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lunes, 27 de junio de 2016

UNA MEDITACIÓN POSTELECTORAL

      Llevamos tanto tiempo metidos en campaña electoral que se nos ha ido un poco la cabeza. De modo que se entiende la euforia del PP, que ha conseguido un número de diputados muy por encima de lo que cabía esperar. Es comprensible que ya no se acuerde de los votos perdidos por el camino, que saque pecho, que celebre su victoria. El problema, vamos a lo serio, es que este partido no parece haberse hecho cargo todavía de su tremenda soledad, ni de las nuevas circunstancias, en las que no podrá ir ni a la esquina con los modales de ayer.
     Mal asunto, porque al PP solo le sería posible gobernar en minoría, algo siempre difícil, y más cuando se ha despreciado al resto de las fuerzas políticas, cuando se han hecho promesas electorales de imposible cumplimiento y se ha abusado del triunfalismo económico. Se diría que las tristes realidades están a punto de saltarle a la cara. Lo que no es para estar eufórico. Recuérdese la cartita que hace unos días el señor Rajoy le escribió a Juncker, comprometiéndose a hacer nuevos recortes después  del verano. Pues eso mismo.
    Uno comprende también la euforia del PSOE, que se ha librado del sorpasso de Unidos Podemos, pero no me negarán que se trata de una euforia de género tonto, si nos fijamos en lo que ha perdido. En realidad, su descendimiento es una clara indicación de que ya no es un partido hegemónico. Sigue corriendo el peligro de acabar como el PASOK.
    Alguien me dirá que exagero, que los resultados electorales del PSOE lo desmienten. Me temo que es solo cuestión de tiempo. La campaña electoral toca a su fin, y con ella los espejismos. Ahora no le queda otra que elegir. De ir simplemente contra el PP  y contra Unidos Podemos no se puede vivir. Allí están el artículo 135, la ley mordaza, los desahucios, el TTIP, etc. Eso de ir de socialdemócrata en teoría y de neoliberal en la práctica no es posible. Y para colmo, todo indica que si se inclina hacia la acomodación al estilo Felipe González, perderá  apoyos por la izquierda, y que si opta por jubilar a este y todo lo que representa, puertas giratorias incluidas, entonces pondrá en fuga a los que creen que se debe poner una vela a Dios y otra al diablo, mucho más numerosos de lo que parece. ¡Menudo dilema!
    Y por último, es muy compresible la decepción de Unidos Podemos. ¡Perder un millón de votantes! Hay que tener en cuenta el fuego cruzado de todos los demás, pero también que hace solo seis meses ni con esas fue posible contener el fenómeno. Se impone una autocrítica en profundidad. Parece que ha asustado a unos y desencantado a otros.
     Vistas las cosas sin euforia ni decepción, ¿habría sido tan maravilloso para Unidos Podemos ganarle al PSOE, o incluso ganarle al PP por los pelos? Me temo que no, porque una cosa es jugar a seguirle el juego al establishment, la especialidad del antiguo duopolio,  y otra muy distinta enmendarle la plana. La sola idea de que se pueda aspirar a tal proeza en solitario, con un puñadito de votos a favor, o con el apoyo del PSOE precisamente y también por escaso margen, me parece demencial, francamente. Es muy probable que más de uno haya modificado su voto por no querer contribuir a semejante delirio.
     Ya sé que hay problemas urgentísimos, como el hambre, los desahucios y la pobreza energética, pero más nos vale que su solución no dependa de asaltar los cielos. En mi humilde opinión, creo que Unidos Podemos haría bien en renunciar a dar la batalla por el poder, ni así fuera solo por una silla. Esto a juzgar por el resultado electoral, por lo harta que está la gente de tanto sofisma, por esos problemas urgentísimos, por la obvia necesidad de sanear el sistema y no fastidiarlo más, y también por la que se nos viene encima. Me refiero a recortes y chantajes de la peor especie, cuya responsabilidad debe recaer íntegramente sobre los culpables, que deben ser desenmascarados como tales. Para lo cual hace falta precisamente una oposición seria y veraz, no pringada en el negocio. Y ese poder para ser una oposición así es justamente lo que las urnas han otorgado a Unidos Podemos.

viernes, 24 de junio de 2016

LAS TRES FUNCIONES DE UNIDOS PODEMOS

     Mi post anterior ha merecido un comentario valioso, en el que  toma cuerpo el muy llamativo malestar que Unidos Podemos suscita en personas  ilustradas y desprovistas de resortes reaccionarios.
     Se comprende que Unidos Podemos irrite a la clase bienpensante, a sus oponentes directos, a la derecha, a los intelectuales orgánicos del sistema, pero este malestar al que ahora me refiero  se presenta bajo supuestos muy distintos. Yo mismo lo padezco, a veces en forma de síndrome alérgico. Las llamadas de atención y malignidades que figuran en el comentario de mi amigo Juan Ignacio no me son ajenas. Yo también estoy preocupado por el curso de los acontecimientos.
     Me gustaría estar entusiasmado con Unidos Podemos y no lo estoy. Lo que se explica así,  en plan sincero: no soy persona proclive al entusiasmo político (en grado de defecto, no de virtud) y, por otra parte,  se me atraganta el lenguaje posmoderno, lo de arriba, abajo, la transversalidad, la centralidad y demás; se me atraganta el tufo a Laclau y, sobre todo, el dicho de que la dialéctica izquierda/derecha ha sido superada, cosa que no creo y que considero insana desde el punto de vista democrático (no veo funcionalidad posible si se niega el espacio del otro al tiempo que se reniega del propio). Se me atraganta la manía de descalificar la Transición, como también el reiterado propósito de ir a un período constituyente (del que podría salir una Constitución peor que la de 1978).
     Ahora bien, he aquí lo más interesante: tales atragantamientos no me precipitan en los brazos de las fuerzas que se oponen a Unidos Podemos. Y esto porque considero a estas fuerzas  responsables de la desdichada situación en que nos vemos inmersos –responsables aquí y en Europa– y porque, además, las veo necesitadas de una oposición clara y distinta. Sin ese obstáculo llamado Podemos, tanto el PP como el PSOE habrían ido ya bastante más lejos por el camino neoliberal que tienen marcado. Sonará raro, pero creo que, de no mediar Unidos Podemos, perderían la razón.
     Yo puedo poner tales o cuales pegas, encontrar pelos en la sopa, padecer alergias y hasta paranoias, pero no puedo ignorar las trascendentales funciones de esta nueva formación. Aparte de poner límites a las fuerzas hasta ayer mismo hegemónicas, Unidos Podemos desempeña otras dos funciones: la de representar a las víctimas de las políticas de tales fuerzas y la de ofrecer una oposición seria a la barbarie neoliberal.  
      Habrá quien crea que no hay tal barbarie, que estamos en estupendas manos, pero me será permitido que yo agradezca que Unidos Podemos se haya hecho con algunos medios para hacer algo al respecto. El neoliberalismo necesita topar con un límite, o nos destruirá a nosotros y al entero planeta, y no se puede tener a tantas víctimas fuera del sistema político sin perder hasta la última miajita de legitimidad, algo que ninguna sociedad sensata se puede permitir.
    Se puede uno poner de los nervios ante la evidencia de que Unidos Podemos se presenta como socialdemócrata mientras tiene en la trastienda corrientes comunistas y anticapitalistas. ¿Pura confusión? ¿Una tenebrosa duplicidad? Hay opiniones para todos los gustos. Yo creo que Unidos Podemos es en las actuales circunstancias una fuerza socialdemócrata, como dice Pablo Iglesias. En el encuadre cultural e histórico en que nos movemos, es de rigor, el término medio virtuoso que ni siquiera ha sido necesario inventar, el encuadre en el que converge el grueso de la izquierda.
     Con la particularidad de que, justo  por tener en la trastienda dichas corrientes anticapitalistas, no precisamente estúpidas, a Unidos Podemos no le queda otra que ser socialdemócrata de verdad. O no podría  mantenerse sobre sus pies, ni tampoco cumplir ninguna de las  funciones que le atribuyo. ¿Podría cumplirlas desde la marginalidad? No. ¿Y desde la simple acomodación al modo característico del PSOE? Pues tampoco. Y por cierto que esa pluralidad de fondo no es necesariamente mala. La pluralidad es prácticamente el único antídoto que se conoce contra el dogmatismo y la autocomplacencia. Nos hemos acostumbrado a que los partidos se produzcan como un solo hombre, pero no le veo ni la gracia ni la utilidad. (He vuelto a leer el comentario de Juan Ignacio y constato solo le he respondido a medias.) 

miércoles, 22 de junio de 2016

LOS FANTASMAS DEL 26-J


     No sería nada raro que la segunda vuelta electoral dejara las cosas más o menos como están.  Lo que no está como siempre es el sistema político. La crisis económica, como era de prever,  ha terminado por afectarle negativamente, y no cabe esperar de las urnas ningún efecto terapéutico a juzgar por los dichos y los hechos de unos y de otros. El daño no ha sido cuestión de un día, y tampoco lo será la curación.
     He aquí la anomalía: tanto el PP como el PSOE actúan como si aquí no hubiera pasado nada, como si fueran unos santos.  El PP se produce como si todavía conservase su mayoría absoluta, repite los mantras de ayer, saca brillo a su victoria de diciembre, va de sobrado, como si se bastase a sí mismo para gobernar. No otra cosa hace el PSOE, aunque ya no las tenga todas consigo. Pedro Sánchez se muestra beligerante a derechas e izquierdas, tratando de afirmarse en un centro que ya se le ha desvanecido bajo los pies.
     Como el PSOE ha ido de partido de izquierdas, es muy comprensible que el electorado le haya pasado factura antes que al PP, pero ambos se encuentran en el mismo desfiladero,  cuesta abajo en su rodada. Es cuestión de tiempo que este reciba un castigo que dejará pequeño al de diciembre.
     Salvo reacciones geniales, el PSOE acabará como el PASOK y el PP como Nueva Democracia. Y conste que un entendimiento entre los dos después del 26-J no sería una genialidad sino un acto de desesperación.
      Se dice que el problema radica en la incompatibilidad entre Rajoy y Sánchez, pero no; es un problema de fondo. El problema es que estos partidos ya no representan a sus respectivos votantes, una desagradable evidencia que se abre paso poco a poco en las conciencias.  Tal es la consecuencia de haber tomado como propio el infumable programa que ha acabado con el sueño europeo. Han hecho suyo ese programa elitista; no tienen otro. Se dejan llevar, nada más, el PP con mucho gusto y el PSOE con disimulo. Y ha pasado lo que tenía que pasar.
     Desde la noche de los tiempos, desde la remota época de las jefaturas, es sabido que no se puede gobernar a favor de una minoría y en detrimento del común  de los mortales sin acabar mal. O el PP y el PSOE rectifican, o acabarán como sombras de lo que fueron. Y no hay más que ver cómo han reaccionado ante la recomposición de la izquierda propiamente dicha para concluir que carecen de recursos políticos para sobreponerse  a la adversidad.
    La  manía de meternos miedo con lo que podría hacer Unidos Podemos o con lo que podría pasar si Pablo Iglesias llegase a la Moncloa es algo más que una vieja artimaña electoralista.  Revela una ausencia de autocrítica que da grima, pésimos modales políticos y un vacío mental que hará historia. Resulta patético que le pidan a Unidos Podemos precisamente lo que ellos no tienen.
    Al parecer, el PP y el PSOE todavía no han reparado en que hay millones de españoles les temen bastante más que a Unidos Podemos. A estos españoles ya no se les engatusa con milongas macroeconómicas  ni  se les conmueve con declaraciones de principios incumplidos. Aunque solo fuera por la existencia de estos votantes, el PP y el PSOE deberían mostrarse más respetuosos. Y hay que tener en cuenta, además, que de no mediar esta izquierda, ellos habrían terminado de perder el sentido de la realidad. La normalización de nuestro sistema democrático no depende solo del buen hacer de Unidos Podemos. A ver qué hacen ellos.

lunes, 23 de mayo de 2016

Y EL 26 DE JUNIO, ELECCIONES GENERALES

     Ya cansado de los acuerdos imposibles y los juegos de prestidigitación  política, irritado incluso, enfilo con mis expectativas por la breve recta que conduce a las urnas. Confieso que tengo que hacer un considerable esfuerzo para reconocer lo obvio, a saber, que el 26 de junio tendrá lugar una cita electoral de la mayor trascendencia. No será una cita más en una situación de normalidad. Los resultados y la evolución de los acontecimientos pondrán a prueba la salud de nuestro sistema democrático y, al mismo tiempo, determinarán nuestro rumbo en asuntos mundiales gravísimos. Piénsese en el monstruoso peso de la deuda, en el vaciamiento de la hucha de las pensiones, en el artículo 135, en los recortes en educación y sanidad previstos para después de estas elecciones, en la miseria ciudadana y, por supuesto, en el TTIP.
     Desde el 20-D hasta la fecha, la única novedad de relieve ha sido la alianza de Podemos, Izquierda Unida y Equo, una fuerza cuyos límites no hay manera de calcular por adelantado, pero que por su sola existencia representa una aclaración de los términos de la batalla política en que nos vemos inmersos. Podemos ha dejado de jugar a la gallina ciega, ha renunciado a dárselas de centrista, o de pícaramente indeciso, para asumir la representación que ya le atribuían tanto sus adversarios como el grueso de sus seguidores, a saber, la representación de los votantes de la izquierda real.
      El nombre Unidos Podemos oculta la palabra izquierda,  pero ya da igual.  Sobre esta fuerza caerán  todos los proyectiles del repertorio neoliberal. Será tildada de comunista, leninista, trotskista, chavista, madurista y demás, se ponga como se ponga. A mi modesto entender lo peor que puede hacer es dar la menor señal de sufrir algún complejo de inferioridad. (Apréndase de la derecha, que de acomplejada  por motivos más que sobrados pasó, tras repetidos baños en asertividad, a no dudar ni de sus mentiras y  a presumir de una buena conciencia a toda prueba.)
     Como ya he dicho alguna vez el centro del espacio político no pasa de ser una ficción electoral. El centro es hoy una delgada tierra de nadie. De un lado, el frente neoliberal, del otro un frente antineoliberal. Ya le gustaría a uno que hubiera más variedad, pero no la hay. Lo que hay es temor. Y se votará bajo la influencia del temor, perfectamente justificado por otra parte. 
     Habrá quien vote al PP por miedo a lo desconocido y por creer que si se está incondicionalmente de parte del poder universal uno será objeto de trato preferente. Esta versión del síndrome de Estocolmo explica, en parte, que varios millones de españoles hagan la vista gorda a la corrupción y a los síntomas de narcolepsia.
    Habrá quien vote al PSOE con la esperanza de que a fuerza de compadreos con dicho poder, acierte a arrancarle unas migajas. Y naturalmente, algún votante habrá que votará a Ciudadanos imbuido de la misma ceguera, acaso con la esperanza de que Rivera sea un neoliberal más consecuente que Rajoy y, por lo tanto, aun más grato a los ojos de la Troika. Me refiero, claro es, a votantes que todavía no terminan de creer que el aludido poder pueda estar tan loco como para conducirnos a la ruina a todos, también a sus cómplices.
    Quienes temen a Unidos Podemos tienen, como se ve, tres opciones, y cabe pensar que son numerosos, como también son muchos los que votarán a esta opción en busca de algo que oponer a la galopada neoliberal.
    Ni qué decir tiene que también el votante de Unidos Podemos pasará por momentos de prueba, de temor. Temor a que Iglesias y los suyos se queden cortos o se pasen, temor a la reacción de poder, temor a un chasco como el de Syriza. Así pues, el temor que hasta ayer mismo se cebó en los negociadores, ahora ha vuelto a los votantes. Lo que no se detecta es ilusión.