lunes, 15 de junio de 2009

EL CHANTAJE NUCLEAR

Los partidarios de la energía nuclear siguen muy crecidos, y ahora esperan que todos bajemos la cabeza, y hasta que aplaudamos la resurrección de Garoña.

¿Acaso se han resuelto lo problemas que determinaron el parón nuclear? No, nada de eso. La única novedad es meramente publicitaria, basada en la invocación de presuntas autoridades, no necesariamente versadas en asuntos nucleares.

Acabo de oír a Ramón Tamames. El ilustre economista ha disertando sobre la necesidad del relanzamiento nuclear, amparándose en la autoridad moral del señor James Lovelock, el anciano autor de la bonita historia de Gaia, y del señor Patrick Moore, uno de los fundadores de Greenpeace. Como estos dos personajes, presuntos campeones del cuidado de la salud planetaria se han pasado al bando de los partidarios de la energía atómica, quienes nos oponemos a esta movida debemos ser unos imbéciles.

Seré sincero: las citadas conversiones, como la de Felipe González y la de Mijail Gorbachov, sólo me interesan a título de curiosidad, como cotilleo, como indicación de cómo está patio e incluso como indicación de lo que me convendría opinar para hacerme grato a los ojos del establishment. Pero son irrelevantes. Vamos a lo serio: a la escasez de uranio, a la malignidad de la minería de este mineral y su procesado, al complejísimo problema de los residuos de las centrales, a la imposibilidad de garantizar la seguridad de éstas y a la corta vida que tienen, así como a los gastos inherentes a su clausura y a la eterna vigilancia de toda la porquería resultante.

Ante estos problemas técnicos, reconocidos como tales y obviamente no resueltos, la campaña a favor de lo nuclear luce como lo que es, como una hábil maniobra de mercadotecnia de los gigantes del sector, con ciertos visos de inconfesable chantaje al común de los mortales. Este es el mensaje: o aceptáis –y pagáis– nuevas centrales, o estáis perdidos. Me parece inaceptable.

martes, 9 de junio de 2009

¿QUÉ DERECHA HA GANADO LAS ELECCIONES?

La victoria de la derecha en las elecciones europeas no se puede considerar sorpresiva; se veía venir, dado el comportamiento de la izquierda, visiblemente incapaz de aprovechar el efecto Obama.

Si contemplamos el panorama sin las anteojeras de nuestra campaña electoral de pandereta, reconoceremos que Europa se enfrenta a una crisis económica de incalculable alcance, acerca de cuyas consecuencias políticas no cabe dudar. ¿En qué quedará el sueño europeo?

En el Parlamento Europeo tomarán asiento no pocos euroescépticos y xenófobos, lo que, hablando con franqueza, no augura nada bueno. No es la primera vez que un Parlamento se ve asaltado por gentes que están lejos de tomarse en serio las reglas de juego convenidas.

Descontada la responsabilidad de la izquierda, el porvenir de Europa como proyecto depende ahora, en gran medida, del comportamiento de la derecha, con la particularidad de que ésta no constituye una fuerza homogénea. Cabe preguntarse qué porción de ella ha salido victoriosa.

A grandes rasgos, si dejamos fuera de nuestro análisis a fuerzas como la del holandés Geert Wilders, hay una derecha conservadora, más o menos fiel a la tradición de Jean Monnet, Alcide De Gasperi y Konrad Adenauer, en cuyas manos el proyecto europeo no corre ningún peligro, y hay otra derecha que, siguiendo las enseñanzas de Hayek, no se siente conservadora en absoluto.

De esta segunda derecha cabe temer comportamientos sorpresivos, probablemente incompatibles con el sueño europeo original, así como, dada su pujanza, una desviación de los conservadores, lo que sería lamentable.

El resultado electoral podría agravar una deriva que ningún observador serio debería pasar por alto. Porque ya hemos visto cosas muy raras. ¿O acaso se imagina alguien a Adenauer proponiendo la jornada laboral de sesenta y cinco horas o la calamitosa “directiva de la vergüenza”? ¿Cómo pudo llegar Alejandro Agag a la secretaria general del Partido Popular Europeo?

Por mi parte, confieso que soy incapaz de imaginar a Alcide De Gaspari tomando el té con Il Cavalieri en la villa de Cerdeña. Y tampoco me imagino Jean Monnet charlando amablemente Hashim Thaçi y prometiéndole una fácil entrada de Kosovo en la Comunidad Europea, que es precisamente lo que acaba de hacer Sarkozy, como si el líder kosovar hubiera disipado las odiosas sospechas que pesan sobre el comportamiento del ELK, del que fue máximo dirigente [véase Carla del Ponte, La caza, Yo y los criminales de guerra, p. 305 y ss.]

La Europa de los derechos humanos, de la política social, tenía un rostro; la que ahora se insinúa podría tener otro muy distinto.

sábado, 6 de junio de 2009

OBAMA ANTE EL MUNDO

     Los grandes discursos que ha pronunciado Barack Obama en Egipto y en Alemania representan no sólo un promesa. Son, en sí mismos, realidades, el deseado punto de partida para la construcción de un mundo mejor.

    Han sido discursos lúcidos y valientes, muy ponderados, comprometedores no sólo para él sino también para sus compatriotas y sus oyentes. Habrá un antes y un después y, pase lo que pase, su pronunciamiento de junio de 2009 figurará en los libros de historia, con el valor de una toma de posición sensata ante los males que nos afligen.

   Obama acaba de distanciarse valientemente del “con nosotros o contra nosotros” de su predecesor, y también de sus modos y dichos. Es de muy agradecer. Y hay que apoyarle, dado que, como es obvio, el reto que tiene ante sí es asustante.

    No es el momento de pedirle imposibles, ni de acosarlo con cominerías. Si algo hemos aprendido, no deberíamos hacerle a Barack Obama lo mismo que se le hizo a Gorbachov. Hay que darle un voto de confianza y tiempo, así como hay que juntar filas en torno a su figura, pues se ve venir la taimada reacción de las fuerzas que se oponen a todo lo que él representa. 

viernes, 5 de junio de 2009

ELECCIONES EUROPEAS


   Nunca he militado en las filas del euroescepticismo, pero a ratos experimento la tentación, muy rara en mí, de quedarme en casa, como si las urnas pudiesen esperar, como si la abstención fuese una buena manera de dejar constancia de mi irritación ante el curso de los acontecimientos.  Pero iré a votar el domingo.

   Quedarme en casa sería tanto como dar alas a los euroescépticos y a los antidemócratas, y por supuesto una manera de dar facilidades a la compleja marea antiprogresista.

   Aunque de poderes sospechosamente limitados, el Parlamento Europeo es el depositario de las esencias del sueño europeo. De no haber sido por él, por ejemplo, los pasteleros que propusieron la semana de sesenta y cinco horas se habrían salido con la suya. De modo que, aunque esté un poco cansado, tengo que ir a votar.  

jueves, 4 de junio de 2009

EL PARO Y LA TÉCNICA

A bombo y platillo se pregona una imperceptible amortiguación del paro. Se trata de calmar los ánimos, de ir tirando y de retrasar la quiebra de la cohesión social, ya muy tocada. 
Bajo el signo de la codicia de los que tienen la sartén por el mango, el problema de fondo no tiene solución, como ya deberíamos saber: en la era de la automatización, tan bien estudiada por Radowan Richta, no hay trabajo para todos. Así de sencillo.
La automatización combinada con la organización “científica” del trabajo opera silenciosamente mientras nos dejamos marear por cálculos macroeconómicos y protestamos contra las deslocalizaciones, los despidos, los ERES, la inepcia de las autoridades económicas y todo lo demás.
La robótica progresa con lentitud, porque, como es obvio, en un mundo saturado de trabajadores dispuestos a trabajar por poca plata, la sofisticada maquinaria sale más cara. Pero la robótica está llamada a trastornar por completo el panorama laboral del siglo XXI, siendo muy de lamentar que hayamos abdicado del deber de buscarle objetivos liberadores. Basta con releer El fin del trabajo, de Jeremy Riffkin para entrever lo que nos espera en ausencia de tales objetivos.

lunes, 1 de junio de 2009

DE LA CRISIS COMO “OPORTUNIDAD”

  Un amable comunicante considera que mi visión de la crisis económica es demasiado pesimista y me invita a pensar al confuciano modo, en el supuesto de que toda crisis es también una oportunidad. Y tendrá que perdonarme, porque sólo sé volver a las andadas y no veo “brotes verdes” por ninguna parte. 

   La crisis representa una oportunidad, pero, claro es, no para el común de los mortales, sino para quienes se encuentran en condiciones de apalear millones y de hacer valer su poder a mayor gloria de los grandes negocios. La ocasión es excelente sólo si de lo que se trata es de llevar  hasta las últimas  consecuencias la revolución de los muy ricos y de las gigantescas corporaciones  transnacionales.

   Considero muy sintomático que no se haya vuelto a hablar de “refundar el capitalismo”. De hecho, todos los esfuerzos de las altas autoridades económicas apuntan –con los recursos presentes y futuros del honrado contribuyente– a remendar el sistema, sin la menor intención de alterar el orden de cosas existente.

   Había que salvar a los bancos y al sistema financiero, claro es, por cuanto en la era del dinero fiduciario, basado todo él en la confianza, la cosa se estaba poniendo realmente fea, pero si se habla de algo es de rebajar los salarios, de prolongar las jornadas de trabajo, de despidos en masa, de revisar el sistema de pensiones y, en general, de “dinamizar” el mercado de trabajo, de nuevos impulsos privatizadores, en suma, de cumplir las aspiraciones de la escuela neoliberal, que lejos de llorar sus culpas se apresta a aprovechar la oportunidad… Ahora se trata de acabar de una vez con el sueño europeo, como antes se acabó con el sueño americano y como se acabó, hace ya bastante tiempo, con cualquier sueño del desventurado sur.

   La presente crisis será incluida por los historiadores en el capítulo consagrado a la revolución de los muy ricos, iniciada sigilosamente a principios de los años setenta. El capitalismo, que ahora llamamos “economía de mercado”, tiene una impresionante capacidad de reacción y, de hecho, ya ha empezado a digerirla. Vivimos bajo el signo de un crudo neodarwinismo social, vivimos a la sombra de Ricardo, y las lindas palabras ya no bastan para encubrir tan desagradable encuadre histórico.

    Eso sí, no hace falta ser ningún genio para predecir que, olvidadas las lecciones de los siglos XIX y XX, la presente revolución de los muy ricos acabará teniendo consecuencias políticas y sociales desastrosas. Sin duda, es el momento de releer el libro de Naomi Klein, La doctrina del shock – El auge del capitalismo del desastre, ya no con la tranquilidad de un espectador, sino con el acaloramiento de quien tiene buenas razones para temer por su sustento. 

ENERGÍA ATÓMICA

  Asistimos a una formidable campaña en favor del relanzamiento de la energía nuclear. Se trata, nos dicen, de la única solución a nuestro inquietante problema energético. Y no por casualidad, en gentil coincidencia con la señora Ana de Palacio, nuestra ex ministra de Relaciones Exteriores devenida en asistenta del muy tétrico señor  Wolfowitz, Felipe González se ha sumado a esta campaña con aires de buhonero mayor, ya del brazo del señor Berlusconi. Del nucleares no, nos vemos compelidos a pasar al nucleares sí.

    No sin arrogancia y pillería, se propala la especie de que la energía atómica es una energía “limpia” y “natural”. Se da a entender que es “inagotable”, que las centrales de “última generación” son  segurísimas y que, por lo tanto, los detractores de semejante maravilla somos unos mentecatos.

   Gentes hasta ayer mismo hostiles a las centrales nucleares se van rindiendo en las tertulias y en las redacciones de los periódicos ante lo que parece una marea de sentido común. Lo que no tiene nada de sorprendente: detrás de los rapsodas de lo nuclear operan los gigantes del sector, unas transnacionales poderosísimas, encabezadas por la Westinghouse y la General Electric, cuya capacidad de influir sobre la opinión pública es sobradamente conocida.

   No soy un tecnófobo, y precisamente porque no lo soy no se me puede pedir que tome en serio la propuesta nuclear por una mera campaña de marketing. Tengo en cuenta, en primer lugar, que la construcción de nuevas centrales, si bien será muy lucrativa para los gigantes del sector, le saldrá carísima al pobre contribuyente.

   Y tengo en cuenta que nada se ha dicho sobre la poquedad de las reservas de uranio, ni tampoco sobre el temible poder contaminante de la minería y el procesado del mineral, con el correspondiente resultado de mineros enfermos y muertos, y con el inevitable envenenamiento de aires, tierras y de acuíferos.

   Tengo en cuenta que el problema de los residuos radiactivos sigue siendo el mismo de siempre, con un potencial destructivo incalculable. Tengo en cuenta que las centrales nucleares tienen una vida limitada y que las de “última generación” son estupendas sólo sobre el papel. Y no he olvidado la catástrofe de Chernobil, el accidente de Three Mile Island ni el susto de la central de Tokiomura, ni tampoco el intolerable secretismo antidemocrático que rodea este tipo de asuntos.

    No se me puede pedir que aplauda en ausencia de garantías. El comité alemán de sabios que se pronunció contra el relanzamiento de la energía atómica se expresó con rigor, no así sus partidarios, siempre dados al optimismo y al voluntarismo, incompatibles con la seriedad del asunto.  Y por último, ¿a quién le parece moralmente aceptable que las próximas cincuenta y cinco mil generaciones se tengan que hacer cargo de nuestras inmundicias radiactivas, en su condición de víctimas de nuestra incontinencia económica y energética? No se me puede exigir que me convierta en cómplice pasivo de semejante monstruosidad.