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lunes, 13 de mayo de 2019

EVA PERÓN, MI PADRE Y LA RAZÓN DE MI VIDA

    Coincidiendo con el centenario del nacimiento de Eva Perón, Emecé publica Evita y yo, libro póstumo de mi padre, donde he reunido sus valiosísimas páginas sobre el peronismo, sobre su relación con la primera dama de los argentinos y sobre la escritura del libro que ella firmó, La razón de mi vida
    La publicación de Evita y yo me quita un gran peso de encima. Yo deseaba ver debidamente vengado a mi padre ante el tribunal de la historia, hasta la fecha injusta con él, y al final me he salido con la mía. 
   La razón de mi vida que conocen los argentinos es una lamentable tergiversación del original, y las cosas no podían quedar así eternamente. Una cosa es el original, que obra en mi poder, y otra muy distinta la versión oficial. 
   En su momento, ya fallecida Eva Perón, mi padre exigió una lectura comparativa entre el original de La razón de mi vida y la versión oficial publicada por Peuser en 1951. Reclamó ese peritaje tanto por decoro intelectual como por motivos económicos, seguro, además, de que Eva Perón había sido engañada. Era de rigor una argentinización del texto, pero el encargado de la tarea, Raúl Mendé, eliminó una tercera parte, borró cuanto quiso y añadió lo que le dio la gana, al parecer, según el padre Benítez, con el propósito de de complacer a Perón. 
    Imagínese la situación: A mi padre no le pagaban lo convenido (la mitad de los beneficios del libro) y por ahí iba Raúl Mendé propalando el bulo de que el manuscrito era tan malo que había tenido que reescribir la obra de principio a fin. Se requería  una lectura comparativa a cargo de expertos neutrales. Pero a mi padre no le hicieron el menor caso. La enfermedad y la muerte de Evita lo habían dejado completamente indefenso. Las personas que debían cumplir lo prometido por ella, empezando por el presidente Perón, le dieron la callada por respuesta. No le pagaron y la versión oficial pasó a la historia como libro maravilloso o como ridiculez aborrecible, según el punto de vista. 
   Desde la caída del peronismo hasta la fecha se ha atribuido la autoría de La razón de mi vida a Manuel Penella de Silva. Ningún consuelo… Imagínese el lector lo que fue para mi padre verse asociado a ese libro mutilado y deformado, verse responsabilizado de las ñoñerías, simplezas y monstruosidades (piénsese en la comparación de Perón con Jesucristo y con Alejandro Magno) que salieron de la pluma del señor Mendé. Y conste que esto le dolía no solo por él, sino también por Eva Perón. 
   Por culpa de la versión oficial de La razón de mi vida –convencional hasta la náusea– Eva Perón se ha visto excluida de la historia del feminismo. De modo que yo, al dar a la imprenta el testimonio de mi padre y al ofrecer una lectura comparativa de ambos textos, no solo libero a mi padre de los desatinos de Mendé. También Eva Perón aparece bajo una luz distinta, liberada, en situación de ser recolocada en la posición que le corresponde en el debate sobre el papel de la mujer en la historia, recolocada como feminista, en la corriente que se ha dado en llamar feminismo de la diferencia.
   En ausencia de los datos que figuran en Evita y yo, se entiende que se haya dejado volar la fantasía y que hayan fraguado algunos lugares comunes en el imaginario de los argentinos. Desde la óptica peronista, bien estaba reducir a mi padre a la condición de un escriba pasivo,  para salvar la autoría de Evita. Desde la óptica antiperonista, para dejarla retratada como una nulidad intelectual y como una pretenciosa por hacerse escribir un libro, nada mejor que agitar la versión oficial de La razón de mi vida y dar a entender que el tal Penella de Silva era un don nadie, a lo sumo un avivado.  Nadie parece haberse preocupado por la pregunta acerca de por qué la primera dama de los argentinos confió su firma a un forastero. En fin, amigos, pienso que quedarnos con esos lugares comunes y con esa pregunta sin responder es muy empobrecedor para todos. Creo, además, que ya es tiempo de echar un vistazo al sueño a la vez feminista y humanitario que compartieron Eva Perón y mi padre. Que ese sueño se frustrase no representa una objeción, y menos en los tiempos que corren. (Véase Evita y yo, https://www.amazon.com/dp/B07RN2PGWH  )

lunes, 27 de julio de 2015

LA RAZÓN POPULISTA COMO ESPEJISMO

    Podemos reitera que no es “ni de izquierdas ni de derechas”, repite que la dialéctica izquierda/derecha es asunto superado. Esta originalidad no es baladí, pues separa a Podemos de quienes se sienten de izquierdas, y empieza a escamarme.
    Deduzco que  Pablo Iglesias se ha tomado realmente en serio eso de no ser de izquierdas ni de derechas. Al principio, me pareció una arriesgada argucia electoral encaminada a constituir un partido atrápalo-todo, a hacerse querer  por los despistados votantes del centro, en aplicación del abecé de la sociología electoral. (Arriesgada, porque la posición de un partido no la define él solo. También depende, y a veces decisivamente, de la posición que le atribuyan sus adversarios y sus propios militantes. Siendo obvio que Podemos ha quedado inscrito en el lado izquierdo, como radical además).
    Ahora me inclino a creer que si algo tiene esta anomalía de argucia electoral, tiene mucho más de principio ideológico de máxima significación. O Pablo Iglesias no habría rechazado de ese modo a Alberto Garzón y a todos los símbolos de la izquierda. Si se ha atrevido a desconcertar de paso a sus propios seguidores debo pensar que la cosa tiene mucha importancia para él.
    A mí me suena mal eso de “no ser de izquierdas ni de derechas”.  Me  suena a franquismo, a fascismo, a falangismo.  Una cosa es que la gente del 15-M se hiciese eco de esa fórmula (por estar rechazando simultáneamente al PSOE y al PP), otra cosa es que ciertos  posmodernos la usen por creer que hemos arribado al fin de la historia, y otra muy distinta que tal sea la referencia de un partido  que aspira a gobernar. De modo que ahora necesito pruebas para no considerar insano este planteamiento de Podemos.
    Intrigado, tentado estoy de atribuir esta excentricidad a la influencia de Ernesto Laclau, un pensador enrevesado, capaz de entretejer, no sin originalidad, los hilados de Gramsci, Althusser y Lacan (lúcido aquel, muy liantes estos dos).  Considerado un posmarxista (no se bien lo que es), Laclau ha influido en la izquierda latinoamericana de los últimos tiempos y no es sorprendente que Iñigo Errejón le hiciese objeto de su tesis doctoral. No es un autor menor. Otra cosa es que su pensamiento sea adecuando a nuestras particulares circunstancias.
     A diferencia de lo que hoy se estila, la visión que tiene Laclau del populismo no es negativa. Entiende que el populismo, en un grado u otro, forma parte de la acción política, en todo momento, como estamos viendo ahora mismo (por ejemplo, cuando el PP  y el PSOE se sacan de la manga una serie de medidas “populistas” de última hora). Hay, claro es, un populismo revolucionario, el que más le atrae, y otro conservador. Los  análisis de Laclau se han basado, sobre todo, en la versión peronista del populismo, un caso de libro.
     El populismo peronista hizo acto de presencia, como otros, en una sociedad donde la dialéctica izquierda/derecha no había rendido ningún fruto en orden a la redistribución de la riqueza, donde el sistema político era inútil, una simple mascarada al servicio de la oligarquía, donde la izquierda de toda la vida  se había empantanado víctima de la represión, donde había un abismo entre ricos y pobres. Y surgió como novedad, por encima de la vieja política, dispuesto a trascender aquella dialéctica, abarcándolo todo, y a la vez obligado a ello por los furibundos ataques recibidos desde los dos lados del campo de juego político. De allí su pretensión totalizante, a partir de la supuesta centralidad que se atribuía a sí mismo.
    No se hablaba de clases, sino de ricos y pobres, de oligarcas y descamisados, donde estos términos eran a todas luces exactos. Las viejas etiquetas ya no valían. Perón se sacó de la manga su justicialismo, con la creatividad que Laclau atribuye a estos movimientos en el plano de los dichos. ¿Comunismo, socialismo? No, no: ¡justicialismo!  De puertas para afuera, Perón hizo fortuna con su “tercera posición”, ni con la URSS ni con los Estados Unidos.
    Cabe ver la influencia de Laclau en la renuncia a expresarse en términos de izquierda y derecha, en la acuñación de la oposición pueblo vs. casta, en una nueva forma de hablar, en la renuncia a viejos dichos y símbolos, e incluso en cierta vaguedad de propósitos, típica de los populismos.
    Las preguntas espinosas se remiten a lo que el pueblo decida en su momento.  Se da por supuesto que todos los que oponemos a la casta vamos  o debemos ir en el mismo barco, en lo que anida una voluntad de alcanzar la hegemonía, unida a la razón populista (conceptos este y aquel centrales en la obra de Laclau). Todo esto es muy interesante, pero no le veo la utilidad en nuestro caso.
    Es cierto que aquí el sistema ha traicionado el bien común, como en la Argentina de finales de los años 40. Ahora bien, hecha esta constatación, se terminan los parecidos. En aquel país y en aquel entonces la divisoria entre ricos y pobres era brutal  e insalvable, no había asomo de cohesión social, etc. Puede que lleguemos a esa situación, pero todavía no hemos llegado, con lo que basta para dar por no aplicables las sugerencias de Laclau sobre la formación de un poder hegemónico de corte populista.
    En un viejo post afirmé que en la España actual no hay populismo a la vista, digan lo que digan los publicistas orgánicos del establishment. Y es que no lo creo posible. El nacimiento del peronismo obedeció a circunstancias irrepetibles.
   La combinación de los carismáticos Perón y Evita no es de las que se repiten, tampoco de las que se fabrican a voluntad.  Además, no se puede pasar por alto que el populismo peronista pudo desenvolverse porque Perón sumó la legitimidad emanada de las urnas al liderazgo de las fuerzas armadas, es decir, se hizo con la totalidad del poder efectivo, sin el cual nada hubiera podido hacer contra una oligarquía intratable.
    Pablo Iglesias tiene un carisma indudable, pero solo el que corresponde a nuestro tiempo y lugar, donde los liderazgos a la Perón o a la Chávez no son bien vistos. Si intentase abusar de él, a buen seguro que toparía con una repulsa creciente dentro de sus propias filas. Y  téngase en cuenta que está llamado a actuar en un Estado en el cual, por imperfecta que sea la separación de poderes, no podría hacer lo que le viniera en gana, por muy de su parte que creyera tener a la razón populista de Laclau.
     El esquema populista basado en un simple y llano “pobres contra ricos” no podría funcionar en la España de hoy como funcionó en la Argentina de Perón o en la Venezuela de Chávez. Aunque las cosas van de mal en peor, todavía hay millones de españoles que tiene algo que defender, un trabajo, un pensioncita, un pequeño bar, algo, con el correspondiente miedo a perderlo y la inevitable resistencia a dejarse llevar por la razón populista, algo que les inspira pavor, de lo que se aprovecha el establishment.
   Y hay un dato más, a mi juicio fundamental, que cierra la puerta a un movimiento populista en nuestro país. Y es que la Argentina que confió su destino a Perón era un país inmensamente rico, que vendía trigo y carne a espuertas, a un mundo medio muerto de hambre. El chavismo, por poner otro ejemplo, tuvo su petróleo. ¿Qué tenemos nosotros?  Hace falta un país rico para que el populismo pueda hacer valer su poder, para que pueda crecer desde el primer día.
    Desde el primer momento, Perón pudo hacer y convencer porque tenía dinero (lo mismo que Chávez). En cuanto las arcas se vaciaron, su régimen sucumbió. Y si el crepuscular peronismo encarnado en la señora Kirchner pudo frenar a los acreedores y hacerse querer con medidas sociales de corte populista, la explicación la encontraremos en la riqueza de aquel país, justo en lo que a nosotros nos falta.
    Mucho me temo que la influencia de Laclau  puede contribuir a desorientar a Podemos, y de rebote a todos. Esto por no recordar que, en su necesidad de alcanzar la hegemonía para no verse a los pies de los caballos, Perón dio lugar a una formación dotada de facciones de izquierda radical, de centro, y de extrema derecha, esto es, a un guirigay que solo él, carisma, demagogia y dinero mediante, sabía “manejar”.  No creo que un artilugio así interese a nadie por estos lares.
     Y no dejaría de parecerme una ironía cruel de la historia que a estas alturas ciertos  ingredientes del peronismo, para colmo entresacados de los académicos y enrevesados libros del profesor  Laclau, confundiesen la mente de la izquierda española, como confundió y mareó Perón a la izquierda de su país, no una sino varias veces… Aquí de lo que se trata es de arreglar, refundar, actualizar o relanzar la izquierda, no de renegar de ella en plan genialoide.