que, con Fraga, tuvimos muchísima suerte. 
     Fraga fue capaz de construir un partido de ancha base desde abajo, tarea dificilísima, en la que fracasaron estrepitosamente Suárez, Garrigues, Roca  con muchos medios y desde arriba. ¿Y cómo lo consiguió, ya que no fue a fuerza de dinero? Con claridad de ideas y  gracias a  su carisma personal. ¿Se imagina a alguien al conde de Motrico yendo de plaza en plaza, dejándose tocar, abrazar y besar por las gentes, echando tragos de los botijos y las botas que le salían al paso? Yo no. Y convencido estoy  de que ni Aznar ni Rajoy hubieran sido capaces de crear el PP.
     Naturalmente, una y otra vez se recuerdan los  “puntos negros” de Fraga, los casos de Grimau y de Ruano, los horrores de Vitoria y de Montejurra, en primer lugar, y en general su negativa desmarcarse de su pasado franquista, sus ramalazos autoritarios, su  condescendencia con Pinochet, su aversión al preservativo y tales o cuales frases destempladas, como la que recomendaba “colgar” sin más a determinados criminales, según la fórmula antaño aplicada a los piratas…
     Por mi parte, en una segunda lectura,  sospecho que tales “puntos negros”, que limitaron su proyección electoral, que le impusieron un techo que no pudo superar, tuvieron, por extraño que parezca, un efecto positivo en el plano histórico: potenciaron su carisma ante las personas necesitadas de una  puesta al día, de pronto huérfanas y necesitadas de un “hombre fuerte”.  
     Resulta que para muchos españoles de derechas esos antecedentes y esos rasgos, tan desagradables para otros –también para mí–, caracterizaban  a un líder de confianza. Y si este líder, con ese pasado, aceptaba la Constitución y el juego democrático, esto quería decir que una y otro eran aceptables. Y así fue que pudo Fraga cumplir su misión histórica.
     A lo que hay que añadir una particularidad notable: su capacidad para atraerse a personas de distintas sensibilidades. Fraga, como he tenido oportunidad de comprobar reiteradamente y de lo que me beneficié yo mismo como biógrafo, no carecía de una considerable mano izquierda, sin la cual jamás habría podido ganar para su partido un basamento tan ancho, ni  tampoco centrarlo. Con su pasado y con sus rasgos autoritarios simplemente, se habría quedado como líder de la derecha dura, y el partido ya habría sucumbido a los avatares de la historicidad. 
     Creo que era plenamente consciente de que la transformación de la derecha antidemocrática en una derecha normal fue su gran realización, ante la cual su derrota como aspirante a la presidencia del gobierno carecía de importancia. Será recordado, creo, junto a Cánovas del Castillo, proximidad de su gusto, bien entendido que él, a diferencia del mago de la Restauración, carecía del registro elitista, como carecía de eso que se llama miedo al pueblo llano, del que se sentía servidor. Descanse en paz.

sábado, 14 de enero de 2012

LA CRISIS Y LA EDUCACIÓN


     Según se mire, esta crisis que no cesa es una estafa, una farsa, un crimen… o un triunfo. Asistimos, en efecto, al triunfo de la revolución de los muy ricos, iniciada arteramente a principios de los años setenta, cuando una élite canallesca decidió acabar, propaganda mediante, con el consenso que siguió a la hecatombe de la Segunda Guerra Mundial.  No estamos ante un simple golpe de mano de “los mercados”. Presenciamos una operación compleja, de ingeniería social,  de largo alcance, desarrollada en varios frentes a la vez.  En el campo de la educación, por ejemplo, la jugada ha sido tan ambiciosa como destructiva. Habría que ser ciego para no ver, detrás de las rebajas y los recortes, que afectan a los profesores, a los alumnos y a los edificios, algo más que  un simple asunto de números.
    El  pavor que llegó a inspirar a la citada elite la generalización de los bienes asociados a la educación, algo que la humanidad debía al proyecto ilustrado, provocó un poderoso y metódico trabajo en sentido antiilustrado. Tan es así que los alumnos norteamericanos empiezan a revolverse contra el hecho de que se les sirva, como plato único, el neoliberalismo, lo que nos recuerda que por ese camino antiilustrado se llega a monstruosidades que dejan pequeño el caso Lishenko.
     El primer indicio de que no se iba a seguir trabajando por el bienestar de la humanidad se tuvo cuando el presidente Nixon vetó los fondos destinados al programa Head Start diseñado para elevar el nivel de los niños de los hogares pobres. El veto se vio acompañado y seguido de sesudas apelaciones a la genética, pues siempre ha sido cómodo descargar en la herencia las desigualdades sociales.
     Nadie puede llamarse a engaño a estas alturas.  Los promotores de la revolución de los muy ricos pretenden restablecer una sociedad jerárquica, para lo que es preciso dar todas las ventajas a la elite.  De ahí que se dejase morir la educación pública, de ahí que se la denigrase, de ahí que se apoyase a la enseñanza privada.
     La enseñanza superior fue apuñalada y las cátedras asaltadas por profesores afines a la causa del capitalismo salvaje.  Nunca más volverían a ser las universidades públicas una molestia para el poder establecido. Se quedaron en los huesos, obligadas a obedecer a directivos no universitarios, nada comprometidos con el saber y muy devotos de los intereses empresariales.  El Plan Bolonia procede de la misma matriz.
     Las tasas universitarias iniciaron una escalada brutal. La cuantía de las becas se redujo drásticamente. La posibilidad de que el hijo de un obrero de Detroit llegue a médico se redujo a cero en unos pocos años. Alguien tuvo la  siniestra idea, a tono con los nuevos tiempos, de que los estudiantes carentes de apoyo familiar recibieran créditos bancarios, a devolver en el futuro… De forma que nadie pensase en estudiar nada que no sea rentable, de forma de tener bien atado al sujeto.
    ¿Y qué  ha pasado? Pues que los licenciados norteamericanos han generado, involuntariamente, otra burbuja, cayendo de lleno en los horrores de la morosidad. Ser perseguido por impago no es un destino agradable para ningún ser humano. Y he aquí que la deuda de los estudiantes norteamericanos asciende en estos momentos a 780.000 millones de euros.  A los usureros se les ha ido la mano y los perseguidos serán muchos, con graves daños humanos e intelectuales.
     Lo que no me entra en la cabeza: ¿cómo es posible que aquí el modelo americano tenga tantos admiradores incondicionales, empezando por el señor Rosell?  ¡A estas alturas!
   Como si alguien pudiera ignorar que sólo un 24 por ciento de los norteamericanos sabe hacer uso de un ordenador, como si en aquel país no hubiera millones de analfabetos funcionales, categoría en la que ya se encuentra el 50 por ciento de la población.  Mi conclusión: esa admiración no tiene nada que ver con la verdad ni con los genuinos intereses del país y de sus gentes, por lo que es, en sí misma, repugnante.  Conduce al analfabetismo funcional, a la ruina de la autonomía universitaria. Lo que se desea precisamente.  Así nos quieren devolver una sociedad clasista, medieval,  en la que el conocimiento esté desigualmente repartido, y  cuya implementación es, encima, un gran negocio.  La barbarie antiilustrada de nuestro tiempo carece de límites.

jueves, 12 de enero de 2012

CHANTAJISTAS, SOCIEDAD ANÓNIMA

    Asistimos a la evaporación de la legitimidad política, lo que tendrá consecuencias horribles a corto y a largo plazo.  Gobernar con total desvergüenza de espaldas al bien común es algo que no se puede hacer impunemente, y menos aún en democracia.
     La guerra al déficit, ya asentada fraudulentamente sobre bases constitucionales, comporta, como estamos viendo, una escalada de recortes, un chantaje creciente y una retórica mendaz, gobierne quien gobierne.
    Los asesores de imagen y los magos de la mercadotecnia política han recomendado la inclusión de algunas frases encaminadas a hacernos creer que también se va a trabajar a favor del crecimiento.  “Los sacrificios no serán en balde”…  Es lo mínimo que se le debe decir a la víctima de este  suplicio. Pero, ay,  ya no basta la caradura de un publicista para salir del paso. Según los  sesudos cálculos de Kenneth Rogoff y Carmen Reinhart, unos técnicos del FMI, la cosa “mejorará” dentro de diez o de quince años… es decir –añado yo– cuando valgamos tan poco como un esclavo chino, cuando nuestras cosas y nuestras viviendas estén a la altura de cualquier depredador local o  extranjero.
    A estas alturas ya sabemos todos de qué va la cosa. ¿Están ya satisfechos los mercados con los sacrificios que tienen a Grecia al borde del estallido social? Por supuesto que no.  La norma es felicitar al infeliz gobernante de turno por las medidas de austeridad que acaba de tomar, para luego, pasados unos días, pedirle otras aún más brutales. Se aplica al caso la lógica de los chantajes, que va de menos a más, hasta la total consunción de la víctima.
     Todos sabemos que los mismos individuos que erigieron la pirámide de Ponzi que se tambaleó en el 2008 están al frente de las operaciones, decididos a mantenerla a toda costa.
    Todos sabemos cómo se trampea con el dinero público a favor de los bancos y como éstos hacen negocios maravillosos a cuenta de los Estados lanzados a una espiral crediticia irremediable. Y todos sabemos que los recortes en cuanto tales sólo pueden terminar de hundirnos en una recesión. Lo sabemos todos, también –por mucho que finjan– los colaboracionistas que trabajan al servicio de la mayor estafa económica y política de todos los tiempos. 

sábado, 24 de diciembre de 2011

EL GOBIERNO DEL MUNDO COMO ESPEJISMO


     Hace más de cien años Nietzsche anunció el fin de la “política pequeña” y el advenimiento del “gobierno del mundo”.  Y en vista de lo que está pasando, contemplada la poquedad de los gobernantes ante los mercados, ya apercibidos todos de que unos  y otros actúan sistemática y mancomunadamente  en perjuicio del bien común, es muy comprensible el ciudadano se pregunte quién diablos mueve los hilos. Grave pregunta: es imposible poner nombre y apellido  al responsable o responsables, y parece irritante que sólo se pueda señalar con el dedo a cierta "alta burguesía financiera", de la cual el señor Draghi no pasa de ser un criado. 
    Tampoco se va a ninguna parte señalando a los Estados Unidos, pues el país en cuanto tal se encuentra entre las víctimas. Por así decirlo, la responsabilidad se ha desnacionalizado y suena a arcaísmo culpar a "los gringos" o a los "boches". Y desde luego, la época de los grandes hombres ha pasado: Obama  sólo es el personaje más poderoso de la tierra en sentido figurado. Creo que por  eso es tan fácil caer en la tentación de atribuir "el gobierno del mundo"  a tales o cuales grupos misteriosos de alcance transnacional.
    La Trilateral, el Club de Bilderberg,  Wall Street,  Goldman Sachs y el complejo militar-industrial norteamericano han hecho méritos más que suficientes para cargar con las sospechas.  Oigo decir  que ellos "gobiernan el mundo". No sé quién me llamó la atención sobre la peligrosidad de la asociación estudiantil Skull & Bones, fundada en la Universidad de Yale, en los años treinta del siglo XIX…  Y como si todavía se pudieran tomar en serio los Protocolos de los Sabios de Sión,  he vuelto a oír que los judíos y los masones tienen, secretamente, la sartén por el mango. Pero, amigos, frío, frío.  
      Si dejamos a un lado a los míticos Sabios de Sión, está claro que se trata de grupos interesantísimos,  entre los que van y vienen ciertos primates asimismo interesantes.  Ahora bien, de algo podemos estar seguros: esos grupos no nos estarían dando tanto que pensar si no se hubiera producido algo que les supera, que va más allá de sus puertas cerradas. Me refiero a una espectacular mutación  de la sensibilidad política de la elite del poder a la que, por supuesto, pertenecen todos sus miembros y todos sus activistas.
     Dicha élite  ha vuelto a las andadas, a actuar sin el menor respeto por el bien común, con un sentido patrimonial de la riqueza que produce escalofríos. Y esta novedad, esta mutación, nada casual, que ha tenido un largo período de gestación, tiene la particularidad de afectar no sólo a los elementos destacados:  ha hecho carne en el intelecto de gente con la que nos codeamos a diario, con gente que no sólo sirve a la causa de la élite sino que también le da vida, sirviéndole de apoyo,  de correa de transmisión, de cámara de resonancia y hasta de sistema nervioso.
     No podemos decir quién manda –el poder se divide entre diversos núcleos oligárquicos al servicio de sus respectivos intereses–,  pero sí sabemos quiénes fueron los causantes de la mutación,  unos personajes cuyos nombres la historia registrará en simples notas a pie de página. Me refiero a ciertos magnates de la industria cervecera y petrolera, a gentes como los Koch o los Mellon y a sus amigos de las empresas asociadas al complejo militar-industrial. Nada inventaron: bastaban las viejas ideas, algunas  medievales, otras de los principios del capitalismo.  Lo decisivo fue  el entusiasmo y el dinero que pusieron sobre la mesa con la intención de poner fin a la marea progresista de los años sesenta e imponer a la humanidad, como plato único, el capitalismo salvaje o neoliberalismo. Ellos echaron a rodar la revolución de los muy ricos, cuando, por cierto, parecía una causa perdida.
    La conjura –pues fue una conjura– se urdió en varios think-tanks y fundaciones creados a tal efecto (Cato, Bradley, Heritage, etc.) o reflotados para la ocasión, como fue el caso del American Enterprise Institute. Dichos think-tanks fueron creados precisamente porque la sociedad establecida, con sus universidades y sus leyes, con su saber acumulado, no estaba por la labor de echar por la borda el consenso y la sensibilidad del período iniciado en 1945.
    De no mediar esa conjura ni la Trilateral ni los  de Bilderberg ni los de Wall Street ni los del FMI, ni los del  Banco Mundial ni los de Bruselas habrían perdido los papeles y el sentido de los límites, tampoco los gobiernos, ahora capaces de ir directamente contra los intereses de la gente como si fuera de lo más natural.  Lo que no quiere decir que los conjurados de aquel entonces manden en el sentido convencional del término.
      En vez de atar cabos en plan paranoico, conviene acudir a la historia.  ¿Qué pasó a principios de los años setenta?  Los creadores de esos think-tanks se aplicaron a romper el paradigma de la posguerra, para lo que echaron mano de legiones de periodistas, profesores, escritores, sociólogos y gentes de la televisión, todos debidamente untados. Hasta pagaron a una legión de telepredicadores, naturalmente no con la idea de elevar el nivel de la gente sino con el de atontarla.
      Basándose en los informes de Walter Lippmann y de Lewis Powell, dichos caballeros, confiando en el poder del dinero, confiando el asombroso poder de la propaganda y del chantaje y de los sobornos a gran escala –poderes en los que Lippmann y Powell tenían una fe ciega–, se trazaron un plan  elitista y oligárquico de largo alcance, con la intención de retrotraernos a las coordenadas del capitalismo salvaje, lo que implicaba acabar con el consenso racional surgido tras la Segunda Guerra Mundial. Cuarenta años después se demuestra que se salieron con la suya. Un resumen de lo sucedido figura en el libro Palabras para indignados, donde se pone en evidencia la vasta operación de ingeniería social de la que hemos sido víctimas. Esta operación ha conseguido lo que parecía imposible, a saber, modificar el encuadre intelectual de grandes masas humanas y también, dato capital, de la elite del poder y de sus asociados.  
     Por aquel entonces nadie en su sano juicio deseaba volver a las coordenadas del capitalismo salvaje; es más, ni siquiera se creía posible en el campo de la élite, pero esos caballeros lo lograron, hay que reconocerlo. Para ello tuvieron que comprar voluntades, tuvieron que seducir a muchos, y tuvieron que arrollar a sus oponentes, que se encontraban en mayoría. Y desde luego, tuvieron que colonizar física e intelectualmente todos los centros de poder, desde la Casa Blanca al FMI.
    No  pocos personajes de la vieja guardia del Club de Bilderberg y de la Comisión Trilateral  se vieron sorprendidos por esa campaña. Me refiero a personas poderosas, fanáticas del sistema capitalista pero que –he aquí la gran diferencia– habían renunciado al capitalismo salvaje por considerarlo inviable y hasta peligroso para sus propios intereses.  No querían volver a la época en que los ricos  vivían sentados sobre una bomba de relojería y estaban dispuestos a repartir un poco el pastel, pues lo último que querían era matar la gallina de los huevos de oro.  El mérito de los conjurados fue hacerles callar y reducirlos a la impotencia.
    Los casos de Johnson y de Nixon nos puede servir de referencia. El presidente Lyndon B. Johnson –cualquier cosa menos un santo–, merece ser recordado por haber encargado el llamado Informe Lippmann, pero también por no ponerlo en práctica.  Johnson quería pasar a la historia por sus realizaciones en el terreno de la justicia social, y el elitista Lippmann proponía  una acción elitista, un retorno al capitalismo salvaje, inseparable del desprecio por el pueblo. Johnson odiaba a los hippies, era codicioso hasta extremos perversos,  pero no estaba en la onda. Como hombre de la vieja guardia, soñaba con su Gran Sociedad, una sociedad igualitaria, con prosperidad para todos, y por supuesto no perdía de vista al electorado, al que no se imaginaba votando –como ha llegado a ser normal– contra sus propios intereses. Ni siquiera el pérfido Nixon, su sucesor, se quiso enajenar las simpatías populares para darle el gusto a la minoría ultrarreaccionaria que operaba desde los mencionados think-tanks. Johnson y Nixon, que no eran buenistas en ningún sentido, jugaban sus bazas como se había hecho desde los tiempos de Franklin D. Roosevelt, procurando consolidar el sueño americano. No figuraban entre los conjurados.
     Para transformar el sueño americano en un infierno a mayor gloria de los más ricos hicieron falta años de sostenido esfuerzo publicitario a favor del capitalismo salvaje. Al respecto es interesantísimo el caso de la Ford, cuya fundación se había aplicado a patrocinar a toda clase de proyectos progresistas y que, con el acuerdo de la CIA había patrocinado, en el mundo entero, a políticos de centro e incluso de izquierdas (a condición de que no fueran comunistas). Bajo el influjo del proyecto ultrarreaccionario, dejó de hacerlo, y pasó a apoyar a los mencionados think-tanks, siguiendo las consignas de Powell, que bien claro había dicho en su informe que era una locura financiar a los enemigos del capitalismo. 
    No se llegó a Ronald Reagan en un día; tampoco a Margaret Thatcher.  Lo que empezó en esos conventículos ultrarreaccionarios no habría llegado muy lejos si no hubiese logrado convertirse en un movimiento, con sus correspondientes conversos, con sus premios y con sus castigos. En la actualidad, por lo tanto, no somos víctimas de unos sujetos sin escrúpulos que se reúnen en tales o cuales cenáculos,  porque somos víctimas de un movimiento de muchos tentáculos y muchas cabezas, todas ellas desprovistas del menor compromiso con la verdad y el bien común.
    Hubo una conjura, hubo un proyecto. Pero esto no quiere decir que los promotores del cambio de paradigma político, económico y social gobiernen el mundo en el sentido imaginado por Nietzsche. Estoy hablando de aprendices de brujo, de gentes que no miden las consecuencias de sus actos, mezquinas hasta la demencia. No hay un mando único y las contradicciones y las peleas dentro de la élite están  a la orden del día, lo que lejos de limitar al movimiento le confiere su peculiar dinamismo.
     En páginas memorables, Ian Kershaw nos describió  la forma de “gobierno” típica de la Alemania nazi. No es que Hitler entrase en detalles; es que sus secuaces se aplicaban a “trabajar en la dirección del Führer”. Ahora no hay Führer alguno, pero hay miles de personas, de diverso calibre y ocupación, trabajando “en la dirección del capitalismo salvaje”. No es preciso dirigirlas: ya saben lo que tienen que decir y hacer. Así, ven natural que con el dinero de los pueblos se salve a los bancos y a los grandes financieros, y que luego continúe la explotación de los mismos pueblos  ad infinitum, como si fuese natural y no una estafa y un crimen.
    Todo lo que es bueno para este capitalismo les complace; todo lo que lo obstaculice, malo. Tienen un sexto sentido para captar lo “malo” ahí donde esté, a veces muy lejos de la economía, por ejemplo en los dominios de la educación, la psicología, la filosofía y la moral. Todos ellos saben que la tradición ilustrada no les viene bien, como saben que la religión es estupenda como opio del pueblo. Y son muchos, muchísimos.  Un club de notables malvados no habría llegado muy lejos. 
    De hecho, siempre ha habido clubs de notables malvados, con las mismas o parecidas ideas. Lo terrible es que estamos ante un asunto que implica a miles de agentes, de diversas nacionalidades, que luchan entre sí como fieras por un pedazo de carne al tiempo que se  mantienen unidos contra la gente común, a la que han perdido completamente el respeto.
    Para colmo, hay otra complicación a tener en cuenta: no todos los agentes de la revolución de los muy ricos son demonios. Hay mucho imbécil por ahí. Siempre atentos a los intereses de este capitalismo loco,  abundan las personas  desprovistas de sensibilidad humana y de conocimientos históricos, con una  buena conciencia a toda prueba. Me refiero a seres incapaces de ver las consecuencias de sus sumas y restas. Y  esto nos plantea un problema muy serio.
    En los viejos tiempos, cuando el gran hombre insoportable caía, todo el tinglado se venía abajo, de súbito, como cuando Hitler se pegó un tiro, o poco a poco, como ocurrió tras la muerte de Stalin, o como sucedió aquí tras la muerte de Franco. El “sistema” actual  no tiene nada que ver con eso: tiene miles de piezas de recambio, en todos los niveles, en las universidades, en los parlamentos e incluso en los bares. 
    El Club de Bilderberg podría autodisolverse, la Comisión Trilateral podría ser desmantelada, podrían ir a prisión los capos de Wall Street, y todo seguiría igual.  No cabe hablar de un gobierno de la tierra, sino de la resultante de una desvergonzada lucha por el poder entre facciones diversas, con las correspondientes improvisaciones, obcecaciones y necedades. En todo caso, habría que hablar de un "desgobierno de la tierra" al servicio de los intereses oligárquicos. Los que iniciaron la jugada no mandan, no dirigen, algunos hasta han fallecido, y sólo les cabe el lamentable honor de haber desencadenado al monstruo depredador que la humanidad creía haber atado en corto allá por el año 1945. Dicho monstruo de muchas cabezas no dirige, no gobierna, no construye: devora.

jueves, 15 de diciembre de 2011

JUAN ROSELL VA A POR TODAS

     El presidente de la CEOE, Juan Rosell, un ingeniero industrial sorprendente, se encuentra en fase expansiva, entregado a la comunicación. Como propagandista de la fe neoliberal  está dando el do de pecho, según una partitura por todos conocida desde hace treinta años, desde su composición en la enrarecida y elitista atmósfera de los think-tanks más reaccionarios del otro lado del Atlántico.
     Nada de lo que dice con tanta fe ha salido de  su sustancia gris, pero eso da igual. Lo único realmente nuevo y llamativo es que no cante bajito, sino a todo pulmón, como recientemente han hecho los sabios de la Fundación Everis, convencidos de que ya es hora de dejar atrás la sociedad de las personas para pasar a la triunfal sociedad de los talentos.  
    En los viejos tiempos nadie  en su sano juicio se habría atrevido a decir cierto tipo de burradas, y menos aun a hacer ostentación de ellas e incluso a  elevarlas a la consideración del  Rey. Lo que indica la gravedad del momento histórico que nos toca vivir.
     Rosell va a por todas, por no ver fuerza alguna capaz de obligarle a marcarse unos límites sensatos, ni siquiera la dura realidad de los hechos sociales, toda ella fuera de su campo de visión.  Así, se ha salido de su terreno empresarial para apadrinar visiones antiilustradas en consonancia con su fe, en el campo de la educación, haciendo pie, no en ideas propias, sino en las doctrinas de los ya mencionados think-tanks norteamericanos, a los cuales se debe la destrucción de la educación pública en el país más poderoso de la tierra.  Por lo visto, no vale la pena gastar dinero en la educación de quienes ya vienen tocados por (presuntas) razones genéticas o socioculturales. Ahora lo que interesa es el talento, la excelencia., etc. etc.
      Mucho le gustaría a Rosell imponer el copago en la educación, la sanidad y la justicia, y ahora nos sale, en consonancia con todo ello, con la vieja idea de que hay que reducir el número de funcionarios, lo viene en el lote privatizador sobre el que tanto se ha predicado desde los tiempos en que  él era alumno de los jesuitas de Barcelona.
    De seguir los consejos del señor Rosell, pasaremos en pocos meses del Estado normal al Estado mínimo, el Estado ideal según el modelo neoliberal, un Estado residual pero  intratable, con el encargo de  garantizar el orden público y  las distintas transferencias de la riqueza en sentido ascendente. No se trata de disolverlo, porque es imprescindible para  para socializar las pérdidas (y además,  tendrá que seguir pagándole a la CEOE la subvención de cuatrocientos millones de euros.)
     Y es de ver lo rápido de reflejos que anda Rosell. Hace unos días, se supo  que el FMI, el BCE y la UE, todos a una, exigen a Grecia que el salario mínimo pase de 750 euros mensuales a 450. Y ya Rossel nos canta las ventajas de los minitrabajos, a los que se remunerará con 400 euros como máximo, con la posibilidad de que usted y yo, a menos que seamos holgazanes, tomemos dos…  Y ya nos podemos imaginar cómo se representa el señor Rosell la “necesaria” reforma del mercado laboral, a empezar por una congelación salarial de larga duración y por el despido a la china, de una patada.
     Si  Rosell se sale con la suya todos los males del Tercer Mundo irrumpirán en nuestro país, llevándose por delante la cohesión social y todos los progresos que tanto costó realizar y consolidar. Y el primer problema es que Rosell, en sintonía con el FMI, el BCE y la UE, ignorante de las consecuencias políticas y humanas del programa que se trae entre manos, puede acabar por llevar a nuestra democracia más allá del límite de su resistencia. 
     Si se expresa en tales términos sin prestar la menor atención al grado de indignación ya alcanzado, parece inútil pedirle un poco de sentido de la responsabilidad histórica. Pero algo hay que decirle, pues cree que el horno está para bollos como los suyos, y  se engaña absolutamente. Es muy lamentable que personas situadas en puestos importantes, a fuerza de hacer sumas y restas,  empiecen a comportarse como pirómanos.

domingo, 11 de diciembre de 2011

MERCKOZY SOCIEDAD ANÓNIMA

     Ana Flores nos pone ante la cruda evidencia de que Europa ha recortado su bienestar con la excusa del euro ( http://www.publico.es/dinero/411484/europa-recorta-su-bienestar-con-la-excusa-del-euro).  
     Lo más probable es que el euro no se salve, pero eso da igual: lo único que importa es ponernos en situación de ser  desvalijados y explotados hasta que nos quedemos en los huesos.  
     Como solución al paro Merckozy Sociedad Anónima recomienda vivamente los minisalarios de 400 euros. Es a lo que se quiere llegar: cuando el trabajador europeo cobre tanto como el trabajador chino, volverá a ser "competitivo". Esto es lo que se llama operar con sentido de futuro, con sentido de poder. Lo de aumentar la jornada laboral a 65 horas semanales fue algo más que una salida de tono, si pensamos en lo mucho que trabajan los chinos. La cosa va de mandarinatos y todo se andará.
     Una vez más debo recomendar el libro de Naomi Klein, La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre. Nada hay de sorprendente en todo esto: lo único novedoso es que  esté sucediendo en Europa, hoy víctima de los mismos asaltantes que destruyeron las esperanzas del Tercer Mundo y de la Rusia  de Gorbachov.  He de decir que la primera vez que tuve un atisbo de estas cosas fue a  finales de los años setenta, cuando el plan neoliberal del ministro de la dictadura argentina Martínez de Hoz fue definido como "shock de terror económico" por un experto alemán cuyo nombre he olvidado.  Se trataba de imponer el dogma neoliberal y de doblegar a la sociedad, de las dos cosas a la vez. Hay mucha experiencia acumulada al respecto y sería necio llamarse a engaño. ¿Por qué creemos que los neoliberales no temen las reacciones sociales? Porque confían en sus expertos en márketing, en los medios policiales y parapoliciales, y en el poder debilitador de las dosis crecientes de miseria. Recuérdese que todo esto se puso a prueba en Indonesia hace una pila de años, y que no por casualidad se actúa como si nada hubiese que temer de los pueblos, cosa que a mi me parece una locura. 
    Pues bien, he aquí la triste verdad: la clase política europea ha sido abducida por los predicadores neoliberales y por los intereses correspondientes, y ahora  vemos los resultados. Se ha formado en esa escuela y en su doctrina antiilustrada, en sus viejas ideas servidas como nuevas, se ha formado en su fe en la propaganda y el márketing político, se ha formado en su desprecio por la gente, en su  sentido oligárquico del poder. Está mentalmente envenenada, físicamente comprada, carece de sentido histórico,  de sentido de la responsabilidad, no tiene piedad,  no tienen ningún plan digno de ser compartido con las personas normales, ningún proyecto digno de tal nombre; en suma, no da más de sí, y solo piensa en "la pela", sobre todo en la pela de los tiburones. 
     En lugar de servir al bien común como es su deber, esta clase política  sirve descaradamente a una elite rapaz  ya metida en la tarea de acaparar el dominio del mundo.  Merckozy es la cara europea de Carlos Menem o del odioso Fujimori. 
     En el libro Palabras para indignados. Hacia una nueva revolución humanista, Cristina García Rosales y yo hemos dado cuenta de cómo se ha llevado a cabo la revolución de los muy ricos, de la cual esta fullera  refundación de Europa publicitada el viernes forma parte como victoria, sólo asombrosa por tener lugar en el Viejo Continente. Allí ponemos a la luz la filosofía de la élite del poder que pretende llevarnos a empujones a una edad oscura como no hubo otra igual, a una sociedad  jerarquizada de corte oligárquico, a un mundo de amos y esclavos.
    Lo que se tramó en unos think-tanks ultrarreaccionarios (Heritage, Cato, Bradley American Enterprise Institute, etc.) a principios de los años setenta nos ha robado, mediante sobornos y chantajes, la entera cosecha del período inaugurado en 1945. Nótese que el pueblo norteamericano no fue a mejor con la fórmula neoliberal servida por esos think-tanks, sino claramente a peor. Hoy cuenta con 47 millones de pobres, 14 de ellos en las alcantarillas, y con una desigualdad social pasmosa. El neoliberalismo no puede ofrecer otra cosa, como acredita la devastación del Tercer Mundo y como podemos comprobar nosotros mismos en el espacio europeo, donde ya contamos, a la chita callando –antes de lo peor, que viene ahora–, con 25 millones de parados, con 40 millones de pobres y con 80 millones al borde de la miseria, como oportunamente nos acaba de recordar Ana Flores.
    Naturalmente, la legislación social europea  es/era un estorbo, una excepción molestísima, si pensamos en los usos y costumbres norteamericanos, impuestos por esa elite, y en los usos chinos, dictados por una oligarquía  no menos corrupta y totalitaria. Nada mejor  que acabar con esa singularidad europea: Se elimina una objeción a la barbarie neoliberal y se pone a disposición de la elite la posibilidad de hacer grandes negocios con la privatización de lo que quede del Estado de Servicios europeo. Ya se las promete muy felices esta gente: lo que al contribuyente le costó muchos años construir y desarrollar, le caerá en las manos a precio de saldo, con alguna ayuditas adicionales del Estado en quiebra.
    En la Edad Media se hablaba, con conmiseración, de “la pobre gente que paga impuestos”, pues obviamente no los pagaban ni la Iglesia ni los nobles. Pues eso, amigos.
    Pero esto va a acabar muy mal. Porque la  elite arrogante no tiene que vérselas con pueblos ágrafos, como ella quisiera, y a lo que apunta descaradamente con la destrucción de la enseñanza pública, el fomento de las escuelas privadas de corte religioso y el Plan Bolonia.
     Y como no somos ágrafos, estamos indignados. Hasta los niños saben hoy que se está utilizando el dinero del contribuyente para especular y para crear fondos esotéricos al servicio de la banca privada, en la seguridad de que si vienen mal dadas –cosa segura– el pobre lo pagará con la piel. Hasta los niños se han dado cuenta de que las pérdidas se socializan de la manera más frívola que quepa imaginar, lo que ya forma parte de las reglas del juego. 
    Hasta los niños se han dado cuenta de que la tijera se mete en los asuntos sociales, sin que en ningún momento se haya dicho una sola palabra sobre recortar los gastos militares y eclesiásticos, sobre poner coto a la impunidad fiscal de los ricos y de la banca, sin que se haya hablado de molestar a los usuarios de paraísos fiscales o de liquidarlos sencillamente, no sea que se fastidie el tramposo juego, que requiere anchas vías de evasión para los monstruos del momento, mafia incluida.