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martes, 27 de mayo de 2014

TRAS LAS ELECCIONES EUROPEAS

   Mientras la situación económica sigue inmutable, por sus férreos raíles, el panorama político cambia, como era de prever, tanto en Europa como en España, sin que sea posible adivinar en qué momento se producirá el choque entre los defensores del status quo y quienes están decididos a modificarlo. De momento, el choque es virtual.
    La hora de la verdad propiamente dicha llegará cuando el poder establecido vea objetivamente amenazada su rutina criminal. La impresión es que “la casta”, por emplear la definición de Pablo Iglesias, cree haberse salido con la suya, poniéndose en situación de seguir en las mismas.
     Haríamos bien en prepararnos para una prolongada confrontación. Y no uso la palabra confrontación por descuido: en Europa las novedades, tanto por la izquierda como por la derecha,  apuntan a una modificación real del orden de cosas existente. Y de hecho, por apuntar hacia dicha modificación real han ido hacia arriba fuerzas de opuesto signo, Podemos aquí o Syriza en Grecia, por un  lado, y por el otro, en Francia, el Frente de la señora Le Pen. Cada país tiene sus particularidades, pero es obvio que estamos ante una consecuencia de la falta de miras de quienes han dirigido el cotarro europeo hasta la fecha.
     Centrándonos en España, las formaciones de toda la vida se han visto castigadas o frenadas por su participación en el sistema, por haberse ganado la desconfianza de grandes masas de votantes.  Hasta Izquierda Plural parece haberse visto afectada por este interesante fenómeno. Asistimos a un castigo a nuestro familiar bipartidismo, que de “imperfecto” pasa directamente a “fallido”, con consecuencias más o menos  obvias para la organización territorial,  la Monarquía y la “casta” en él asentada.
    El PP parece haber quemado sus naves a mayor gloria del neoliberalismo, convirtiéndose en la fuerza a batir y en el modelo de lo que se rechaza instintivamente. El PSOE intentará lavarse la cara, pero no se sabe cómo. La izquierda acomodaticia, por él representada, parece haber quemado sus naves también, ganándose el aborrecimiento de votantes otrora fieles. Lo que se pide hoy es una alternativa, no una acomodación. Y las propuestas alternativas en alza exigen cambios reales, esto es, una ruptura con el paradigma neoliberal vigente.
    Hoy se presta atención a lo que pasará tras la caía de Rubalcaba, pendientes todos de la persona que tomará el relevo. Más importantes son las cuestiones de fondo. ¿Hará algo el PSOE contra el artículo 135? ¿Se arrepentirá de su complicidad con el PP en este feo asunto? ¿Qué papel se dispone a jugar, en adelante, con respecto al tratado EU-EE UU, hoy en fase de clandestina redacción? Estas son las preguntas que no se pueden eludir.
    Ya veremos qué pasa en Europa, donde la desafección  del Frente Nacional y de los euroescépticos ingleses promete algo más que turbulencias, pues poco margen tienen para satisfacer a sus votantes con meros aspavientos retóricos. Podría suceder que la Europa que nos ha estafado se haga pedazos y salga algo peor. A cualquier conocedor de la historia el proceso le da mala espina. La fijación en “el problema de emigración”, con metódicas y repulsivas cargas de xenofobia, será atizada para ocultar los verdaderos problemas.
    En cuanto a España, creo que hay que tener en cuenta que “la casta”, que desconoce el bien común, que no tiene nada que ofrecer, que carece de sensatez y mano izquierda, que ignora el fair-play, que se siente respaldada por las más altas instancias planetarias, no va a ser de buen perder.  Capaz es de pretender salvarse por medio del famoso gobierno de concentración (PP + PSOE) y con vaya uno a saber qué medidas excepcionales, algunas ya precocinadas.
     En todo caso, quienes nos oponemos a la Bestia neoliberal le debemos a los resultados de estas elecciones la porción de legitimidad que no le permitirá a dicha casta despacharnos como simples perroflautas , frickies o comunistas casposos. Y creo que ha hecho muy bien Podemos en no encastillarse en su éxito y apuntar a la creación de un Frente Amplio. Pues nos va a hacer falta, como acaba de demostrarse.

martes, 20 de mayo de 2014

YO IRÉ A VOTAR

   Sí, iré, pase lo que pase, a pesar de la ofuscada resistencia de mis  infalibles neuronas reptilianas.  A ver si todavía se puede hacer algo por la vieja Europa, un caso desesperado. Me digo que, al menos, ahora será posible elegir al sustituto del incombustible y teledirigido señor Durao Barroso, posibilidad que sólo parece interesarme a mí.
   No quiero ser cómplice por omisión de la Europa canalla. Quiero contribuir a meter un buen palo en la rueda del proyecto de poner la soberanía a los pies de las grandes multinacionales, como ya lo está a los pies de los señores banqueros. Porque algo gravísimo se está tramando: el Tratado de Libre Comercio UE-EEUU. Y se está tramando a puerta cerrada, sin hacer ruido, apartando el asunto de la atención de los ciudadanos europeos llamados a votar. ¿Se mencionó ese Tratado en los debates? Pues no. Ni la señora Valenciano ni el señor Arias Cañete han dicho ni pío al respecto, en lo que yo veo un caso muy feo de complicidad.
    Si ese Tratado prospera en los términos que se han filtrado, resulta que la legislación europea se acomodará a la norteamericana en diversos órdenes. Asistiríamos a la definitiva liquidación del sueño europeo, sacrificado al mismo Moloch que el sueño americano. Más desregulaciones. Libre circulación de sustancias que los sabios europeos consideran tóxicas y asalto final a la Europa del bienestar, tan molesta para la elite norteamericana como para los propios primates europeos.
    Cuando una empresa multinacional se vea incomodada por la legislación de un país europeo, acudirá a un misterioso tribunal supranacional, pudiendo exigir monstruosas indemnizaciones, sin que ese país pueda hacer otra cosa que pagar, sin que los de Bruselas hagan otra cosa que decir sí señor. 
    Contando con el maldito artículo 135 que los socialistas y los populares calzaron en nuestra Constitución, estaremos realmente atados de pies y manos.  Y es que esa gente no da puntada sin hilo. No hemos llegado a este punto por azar, ni por mala suerte. El Tratado vendrá a rematar la jugada, y si algún día tenemos una Constitución europea, o si se modifica la nuestra, a buen seguro que será a medida del infame documento. No es que la señora Merckel y la Troika sean incompetentes, incapaces de ver más allá de sus narices, no, no. Nos han conducido a este desfiladero con mano firme. Primero, el austericidio, el sometimiento de la gente, finalmente el Tratado, que será presentado como una oportunidad de oro, como la solución. Los interesados harían bien en preguntar a nuestros hermanos mexicanos acerca de ese tipo de negocios.
    Préstese atención, y se verá que todos los pasos que se han dado en España apuntan a la imposición del modelo neoliberal norteamericano, y cuando digo todos digo todos. ¿Que la gente sufre? "No me importa nada", como acaba de decirle el diputado popular García-Tizón a los padres de unos niños enfermos de cáncer. El "que se jodan" de la señora Fabra no fue una salida de tono ocasional. Ya llevamos mucho recorrido por este camino de perdición.  O nadie, y menos el rey y el príncipe, se atreverían a sumarse al rollo de la recuperación cuando la gente está  con el agua al cuello. Ya nos dijeron los genios de la fundación Everis que tenemos que pasar de "la sociedad de las personas a la sociedad de los talentos" [sic!], etcétera.
     Me opongo a esta Europa cuyo único horizonte es ese Tratado. Me opongo por razones filosóficas, por sentido común, por eso que antes se llamaba conciencia histórica, y también porque corro el peligro de acabar bajo un puente.  Si ese proyecto sigue adelante, será cuestión de tiempo que Madrid acabe como Detroit. Y no  quiero. Por eso iré a votar.

martes, 18 de febrero de 2014

LAS ELECCIONES Y LA IZQUIERDA


Se nos echan encima las elecciones europeas y luego vienen otras, trascendentales. Se nos ofrece una oportunidad de pasar de la indignación a la acción positiva. Hay que poner en su sitio a “los señores de Bruselas”; hay que cortar la gruesa trenza de intereses que amenaza con estrangularnos. ¿Vamos ha dejar a Europa,  como cosa perdida y asquerosa, en manos de esos señores? Espero que no, pero me pregunto cuál es la manera más inteligente de proceder.
   Me alarma la dispersión de las fuerzas de la izquierda. No hay tiempo que perder: la Bestia neoliberal está a punto de arrastrarnos más allá del punto de no retorno. Por no mencionar el auge de figuras como Le Pen y Wilders, que llevan tiempo trabajándose a las clases perjudicadas.
    Sería el colmo que estos extremistas de derecha se llevaran el gato al agua, y el colmo también que con su sola presencia pongan las cosas de tal modo que los expertos de mercadotecnia lo tengan fácil para proyectar el espejismo de que los populares europeos  y los socialistas son  centristas serios y tranquilizadores… Europa necesita una poderosa fuerza de izquierda, y la necesita urgentemente. Porque es en Europa donde se tejen las políticas que luego se aplican como si hubieran caído del cielo.
     En España tenemos a los socialistas ya convertidos en un problema para la izquierda social: han hecho méritos como corresponsables  del infame y antidemocrático negocio que nos chupa la sangre. A diferencia de los populares, no están completamente a sus anchas en ese papel, pero lo han cumplido, para desesperación de miles de votantes otrora fieles. La tomadura de pelo no ha podido ser mayor y hasta hay gente que piensa que las medidas progresistas (ley del aborto, matrimonio homosexual) no han sido otra cosa que distracciones. A este extremo hemos llegado (“ni PSOE ni PP”). La evidencia de que los socialistas hicieron con desgana lo que los populares hacen con entusiasmo no atenúa la repulsión. Que los socialistas españoles pactaran a nuestras espaldas la prostitución de la Carta Magna con el artículo 135 fue el acabose.
    ¿Qué posibilidades tiene el PSOE de recuperar la confianza que ha dilapidado? No lo sé, pero pienso que su encastillamento en la creencia de que todo sigue igual obstaculiza la articulación de una alternativa eficaz. Ya está polemizando a derechas e izquierdas, con una mentalidad de pícaro, como si sólo él pudiera hacer lo que no hizo. Pienso que solo el surgimiento de una fuerza muy potente a su izquierda puede obligarle a renovarse y a hacer sus deberes, entre los cuales figura el de entenderse con sus afines teóricos, comprometiéndose a respaldar la eliminación del malhadado artículo 135.
    Tal y como están las cosas, llegará el tiempo de las coaliciones, y hay que cerrarle el paso a cualquier intentona de coalición formal o tácita de los socialistas con los populares, algo que sería nefasto para la democracia en España. Y esto solo lo podrá hacer una izquierda a la izquierda de los socialistas, capaz de darle el golpe de gracia a este turno tan lamentable como el de la Restauración.  
    En España los socialistas no están solos, pero lo que hay a su izquierda es demasiado complicado y desconcertante para el votante común.  Tenemos a los partidos que han hecho su travesía del desierto, las diversas evoluciones del  comunismo y el socialismo, como Izquierda Unida, y a los nuevos, desde Equo al Partido X, pasando por Izquierda Anticapitalista, todos ellos vinculados a fuerzas europeas. Pero el panorama es más complicado. ¿Monarquía o República? ¿Constitución de 1978 o no? ¿Qué hacer con el problema catalán? ¿Socialdemocracia o qué, anticapitalismo puro y duro?  ¿Unas gotas de pragmatismo o ninguna?
    Además, hay un magma novedoso, una continuación del movimiento de los indignados. Se habla de “empoderar”, de “transversalidad”, de la superación de la dialéctica derecha-izquierda, de trabajo en red; conviene meter el incómodo signo @, no sea que a uno le tomen por un machista; se ve con malos ojos a los líderes y no digamos a los más conocidos; se busca la pureza en lo asambleario, se sueña con una democracia como nunca hubo otra igual, con una gran confianza en la gente que me recuerda –no lo puedo remediar– la ingenua fe de mi generación en el pueblo y en la clase trabajadora. La palabra “partido” a veces suena tan mal como la palabra “liberalismo”, lo que es indicio de que las bases del sistema mismo no han sido comprendidas, lo que es tan fatídico para esta Monarquía constitucional como lo sería para una hipotética República. Algunos piensan que el sistema puede ser construido desde cero, lo que indica que muchos han pasado de la vieja fe supersticiosa en la historia a la ignorancia de la historia. No se ve ningún problema en el hecho de que tales o cuales se autodeterminen. Se da por descontado que la Constitución es pésima, la Monarquía un fósil y la República la solución.
     Todo esto es apasionante, pero lamento decir que poco prometedor de cara a las próximas elecciones. Conciliar los nuevos enfoques con los usos políticos tradicionales y formales, terreno en el que se librará la batalla, es una tarea que va para largo, y encima, mientras el PSOE sigue terne en su monarquismo, Izquierda Unida se reafirma en su republicanismo, una división que pagaremos todos, si no se remedia, en las elecciones venideras.
    Es irónico pero, cuando la crisis ha venido a revalorizar los planteamientos de la izquierda, esta no parece en condiciones de dar el do de pecho, si no por falta de vitalidad,  por dispersión. El problema es grave. De ahí que hayan surgido plataformas ad hoc, como Podemos y Convocatoria Cívica, para ver la mejor manera de resolverlo, tarea nada fácil si tenemos en cuenta las diferencias de fondo, la diversidad de las capillas, las reglas no escritas de una contienda electoral y la  dificultad de encontrar el necesario equilibrio entre las propias ideas y la sensibilidad de los votantes comunes y silvestres, a los que sería estúpido dejar atrás con una necia galopada intelectual por terrenos ignotos.
    Aquí no se trata de lograr un avance testimonial –que es lo que prometen hoy por hoy las encuestas– sino de mucho más. Sería, creo yo, una torpeza meter miedo en el cuerpo a los que ya se encuentran asustados. Hay que encontrar el equilibrio. Otra torpeza sería marear al electorado con siglas y con programas y declaraciones de intenciones más o menos semejantes y redundantes. Esto mientras el adversario vacía sobre nosotros su formidable arsenal de sofismas. ¡No quiero ni pensar en el resultado!
    Por mi parte, dejando a un lado las  cominerías y las urticarias, yo solo veo dos maneras de proceder, contando con lo que nos une, el superior propósito de pararle los pies a la Bestia Neoliberal y neoconservadora. Y las dos requieren buena voluntad.
1)    Poner todos los huevos en la cesta de Izquierda Unida, cuyo nombre indica claramente de qué se trata, y que ya cuenta con una variante, Izquierda Plural o  Izquierda Abierta   (por favor, aclárense) a medida de esta situación. Izquierda Unida ya existe, y está en la onda. Es una fuerza conocida, curtida y en situación de evolucionar, ya integrada en el Partido de la Izquierda Europea (PIE), un organismo prometedor. ¿Qué nos impide “empoderar” a Gaspar Llamazares y a Cayo Lara para que puedan actuar? Son dos políticos experimentados, precisamente lo que aquí hace falta, con la ventaja de que ya saben que la introversión no les llevará a ninguna parte. ¿Por qué no darles esta oportunidad, que se han ganado por su trayectoria? ¿Por una inquina a “los políticos”, por un rechazo mecánico del liderazgo, por amor a las caras nuevas, a los sujetos sin historia, para inflar el propio ego? Y hay otro motivo a favor de Izquierda Unida: cuenta con una organización, esto es, con algo que, no nos engañemos, no se improvisa por medio de Internet. Además, Izquierda Unida tiene entre sus filas a Alberto Garzón, que parece en condiciones de tender puentes entre los mayores y los más jóvenes.
2)      Dar vida a un Frente Amplio. Esto se hace de la siguiente manera: se crea una coalición electoral, los líderes de los distintos partidos se encierran a redactar un programa común, y adelante con los faroles. Recuérdese y estúdiese el caso del Frente Popular (1936). Unos líderes aparentemente irreconciliables, desde radicales a comunistas, acuciados por el empuje de la derecha, lograron pergeñar un programa común. Y el votante entendió  ­–Frente Popular, así de claro– y le dio la victoria aunque la propaganda fue misérrima, nada en comparación con la del otro lado, como ocurrirá ahora. Eso sí, estúdiese ese programa, y se verá que era moderado, sin asomo de lo que se entiende por extremismo, donde moderado no significa deshuesado. Y naturalmente, si se quiere hacer las cosas bien, con sentido de la realidad, habrá que hacer como entonces, aceptar la prioridad de Izquierda Unida –la que tiene un espacio ya ganado–, como entonces le fue concedida a Azaña y a Indalecio Prieto. Y además, no habría que cerrarle groseramente la puerta al PSOE (que decida él).
     Claro que lo que acabo de decir será tomado por estúpido si no se tiene en cuenta el embudo de la ley electoral, si se minimiza la potencia del bando contrario, si se toman a broma las limitaciones de la democracia de audiencia, si se confía en la lucidez del personal. La unión hace la fuerza, pero fue la derecha la que obró en consecuencia.

martes, 9 de junio de 2009

¿QUÉ DERECHA HA GANADO LAS ELECCIONES?

La victoria de la derecha en las elecciones europeas no se puede considerar sorpresiva; se veía venir, dado el comportamiento de la izquierda, visiblemente incapaz de aprovechar el efecto Obama.

Si contemplamos el panorama sin las anteojeras de nuestra campaña electoral de pandereta, reconoceremos que Europa se enfrenta a una crisis económica de incalculable alcance, acerca de cuyas consecuencias políticas no cabe dudar. ¿En qué quedará el sueño europeo?

En el Parlamento Europeo tomarán asiento no pocos euroescépticos y xenófobos, lo que, hablando con franqueza, no augura nada bueno. No es la primera vez que un Parlamento se ve asaltado por gentes que están lejos de tomarse en serio las reglas de juego convenidas.

Descontada la responsabilidad de la izquierda, el porvenir de Europa como proyecto depende ahora, en gran medida, del comportamiento de la derecha, con la particularidad de que ésta no constituye una fuerza homogénea. Cabe preguntarse qué porción de ella ha salido victoriosa.

A grandes rasgos, si dejamos fuera de nuestro análisis a fuerzas como la del holandés Geert Wilders, hay una derecha conservadora, más o menos fiel a la tradición de Jean Monnet, Alcide De Gasperi y Konrad Adenauer, en cuyas manos el proyecto europeo no corre ningún peligro, y hay otra derecha que, siguiendo las enseñanzas de Hayek, no se siente conservadora en absoluto.

De esta segunda derecha cabe temer comportamientos sorpresivos, probablemente incompatibles con el sueño europeo original, así como, dada su pujanza, una desviación de los conservadores, lo que sería lamentable.

El resultado electoral podría agravar una deriva que ningún observador serio debería pasar por alto. Porque ya hemos visto cosas muy raras. ¿O acaso se imagina alguien a Adenauer proponiendo la jornada laboral de sesenta y cinco horas o la calamitosa “directiva de la vergüenza”? ¿Cómo pudo llegar Alejandro Agag a la secretaria general del Partido Popular Europeo?

Por mi parte, confieso que soy incapaz de imaginar a Alcide De Gaspari tomando el té con Il Cavalieri en la villa de Cerdeña. Y tampoco me imagino Jean Monnet charlando amablemente Hashim Thaçi y prometiéndole una fácil entrada de Kosovo en la Comunidad Europea, que es precisamente lo que acaba de hacer Sarkozy, como si el líder kosovar hubiera disipado las odiosas sospechas que pesan sobre el comportamiento del ELK, del que fue máximo dirigente [véase Carla del Ponte, La caza, Yo y los criminales de guerra, p. 305 y ss.]

La Europa de los derechos humanos, de la política social, tenía un rostro; la que ahora se insinúa podría tener otro muy distinto.