lunes, 29 de junio de 2009

EL COMUNITARISMO, COMO REGRESIÓN TRIBAL

El comunitarismo surgió como crítica de la Ilustración. A estas alturas, es más o menos inevitable retocar por aquí y por allá el legado de ésta, para perfeccionarlo, para que no pierda operatividad, pero el comunitarismo no se quiere limitar a tan modesta tarea. Quiere enterrar ese legado, aspira a sustituirla.

Y el problema, al menos tal como yo lo veo, es que el comunitarismo no es compatible con el liberalismo, inseparable del impulso ilustrado. Las diferencias son notables.

El comunitarismo, como su nombre indica, pone el acento en la comunidad, no en la humanidad, lo pone en lo particular, no en lo universal. Y tampoco lo pone en el individuo como sujeto moral autónomo, de quien no se fía (y a quien promete la curación de todos los males del individualismo en la plaza del pueblo).

En efecto, a diferencia de lo que se espera de nosotros como ilustrados y como liberales, el comunitarismo nos invita a situarnos en un más acá de la humanidad –en el terruño, en un determinado encuadre étnico, en una nacionalidad– y en un más allá del individualismo, es decir, en un grupo, con el correspondiente instinto gregario.

En este sentido, desanda el largo y fascinante camino que los filósofos antiguos tuvieron que andar para descubrir la humanidad, el mismo por el cual continuaron tanto el cristianismo como la Ilustración y también el liberalismo, deudor del esfuerzo y de la complejidad resultante, fundamento último del individualismo moderno.

Yo no veo, por lo tanto, ningún progreso en esto del comunitarismo. Tiene, sí, cierto interés filosófico, pero su proyección política y mediática es inquietante. Veo una regresión hacia un nuevo tribalismo, mil veces peor que el de Hegel, y quizá una argucia para dislocar a la humanidad, para fragmentarla. Y no me parece que la intención sea saludable.

Llegados a cierto punto, nos dice Alisdair Macintyre, el grupo debe rechazar lo extraño, para protegerse de las contaminaciones peligrosas, para salvaguardar su identidad.

¿Acaso es ésta forma de pensar por la que conviene guiarse en plena globalización? ¿Nos tienta el sospechosamente publicitado choque de civilizaciones? ¿Tenemos ganas de provocarlo? ¿Estamos en edad de matarnos por motivos religiosos?

De tomarse al pie de la letra, el comunitarismo acabaría liquidando los sueños del Siglo de las Luces, y todos, ya dispuestos a batirnos por nuestras querencias particulares con fervor medieval, basaríamos nuestras respectivas “identidades” en elementos secundarios, por ejemplo, en la pertenencia a un grupo étnico –¡yo soy blanco, otra vez!–, a una determinada nacionalidad, a un credo religioso, o por ejemplo, a un grupo gay, a una comunidad de mujeres de tal o cual signo, a un determinado barrio, quizá a una determinada banda. No veo qué saldríamos ganando, pero sí lo que perderíamos con semejante fragmentación.

Entre el viejo Kant, humanista y universalista, y el pequeño Macintyre, un tribalista, me quedo con el primero, sin dudar. Después de todo, soy un homo sapiens sapiens, y con eso me conformo cuando se trata de asuntos serios, que son precisamente aquellos que interesan a la humanidad, hoy amenazada. Además, no estoy de humor para que se critique a la Ilustración mediante invocaciones a una comunidad ideal, sobre la que todos los comunitaristas fantasean de lo lindo.

¿CÓMO SALDRÁ ESPAÑA DE ESTA CRISIS ECONÓMICA?

Me lo pregunto con no poca inquietud. Porque la situación es de mal pronóstico. Las medidas que se han tomado son meramente cosméticas, lo que no es extraño: como ya deberíamos saber, los "milagros económicos" no existen. Los éxitos en la materia obedecen a mecanismos sencillos, comprensibles, fáciles de explicar, no a improvisaciones ni a juegos trileros.

El “desarrollismo” español de los viejos tiempos fue posible gracias a las naranjas, al trabajo de nuestros compatriotas en la próspera Europa y al turismo, por aquel entonces baratísimo desde el punto de cualquier ciudadano del primer mundo, y recibió un fuerte impulso gracias a la baratura y la docilidad de nuestra mano de obra y a las ventajas que dio el franquismo a la penetración de las grandes corporaciones transnacionales. El milagro chino ha sido, a lo grande, una copia del nuestro, basado en una fórmula infalible, de gran eficacia en sociedades menesterosas que, de pronto, se abren al mundo.

Cada vez que se contrajo la economía ajena, la nuestra entró en crisis atroz, por su incurable dependencia. La moderación salarial, las sucesivas oleadas privatizadoras, unidas a los fondos de cohesión, obraron maravillas, cierto es, pero con las obvias limitaciones que no deberían sorprender a nadie. Hace sólo un par de años, el gabinete de estudios de una prestigiosa entidad bancaria señalaba que la mano de obra de los emigrantes representaba el último balón de oxígeno para la economía española. ¿Y ahora qué?

Si prescindimos de los paños calientes y de nuestras ínfulas de nuevo rico, he aquí un dato inquietante: las únicas propuestas que están sobre la mesa no son precisamente novedosas ni agradables. Se habla de retrasar la edad de jubilación, de “dinamizar” el mercado de trabajo, de abaratar el despido, siendo así que nuestra mano de obra tendría que rebajarse hasta niveles asiáticos para ser competitiva.

Y se habla también de un nuevo impulso “privatizador”, lo que sólo puede exponernos a la venta al mejor postor de bienes públicos hasta ahora protegidos. O sea, se habla de soluciones desesperadas, acerca de cuyos efectos sobre otros pueblos ya deberíamos estar avisados. Pan para hoy, hambre para mañana. Que se lo digan a los ciudadanos de Chicago o de Detroit que, a fuerza de “privatización”, carecen hasta de agua en sus hogares.

En último análisis, lo que está en juego es la cohesión social. Si no se hace nada al respecto, unos tendrán todo el agua que quieran, otros, los más, tendrán que penar por ella en las más odiosas circunstancias, lo que, no nos llamemos a engaño, nada tendrá que ver con una "recuperación"...

viernes, 26 de junio de 2009

LA IDENTIDAD, UNA OBSESIÓN POSMODERNA

El tema de la identidad se ha puesto de moda. Hasta ayer mismo pocos se tomaban el trabajo de reflexionar sobre ella. Era asunto de especialistas, especialmente de psicólogos…¿No es un intrigante que haya llegado a movilizar a tanta gente aparentemente distraída, que de pronto se muestra celosísima de "su forma de ser", por lo general con grave pérdida de la capacidad de autocrítica y de empatía?

De pronto, surgen por todas partes, como setas, identidades histéricas, y líbrate de herirlas. Mucho cuidado porque los cultores de su identidad no suelen haber meditado gran cosa sobre la condición humana, ni tampoco sobre el hecho de que no somos seres fijos e inmutables sino maleables (como corresponde a nuestra capacidad de aprendizaje y de autorrealización).

La moda tiene su parte de reacción ante los avances de la globalización. Con el auge de las comunicaciones y de los movimientos migratorios, se produce un fenómeno de difusión cultural que no respeta ni las fronteras ni las puertas cerradas. Para unos, es un fenómeno estimulante, enriquecedor, para otros es algo temible. Quienes pretenden vivir en un mundo sencillo, cerrado a influencias extrañas y, por supuesto, sin historia, se sienten amenazados y se esfuerzan por apuntalar reactivamente sus respectivas “identidades”, echando mano de la tradición que consideran propia e irrenunciable, y a falta de ella, se la inventan.

Ahora bien, en esta moda, ya convertida en obsesión posmoderna, hay algo más que miedo a lo desconocido y al poder contaminante del prójimo. No es un asunto puramente psicológico motivado por un fenómeno de difusión cultural más o menos traumático: esta moda, en efecto, no es ajena al comunitarismo, una corriente filosófica posmoderna que, ignoro el motivo, no se suele mencionar por su nombre cuando se echa mano de sus ideas.

Cuando el presidente Sarkozy habla de reafirmar los valores religiosos de Europa, se apoya en el comunitarismo. Lo que corre el peligro de perderse es la vocación universalista del proyecto ilustrado. Al no poner por encima de lo nuestro una instancia superior -la humanidad- perdemos la perspectiva que ha permitido depurar el ideario liberal. Ahora se busca la propia identidad en lo más cercano, en una comunidad, en una tradición, en un giro regresivo típicamente posmoderno. Volveré sobre ello en otro apunte.

miércoles, 24 de junio de 2009

BURKA NO, BURKA SÍ, UNA REFLEXIÓN LIBERAL

El presidente Sarkozy acaba de rechazar el uso del burka en tierras de Francia. A su parecer, según expresó en ambiente decimonónico de género espectacular, no es una prenda que se use por respetables motivos religiosos, sino con la finalidad de sojuzgar a la mujer.

El presidente francés tiene toda la razón... desde nuestro punto de vista. Por algo hemos hecho nuestra la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Ahora bien, hay que andar con mucho cuidado en estas materias.

El burka, mal que nos pese, no está desprovisto de connotaciones religiosas y no se puede pasar por alto que pertenece a una tradición asumida por mucha gente. No estamos, por lo tanto, ante una prenda que se pueda proscribir de la noche a la mañana. ¿Te imaginas, lector, qué cara se le pondría a Sarkozy si un esquimal le tirara a la basura sus trajes o si le fuera impuesta la obligación de lucir una faldita escocesa?

Nos toca hilar más fino. En primer lugar, porque no parece aceptable que un presidente se arrogue el derecho de condenar tal o cual prenda. En segundo, porque forma parte del ejercicio del liberalismo genuino la tolerancia frente a las rarezas ajenas (en ausencia de éstas, a buen seguro que nadie se habría tomado la molestia de sentar las alambicadas bases filosóficas del liberalismo). En tercero, porque no está nada claro que las usuarias del burka estén deseando liberarse de repente (hasta podrían sentirse, cómo decirlo, incómodamente desnudas, como se podría sentir, por ejemplo, una monja católica si se viera obligada a “mostrar sus encantos” porque el señor presidente así lo ha decidido). En cuarto porque, si es preceptivo apoyar a las mujeres que sí deseen liberarse del burka, sería torpe dar a entender a sus opresores que tal impulso se debe exclusivamente a un mandato de las alturas, de una cultura para ellos extraña y avasallante.

En estos temas la "superioridad" no se puede ejercer por las bravas. Una proscripción lisa y llana del burka sólo puede excitar el celo defensivo de sus partidarios, sólo puede herir el pudor de mucha gente, con pocas posibilidades de que se haga patente la disfuncionalidad de la prenda y con ninguna de acabar con la discriminación sexista subyacente, que es, en definitiva, lo único importante.

No hay ninguna superioridad liberal sin los correspondientes modales y sin la necesaria paciencia, y tampoco sin la convicción de que el tiempo trabaja a favor de la razón, de la justicia y de la simple comodidad.

Descontadas las inquietudes policiales ante las personas que no se dejan ver, ¿a qué viene tanta prisa? ¿Por qué no dejar que el tiempo y la seducción de nuestro modo de vida hagan su trabajo? Ya he oído equiparar el velo en su modalidad más sencilla y el burka, y las dos prendas con la mismísima ablación del clítoris, lo que indica una pérdida del sentido de las proporciones.

La ablación del clítoris es, por fortuna, una práctica poco difundida, con la particularidad de que exige, por sus irreparables consecuencias, una intervención inmediata por nuestra parte, por estar en juego la integridad de la mujer. Creo que sólo en este tipo de casos un liberal puede y debe oponerse frontalmente a una tradición ajena a la suya propia.

Rechazamos la ablación del clítoris, la abrasión de la vagina y, por supuesto, el canibalismo. Pero el velo y el burka no pertenecen, que yo sepa, a la misma categoría, ni tampoco, como prendas, son equiparables entre sí.

Como hay cierta variedad de modelos, ya veo venir que, de acuerdo con los criterios policiales de Silvio Berlusconi, dispuesto a imponer dos años de cárcel a las usuarias del burka, habrá patéticas discusiones en comisarías y juzgados sobre si tal modelo es "pasable" o no. Que las víctimas del acoso de las autoridades sean precisamente las mujeres me parece moralmente inadmisible. Ya las veo presionadas por nosotros y por los suyos...

lunes, 22 de junio de 2009

HAMBRE Y NEOLIBERALISMO: MÁS DE LO MISMO

Según el último informe de la FAO, uno de cada seis seres humanos padece hambre. Nuestra arrogante civilización ya tiene en su haber algo más de mil millones de hambrientos… Y mejor no ponerse a contar los fallecidos, ni las vidas arruinadas, mejor olvidar lo que ya sabemos, a saber, que la mala alimentación daña irreparablemente el desarrollo cerebral, lo que nos llevaría a amargas consideraciones sobre los millones de niños que nacen condenados a una existencia miserable e inmerecida.

La globalización en clave neoliberal, lejos de hacer retroceder el hambre, la ha expandido por doquier hasta niveles nunca vistos. De hecho, uno ya se puede morir de inanición en el seno de las sociedades hasta ayer mismo consideradas opulentas. Pero todavía se invoca la bondad de la famosa Mano misteriosa, como si no hubiéramos tenido ocasión de advertir lo peligrosa que es.

Se nos da a entender que esto del hambre en el mundo es un asunto de paciencia, en el supuesto de que sólo se puede erradicar a fuerza de más fundamentalismo del mercado. El neodarwinismo social –ingrediente inseparable de la Ética del Tendero–, todavía se justifica con tan sobada y maligna listeza, lo que es indicativo del grado de postración intelectual en que nos creen caídos los primates del negocio.

¿Hace falta recordar los efectos de la adicción a los principios de la escuela de Manchester, tal como se manifestaron en la Inglaterra de principios del siglo veinte? Londres era la ciudad más rica del mundo pero la tercera parte de sus habitantes disfrutaba de una existencia miserable. La inmensa mayoría de los ingleses tenía que conformarse con una esperanza de vida de menos de treinta años (la mitad de lo que le cabía esperar al ser humano del paleolítico). Había indigentes por todas partes; el raquitismo era un mal endémico. Y eso que estamos hablando de la potencia hegemónica de aquel entonces, con un imperio a pleno rendimiento... ¿Acaso no nos suena conocido?

Con las estadísticas en la mano, leído el libro El hambre que viene, de Paul Roberts, una clara anticipación de lo que nos espera a todos si no se rectifica de inmediato, me parece delictivo que se nos exija una fe ciega en los principios manchesterianos, encima con la pretensión de que, sin ellos, no se puede ser liberal. ¡Como si Green, Hobhouse y lord Bedveridge, que razonaron en contra de del capitalismo salvaje, no hubieran sido liberales, como si hubieran sido comunistas o cosa peor!

jueves, 18 de junio de 2009

¿CUÁNDO EMPEZÓ ESTA CRISIS?

Nos tenemos muy creído que empezó a finales de 2008, lo que forma parte de un autoengaño colectivo. La enfermedad viene de lejos y si alguien da muestras de haberse visto "sorprendido" por sus alcances, una de dos, o es un tontaina o es un personaje que no merece ningún crédito intelectual. Estamos ante las consecuencias de casi cuarenta años de galopada neoliberal.

Se veía venir este descarrilamiento. Lo veía venir cualquier lector de La cultura de la satisfacción, de J. K. Galbraith, publicado en 1992… con su inolvidable capítulo quinto, titulado “Licencia para la devastación financiera”, cualquier lector –por ejemplo– de El poder en la sombra, de Noreena Hertz, publicado en 2001…

Acabarán con el capitalismo, del empresario francés Claude Bébéar, data del año 2003 y George Soros lleva años dando voces de alarma. Por su parte, Naomi Klein tuvo tiempo de escribir –con trágicos visos de anticipación– su documentado libro La doctrina del shock: el auge del capitalismo del desastre, publicado en 2007… Avisados sí que estábamos.

La única novedad es que ahora nos vemos directamente afectados, no como antes. Debimos poner las barbas en remojo al ver de qué forma eran desplumados los pueblos indefensos, al ver como unos y otros se veían obligados a emigrar en busca del privilegio de ser explotados, al ver de qué manera se vampirizaba al mismísimo pueblo norteamericano. ¿Por qué esperábamos librarnos nosotros, a ver si me entero? La economía canalla, bien definida por Loretta Napoleoni, no perdona a nadie. A las pruebas me remito.

Ya a la altura de 1992 se calculó que sólo un 10 por ciento de los valores mercadeados en la red financiera global tienen algo que ver con el comercio de bienes y servicios. Para entonces ya se sabía lo que da de sí el “capitalismo de amiguetes”, por utilizar la expresión acuñada por Joseph Stiglitz.

No hace falta ser un genio para reconocer que la presente crisis empezó cuando dio comienzo el enterramiento de la Trinidad de Dahrendorf a mediados de los años setenta. La cohesión social, el desarrollo económico y la misma democracia, los tres elementos de dicha trinidad, desaparecieron bajo un montón de irresponsable palabrería neoliberal. Ahora, la única esperanza es que Obama consiga rescatarla. Si no lo consigue, tendremos que atenernos a la ley de la jungla.

martes, 16 de junio de 2009

LA CRISIS DE LA IZQUIERDA EUROPEA

La izquierda europea se encuentra en crisis y hasta se puede adelantar que, de seguir así, acabará siendo abducida por la derecha, como acredita el caso de Tony Blair. Forma parte de la lógica de la posmodernidad que personajes como él, de los cuales hay muchos, encuentren un feliz acomodo en la élite del poder, como comparsas necesarios.

Se comprende que tras el derrumbe de la Unión Soviética la derecha de intereses se haya crecido. Esta derecha se veía obligada a hacer muchas concesiones para que el “mundo libre” pudiera presumir de mejores escuelas y hospitales que el enemigo comunista. Así, en cuanto éste dio las primeras muestras de flaqueza, empezó a sacudirse de encima "la pesada carga de lo social", siempre en pos de negocios fabulosos, y para ello nada mejor que contar con la complicidad de unos buenos izquierdistas.

Ahora bien, ¿por qué tenía la izquierda europea que dejarse reducir a la condición de oso de feria? ¿Acaso no había representado el llamado “socialismo real” una pesada hipoteca para quienes sueñan con algo más que un termitero? ¿Cómo es posible que no se aprovechase la desintegración de la Unión Soviética para redescubrir la herencia intelectual de la izquierda que fue aplastada por Lenin y Stalin? ¿Cómo es posible que se dejase en manos de personajes como éstos el monopolio del izquierdismo, con la consiguiente incapacidad para pensar un mundo mejor, con la consiguiente desilusión?

¿No era el momento de redescubrir el socialismo no totalitario, quiero decir el socialismo liberal, el socialismo libertario, democrático y no termítico? No, por lo visto. Era, simplemente, la hora de una socialdemocracia claudicante, incapaz de hacer valer sus razones.

Porque los capos de la izquierda –no necesariamente pensantes–, entendieron que era mejor darse aires tecnocráticos para una mejor instalación personal en sistema. Y de tanto compadrear en las alturas, no sólo se olvidaron de sus representados y del compromiso con la humanidad, sino también de recordar a la derecha sus deberes sociales más obvios. Se trata de dos gravísimos fallos históricos, que otra izquierda tendrá que enmendar, esperemos que no a la desesperada. El sistema democrático europeo no aguantaría una izquierda cortada según el odioso patrón bolchevique, pero necesita una izquierda creativa, liberal, ilustrada, actualizada... y decidida a cumplir responsablemente su función.