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lunes, 4 de mayo de 2015

UN CENTRO INEXISTENTE, UNA DERECHA ARCHICONOCIDA

    La confusión que reina en esta fase preelectoral es más aparente que real: prestidigitaciones aparte, nos movemos entre dos opciones incompatibles, la neoliberal y su contraria. 
     Los principales partidos en liza se las dan ahora de centristas y hasta parece que hay una aglomeración en ese espacio. Pero  mejor no llamarse a engaño. Donde ahora se alza el gran teatro de la mendacidad habrá pronto un socavón. Los votantes que se dejen llevar por las apariencias se verán pasado mañana sin representación. La incompatibilidad de las dos opciones en juego es brutal y no tardará en saltarnos a la cara.
    La crisis de UPyD es un síntoma clarísimo del vaciado del centro, de su creciente impotencia, causada, en último análisis,  por la  polarización de los espíritus hacia los extremos. En el sistema hasta ayer mismo existente y a pesar de su expreso deseo de corregir los excesos del ordenamiento territorial, el partido encabezado por Rosa Díaz llegó a convertirse en el partido de centro por antonomasia. Desde ese emplazamiento  trabajó denodadamente en proyectos de intención progresista, de cuyo sentido y valor no cabe dudar. Si no hubieran  ido a morir bajo el rodillo del PP, serían mejor conocidos y agradecidos.  Ahora bien, si ya era difícil que se tuviera la percepción de que seguía donde estaba tras su instintiva e histérica coincidencia con el PSOE y el PP en los modos y razones empleados para descalificar a Podemos, lo que ocurrió después fue, a mi juicio, decisivo desde la óptica de la calle.
     UPyD vino a redefinir involuntariamente su colocación en el espacio político por  culpa de la aproximación de algunos de sus componentes de peso a la órbita de Ciudadanos.  Atentos al emergente Rivera, deseosos de un pacto, estos tránsfugas nos revelaron a posteriori que UPyD  había sido una formación trufada de a sujetos  afines a la derecha neoliberal, poco comprometidos con las ideas decían defender bajo la batuta de Rosa Díez (de suyo antipática desde la óptica de los tiburones del establishment y, por lo mismo, un obstáculo para la motorización de los oportunistas).
    Caso ejemplar el del eurodiputado margenta Sosa Wagner, empeñado en votar al descentrado señor Juncker y el primero en reclamar públicamente una aproximación a Ciudadanos, necesaria, explicó, para hacer frente al “peligro” representado por Podemos… lo que en los tiempos que corren carece de connotaciones centristas, por tenerlas simplemente derechistas.
     El programa económico de UPyD es socialdemócrata, el de Ciudadanos neoliberal. ¿Pelillos a la mar? ¡Pues no, señor Sosa Wagner, por muy sobado que esté en término socialdemocracia!  ¿Acaso no se encontraba UPyD más cerca de la izquierda en general que de lo que hay del otro lado de la tierra de nadie que se ha formado bajo sus pies? Si en su crisis se venciese hacia la derecha sería de lo más patético, una confirmación de que es lo que suele suceder.
    El drama de UPyD es el drama del centro político en este país, una señal de que los tiempos han cambiado. Recuerdo que Fernando Savater proclamó que UPyD se disponía a hacer valer “lo mejor de la izquierda y de la derecha”, lo que en la práctica ha conducido, como era de temer, a una burda contradicción, desconcertante de puertas para dentro y de puertas para afuera, casi letal en estos tiempos de confrontación. De ahí la crisis interna y el desconcierto de sus votantes.
    A todo esto, la progresión del partido de Albert Rivera no tiene nada de sorprendente. Este partido atrápalo-todo ha demostrado, según las encuestas, una notable capacidad para atraer a votantes indignados de variada procedencia. Si se demostró que había poquísimo espacio para una formación como VOX a la derecha  del PP, por el otro costado había mucho terreno a disposición de cualquiera. Metido en sus asuntos y de espaldas al común de los mortales, el PP descolonizó ese terreno despreocupadamente, dejando en el aire a quienes creyeron que en su día  había virado hacia el centro
     El partido de Rivera se presenta como una formación laica, de buenas intenciones sociales, progresista… ¿Por fin la famosa “derecha moderna” que se ha echado en falta en este país, la que el PP pudo encarnar y no quiso? Quizá, pero a destiempo.  Ciudadanos hace acto de presencia en el tablero electoral justo cuando la derecha reinante fuera de nuestras fronteras, su aliada natural,  ha pasado de moderna a completamente retrógrada. Su destino no es otro que ser abducido por este gigante y así terminará lo que ahora parece tener un plumaje propio.
    En términos convencionales, podría decirse  que Ciudadanos es un partido de centro-derecha, pero no en la actualidad. Es de derechas a secas, como el PP, aunque carezca de la carga neoconservadora de éste. Y es muy natural que le guste a la señora Esperanza Aguirre, y al entero establishment, que sabe que lo tendrá de su parte, a partir un piñón con el PP si la situación lo demanda. Hasta es posible que en las altas esferas se atribuya a Rivera, falto de compromisos con los cacicatos establecidos, mayor desenvoltura a la hora de aplicar sus recetas y los “nuevos ajustes” reclamados por Bruselas.   
    En fin, con un estilo o con otro, PP y Ciudadanos juegan en el mismo equipo, con los mismos economistas de cabecera, con la misma entrega servil a lo que hay. Que uno se obsesione con el aborto y el otro no, es cuestión muy secundaria.  Vamos a lo serio: ¿se imagina alguien a Ciudadanos eliminando el odioso artículo 135 de la Constitución, o  rechazando de plano la parte vomitiva del Tratado de Libre Comercio e Inversión entre la UE y EE UU?
    Del PP, el macizo de la derecha española, poco hay que decir. Ahora, a buenas horas, se empeña en recuperar el famoso centro, en ocultar su neoconservadurismo, en callar sus devociones neoliberales, en esconder a Wert, en remar en el Retiro, en hacernos olvidar su proyectada ley antiabortista, en dar marcha atrás a las tasas judiciales, en disimular su piel de reptil, en vocear éxitos minúsculos como si fueran enormes, en mostrarse cómodo en mangas de camisa y sin corbata, en ocultar sus vergüenzas, en marearnos con cifras, en gustarse a sí mismo en plan Louise Hay/Arriola. Desde las altas esferas planetarias le han dado una tregua, le felicitan, no le recriminan sus gestos de intención social hechos a última hora y a la desesperada (ya le exigirán nuevos “ajustes” pasado mañana).
     Según las encuestas, el PP perderá su mayoría absoluta. Como esta se le subió a la cabeza, no sabemos cuánto tiempo le llevará recuperar la cordura y los buenos modales. Lo único seguro es que el PP seguirá siendo tan neoliberal y neoconservador como hasta la fecha, perrunamente fiel a los amos de por aquí  y de por allá.
      El votante de derechas sabe muy lo que se puede esperar. El PP le ofrece más de lo mismo. Y Ciudadanos más lo mismo con un líder novedoso, joven, descargado de culpas y compromisos ancestrales, de quien cabe esperar algunas originalidades, como la suspensión del AVE o la legalización de la prostitución. Ambas formaciones son neoliberales, y a quien le guste esta repulsiva y chapucera doctrina de la oligarquía nacional y transnacional, no tendrá ocasión de equivocarse… Puede estar seguro, además, de que el PP y Ciudadanos, unidos por una visión similar de la organización territorial de este país y por el catecismo neoliberal, se entenderán a la hora de la verdad. Y por cierto que  el despistado que los tome por centristas acabará perdido en la niebla ni se sabe por cuánto tiempo, hasta que la sensación de haber sido timado le provoque un desagradable despertar.

jueves, 27 de febrero de 2014

DEBATE SOBRE EL ESTADO DE LA NACIÓN


   Según el presidente Rajoy esto marcha y hemos dejado atrás la recesión, hemos vuelto a la senda del crecimiento y la creación de empleo. La noche quedó atrás, etc. La oposición trató, esforzadamente, de devolverlo a la realidad, y él se reafirmó en lo dicho bien agarrado a sus  chuletas y sin que le temblara la voz, terne en su costumbre de eludir todos los temas que nos preocupan. Sin inmutarse al recibir en pleno rostro tal o cual mentís, repitió hasta la saciedad  los mismos mensajes con un estudiado aire de superioridad, tratando en todo momento de sacar partido de la supuesta ventaja  del optimista desenvuelto frente al desdeñable pesimista crónico. Por no ser Rubalcaba “la alegría de la huerta”, él se elevaba. He aquí, pues un estadista de primera, firme, seguro de sí, contento de haber triunfado donde Zapatero fracasó completamente, esto para mayor soterramiento de Rubalcaba.
    Como vemos, Rajoy y el PP juegan fuerte, tan fuerte que son capaces de jugarse hasta la camiseta a cara o cruz. Hay que tener valor para fiarlo todo a la “recuperación”, a los voceados “brotes verdes”. Claro que Rajoy y el PP dan por seguro que no serán abandonados a su suerte por las altas instancias económicas a las que sirven, que ya se ocuparán de echar tierra sobre  los problemas, para que no les estallen en la cara en plena recta electoral. Creen, desde luego, que es posible presentar como recuperación lo que no lo es. Y esto quiere decir que creen que los  españoles pueden ser anestesiados  y mareados con bonitas cifras macroeconómicas, como si los chanchullos realizados en otros países se pudieran copiar aquí y ahora sin horribles consecuencias.
    En todo caso, para comprender el discurso de Rajoy y la actitud del PP hay que recordar que en la trastienda del movimiento neoliberal es de rigor usar todos los recursos de la mercadotecnia, en plan Karl Rove, para crear  realidades a medida, siendo la verdad una referencia completamente prescindible. Es una cuestión de escuela, del abecé de una escuela.
    Pérez Rubalcaba, Cayo Lara y Rosa Díez, por ejemplo, buscan la aprobación de los oyentes con apelaciones a las verdades de uso común, con la certeza de que  compartimos una determinada realidad social y una determinada sensibilidad moral. Rajoy pertenece, como digo, a otra escuela, donde lo que se lleva es crear realidades, en plan sofístico, sin  ningún rubor, donde no se lleva responder a ninguna pregunta sino aprovechar cualquier pregunta para repetir el mismo mensaje interesado, venga o no a cuento.
    Si tenemos en cuenta los usos de esa escuela, capaz de venderle a la humanidad la trola del neoliberalismo económico, capaz de mentir hasta que medio mundo aceptase la guerra de Irak, por ejemplo, comprenderemos mejor la naturaleza del rollo que nos ha soltado el presidente del gobierno.
    Nótese que no se dirigió a los oyentes que se sentaban en el hemiciclo, sino  a un hipotético oyente medio, representado invariablemente por los técnicos como un perfecto idiota que no merece el menor respeto. Se parte siempre del principio de que dicho idiota es más importante, en términos electorales, que el no idiota. No es que Rajoy no sepa que eludir temas capitales, simplificar las cosas, mezclar verdades con mentiras y todo eso resulta irritante para cualquier oyente con dos dedos de frente. Es que tiene asumido que no hay que preocuparse por ello, por ser lo único importante llegar a la masa, a las “muchedumbres desconcertadas”, como las llamaban Kennan.
    Si esa forma torticera y sofística de hacer política ha hecho muchísimo daño a la democracia norteamericana, imagínese el daño que le está haciendo a la nuestra, mucho menos rodada. No hay forma humana de entenderse, ni de ver los problemas, y menos de solucionarlos. En el fondo, no hay la menor intención de compartir democráticamente las tareas de Estado, hay puro despotismo, cada vez menos disimulado, puro elitismo, el elitismo de quien se siente en disposición de engañar sin ningún miedo a las consecuencias.
     Se decía antes que a un pueblo se le puede mentir, pero que no se le puede mentir sostenidamente. Esto ya pasó de moda, pues la idea es que se puede mentir de manera continuada. El gobernante de la escuela neoliberal se siente tan fuerte que es capaz de arrostrar sin inmutarse el fuego cruzado de quienes analizan y ponen en claro sus mentiras y sus contradicciones.  Sí, el cuenta con los avezados observadores que lo tienen calado, y le dan igual, como le trae al pairo que las mejores cabezas del país no puedan hacer otra cosa que perder el tiempo en desciframiento de lo que él les suelta,  una forma de darles carnaza y de no permitirles concentrarse en lo que de verdad nos importa,  las soluciones. Es inevitable recordar al genio de la mercadotecnia política que les dijo a unos periodistas: “nosotros creamos la realidad, ustedes van detrás, tratando de entenderla”. Pues eso, ahora más que brotes verdes, un vergel. ¡Cuánto cinismo!