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domingo, 27 de noviembre de 2011

DE LIBIA A SIRIA


     A creer a los medios de comunicación y a los gobiernos occidentales, a creer a las Naciones Unidas y a la OTAN,  la intervención en Libia se debió a las más nobles intenciones.  Se trataba de proteger a la población civil contra el sanguinario Gadafi.  Este mensaje fue repetido una y mil veces. Era, nos dijeron, una intervención humanitaria, y las intervenciones humanitarias no se discuten. 
     Supongo que es muy agradable creer en la historia oficial, pero bien claro ha quedado que todas esas bellas palabras han servido para encubrir un golpe neocolonial en toda la regla, motivado por intereses geoestratégicos y petroleros. Primero se introducen armas y mercenarios acompañados de asesores, luego se habla de la barbarie del líder atacado, y empiezan los bombardeos encaminados no a proteger  a los civiles sino a acabar con él.
    La gente de bien se resiste a creer que los más altos poderes puedan ser tan increíblemente hipócritas, tan cínicos, de ahí la eficacia de la retórica neocolonial.  Ahora, según parece,  la misma fórmula se está aplicando en Siria. Se nos hace saber que Bashir Al Assad es una bestia, un genocida, y algo habrá que hacer para poner fin a su régimen, otra vez por razones humanitarias, expresión que a estas alturas debería darnos grima, por el tufo goebellsiano que despide a tres leguas.
   La información no oficial nos habla de una operación multinacional contra Al Assad, similar a la que acabó con Gadafi. Se instruye a rebeldes, se les arma, se les paga, etc. y se proclama a los cuatro vientos que Al Assad está disparando por pura maldad, no para defenderse. En este caso, de gran peso son los intereses geoestratégicos de Israel, y principalmente, todo lo que se refiere, ya que no al petróleo, al control del agua. Y es que ya hemos entrado una  fase terminal, en la que se lucha por recursos naturales.

jueves, 20 de octubre de 2011

LA MUERTE DE GADAFI


      La visión del cadáver del líder libio, como  la de los despojos de Sadam Hussein, no me causa ni la menor satisfacción. Al contrario.  El vídeo  muestra un auténtico linchamiento, algo moralmente repulsivo. La "comunidad internacional" debe necesariamente cuestionarse el significado de haberse involucrado en semejante acción. Lo sucedido nos indica en qué fase de la historia nos encontramos. Empeoramos y ciertos cadáveres se exhiben como trofeos, por la tele, como antes se hacía en la plaza pública. 
    Anteayer enemigo de la potencia imperial, que en tiempos de Reagan bombardeó Trípoli y Bengazi haciendo pagar a justos por pecadores –en respuesta a un atentado acaecido en La Belle, un pub de Berlín–, ayer amigo de nuevo, tan amigo que hasta daba gusto sentarse en su jaima, hoy acribillado, Gadafi ha acabado sus días trágicamente,  previamente demonizado. Cumpliendo, eso sí, su promesa de morir en su patria.
    Se nos ha hecho saber que la intervención de la OTAN ha sido de tipo humanitario. La ministra Chacón acaba de agradecer a nuestros aviadores su contribución a “salvar vidas”.  ¡Un tirano menos, viva la democracia! ¡Qué buenos somos! "¡Guau!" ha exclamado la señora Clinton, al recibir la noticia del linchamiento de Gadafi... Obama a felicitado a los rebeldes a raíz de este suceso, dándoles el título de "vencedores"... 
      Mejor no pensar en los intereses petroleros, en los intereses geoestratégicos y en las divisas que controlaba Gadafi, un bocado apetitoso. Mejor no pensar en que lo sucedido nos confirma la disposición a derribar gobiernos incómodos a cualquier precio, sangrientamente, a lo que se supone que tenemos que ir acostumbrándonos.
   Mejor no pensar de qué forma se armó a la oposición a Gadafi, ni de qué manera se bombardeó el país, mucho más allá de lo que se nos dio a entender y siempre al servicio de los rebeldes.  Mejor no pensar en los inocentes masacrados. 
   Y mejor no pensar tampoco en lo que les espera a los libios.  Pero de algo podemos estar seguros, y es de que, por mucho que los intereses materiales y rapaces  se camuflen mediáticamente bajo lindas apelaciones humanitarias, todos vamos a acabar, tarde o temprano, igualmente mal. Nuestra civilización está fallando y nadie puede considerarse a salvo de la barbarie. Desde el punto de vista de la pobre humanidad, aquí lo terrible no es que Gadafi no fuera lo que se dice un buen hombre, lo terrible es que los que presumen de ser mejores evidentemente no lo son.

sábado, 10 de septiembre de 2011

LO DE LIBIA COMO SÍNTOMA

    La percepción que uno tiene sobre lo que está pasando en Libia es de lo más extraña, muy expresiva de la época que nos toca vivir.  
    Hay una versión oficial, según la cual nos hemos involucrado en la guerra por motivos estrictamente humanitarios. Asentado el principio de que los rebeldes son los buenos, reservado el papel de malo a Gadaffi, se supone que debemos alegrarnos de las victorias de aquellos y de las derrotas de éste. Y se supone también que debemos hacer la vista gorda ante el hecho de que la OTAN no se haya atenido al papel de fuerza de interposición. Todo sea por la causa, tan intachable.
   Pero hay otra versión, según la cual los intereses que mueven a occidente son cualquier cosa menos presentables, porque hay que tener en cuenta el petróleo y las arcas del dictador, repletas de divisas, un botín suculento en estos tiempos de estrechez, esto por no entrar en consideraciones geopolíticas más o menos obvias y por dejar a un lado el vidrioso asunto de la creciente compulsión a hacer uso de la fuerza.
     Las informaciones sesgadas han sido la norma, y parece que, en lugar de vivir en una sociedad abierta, bien informados, debamos considerar normal la ausencia de noticias y de debates parlamentarios serios. 
     Sin embargo, al final  nos enteramos de que  los rebeldes que estamos apoyando cometen  atrocidades indescriptibles, nos enteramos de que, hasta ayer mismo, las relaciones de Gadaffi con occidente eran, aunque tenebrosas, excelentes, nos enteramos de que el líder rebelde Belhady, el héroe de la conquista de Trípoli, es un acreditado extremista islámico y de que él y gente de su entorno han tenido algún trato con el tristemente célebre Tunecino de los atentados de Madrid. 
     Uno se pregunta qué clase de democracia puede salir de todo ello, pero hay algo seguro: Cuando dentro de un tiempo encajen las piezas del rompecabezas, el cuadro nos dejará espantados, por la lógica del trazo, por la chapuza, por la maldad y por las mentiras que nos tragamos.

miércoles, 1 de junio de 2011

SIN NOTICIAS NI DE AQUÍ NI DE ALLÁ


    No deja de ser asombroso el grado de ignorancia en que nos vemos sumidos en la “era de la información”.  Cuando uno cree estar, por fin, enterándose de algo, zas, pierde el hilo,ya se trate de Ruby Rompecorazones o de Bin Laden. En lo tocante a Fukushima, por ejemplo, heme aquí tan ignorante como lo estuve en los tiempos de Chernobil.  Los periódicos no dicen gran cosa, Internet tampoco. Contemplo, eso sí, un conejo blanco sin orejas, más bien torpe él, y se me da ocasión de reflexionar ante el hecho de que doscientos jubilados se hayan ofrecido para actuar como liquidadores. Me siento rodeado de brumas soviéticas.
     ¿Sabe alguien cómo van las cosas en Irak? ¿Y en Afganistán? ¿Se fueron ya de Bahrein las tropas de Arabia Saudita? ¡Ni idea!  ¿Qué está pasando en Túnez? ¡Vaya usted a saber!  ¿Lleva trazas la junta militar egipcia de dar satisfacción a las demandas de democratización expresadas en la plaza de Tahir?  ¿Qué está pasando realmente en Siria? ¿Dispara el presidente Al Asad contra su pueblo porque se ha vuelto loco o porque le disparan?  ¿Y cuál es la situación en Libia? ¿Son los rebeldes más demócratas que Gadafi?  
    Tengo la odiosa sensación de estar siendo engañado, distraído con juegos trileros, con  una sucesión de sofismas. Más allá de las “noticias”, es posible entrever realidades oscurísimas.
    En el caso de Fukushima, lo de siempre: minimización de lo sucedido, dosificación de los datos, revelación neurótica de pequeñeces, encubrimiento de las chapuzas y silencio, mucho silencio, hasta por parte de la dignísima OMS.
   También lo de Libia tiene mal aspecto. La intención humanitaria, como era de prever, ha desembocado en otra cosa muy distinta, en la que España está implicada en grado para mí desconocido. Hasta bombas de racimo están cayendo allí, y proyectiles de uranio enriquecido también. En medio del apagón informativo, se perciben vibraciones siniestras, intereses geoestratégicos y petroleros, lo que promete enormes e injustificados sufrimientos.