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domingo, 10 de noviembre de 2013

ESTO MARCHA…


   España vive un momento “fantástico” (Botín), es motivo de “admiración en el mundo entero” (Montoro). El gobierno ha hecho un gran trabajo (Van Rompuy). Hasta el príncipe se ha sumado a este canto enervante. 
     Resulta muy desagradable que a uno le metan un chute de optimismo que no ha pedido, y peor aun en este caso,  pues se nos quiere dar a entender que los recortes han sido un acierto, una manera de celebrarlos y, se supone, una manera de preparar los ánimos para los recortes que vendrán a continuación.
    No somos el primer país que sufre este proceso regresivo y destructor, siempre punteado con loas a tales o cuales parámetros macroeconómicos, loas que nunca han faltado en los sucesivos atropellos contra la gente y los bienes públicos. Por lo que ya deberíamos estar avisados.
   No deja de ser el colmo que desde las alturas se tenga la pretensión de imponernos el catecismo del capitalismo salvaje cuando ya se sabe lo que da de sí, el daño que hace. Y encima a palo seco. Obviamente, ya no se puede hablar del “capitalismo popular” y de la “sociedad de propietarios”, en plan promesa, como hacían Reagan y Thatcher. Ahora todo se hace porque sí, sin dar explicaciones, salvo eso de la “sostenibilidad”, que obviamente no rige para los parados ni para los dependientes, ni para los jóvenes ni para los pensionistas.
    Cuando ya medio mundo está en guardia y buscando alternativas al capitalismo salvaje, cuando Estados Unidos, padre del modelo, se encuentra metido en un callejón sin salida, con una deuda colosal y una desigualdad social aterradora, cuando Europa, ya americanizada, ha perdido el norte, nuestros gobernantes, sin una sola idea propia en la cabeza y sin asomo de personalidad, van y toman  al pie de la letra el catecismo neoliberal y neoconservador… con retraso, a destiempo y a ojos cerrados, decididos a aprovechar esta crisis para cambiar nuestro modelo de sociedad.
    Nuestros señores ministros, sordos como una tapia, pendientes de las puertas giratorias y no de los intereses comunes, no se andan con pequeñeces. Están dispuestos a sacrificar, de una sola tacada, con visible complacencia, la legitimidad democrática, la cohesión social y la propia soberanía, todo ello con tal de dar plena satisfacción al 1% de la población y a sus asociados transnacionales, gentes decididas a vampirizarnos en toda la regla y que, desde luego, no sirven a ningún pueblo, sino exclusivamente a sí mismos. No es de extrañar que haya diversos Adelsons merodeado nuestra sanidad, nuestra educación, nuestras pensiones y hasta el canal Isabel II. Pero a mí no se me puede pedir que me alegre por la adquisición de una planta de enlatado de conservas, ni con la perspectiva de que el estadio Santiago Bernabéu se convierta en el Bill Gates Stadium.

lunes, 11 de febrero de 2013

LA CRISIS: DIAGNÓSTICO Y TRATAMIENTO


   Esta crisis no es el resultado de un accidente; viene de lejos y nuestra clase dirigente se la ha ganado a pulso. Urdangarín, Díaz-Ferrán, Rato y Bárcenas, como la entera trama Gürtel, son nada más que síntomas, la forma en que se manifiesta un síndrome realmente grave, típico de la cultura del dinero, una cultura arrasadora que penetró en nuestro país por puertas y ventanas, hace mucho tiempo, en tiempos de Felipe González. ¡Todo por la pasta!
   Recuérdese la apreciación del señor Solchaga, que se felicitaba de lo rápido que se podía enriquecer cualquiera en España, recuérdese la admiración que  suscitaba la irresistible ascensión de Mario Conde. La cultura del pelotazo no es de hoy. Hasta los niños, de lo que soy testigo, empezaron a decir que querían ganar mucho dinero. De aquellos polvos vienen estos lodos. Y nótese la naturalidad de los presuntos abusadores, en ninguno de los cuales detecto trazas de arrepentimiento, ni tampoco el saber estar de Al Capone (un hombre consciente de sus actos). Se han pasado varios pueblos y hasta parecen sorprendidos de haber tropezado con la ley. Pero no nos quedemos con lo anecdótico.
    Lo verdaderamente grave es que Felipe González se dejó abducir por lo que pasará a la historia como la “revolución de los muy ricos”, un fenómeno de importación (como en su día lo fue el fascismo). Parece que las energías disponibles se agotaron en el tránsito de la dictadura a la democracia, y volvimos al “¡que inventen ellos!”, sin el menor atisbo de originalidad.
   El PSOE dio de lado a sus raíces socialdemócratas, y en consecuencia, el PP lo tuvo muy fácil para dar de lado al contenido social de su programa, de raíz democristiana y fraguista. Ambos sacrificaron a la vez sus respectivas tradiciones, atraídos los cantos de sirena del capitalismo salvaje. De ahí que se produjese un cambio de mentalidad espectacular, que, a no dudar, habría sorprendido por igual a Pablo Iglesias y al general Franco. Lo sucedido no entraba en el guión de ninguno de los dos. Tampoco en el de Adolfo Suárez, ni en el de Calvo Sotelo. No es que el PSOE y el PP se adaptasen al espíritu de los tiempos con la debida astucia, es que se dejaron llevar, encantados de la vida. Así pues, en lugar de servir complementariamente a los intereses generales, optaron por servirse a sí mismos y a los peces gordos próximos y remotos.
    La consecuencia: los dos partidos unieron su destino al neoliberalismo económico, que incluye entre sus habilidades la de vender las joyas de la abuela,  la de sangrar el erario público en beneficio de los banqueros y la socialización de las pérdidas, algo normal desde que los contribuyentes norteamericanos tuvieron que pagar los platos rotos de la juerga gangsteril que hundió a sus otrora prósperas cajas de ahorros (a mediados de los ochenta). Se lo jugaron todo a esa carta, esta es la tragedia. Lo que viene ahora es un cambio de época: el capitalismo salvaje ya no puede ser vendido a nadie, tampoco a los despistados habituales, ni maquillado bajo cinco capas de purpurina. Para seguir igual, gobernando por decreto, ¿qué les queda? ¿Unos trucos de propaganda que, en lugar de persuadir, irritan? ¿Las fuerzas de orden público? Están totalmente quemados, metidos en un juego oligárquico realmente insoportable.
    Quizá traten de disculparse, señalando los enjuagues del Vaticano, las manipulaciones del libor, los chanchullos de las agencias de calificación, y  las listezas de los usuarios de puertas giratorias, hoy en Wall Street, mañana en el gobierno. La enfermedad es la misma, desde luego. Pero no creo que eso les baste para hacerse perdonar. Y no lo creo porque este país no puede esperar a que la peste remita o a que se le ponga coto desde las más altas instancias planetarias, asimismo enfermas.
   En primer lugar, no puede esperar porque la gente lo está pasando francamente mal. En segundo, porque los naipes marcados están a la vista de todos. En tercero, porque la enfermedad no se cura con castigos ejemplares. En cuarto, porque mucha gente ya tiene la sensación de haber sido estafada por esta democracia. En quinto porque el sistema ha perdido la capacidad de redistribuir la riqueza sensatamente, con la consiguiente caída en picado de su legitimidad. Y en sexto y último término, porque la conciencia social de la que hacen gala los dos partidos hasta la fecha hegemónicos está claramente por debajo de la del franquismo, lo que ya es el colmo, lo que produce náuseas tanto a la izquierda como a buena parte de la derecha (eso sólo causa  placer a la oligarquía).
    Y como el país no puede esperar, como la solución no vendrá del duopolio ni de sus compadres de fuera, hay que enviarlo a su casa antes de que nos haga más daño.  Y sinceramente, la única solución que veo es un Frente Amplio o Frente Popular, en el que puedan participar todas las fuerzas políticas contrarias a la Bestia neoliberal, hoy encarnada en los dos mastodontes que practican un turno aun más torticero que el  de la Restauración canovista. 
   No es la hora de los maximalismos ni de los particularismos, ni de los pronunciamientos antisistema. No es el momento de modificar la Constitución (bien entendido que entre las propuestas del Frente Popular deberá figurar la eliminación de las modificaciones que el PP y el PSOE hicieron a nuestras espaldas). Es el momento de hacer valer nuestra democracia.  Todos los partidos pequeños deben sentarse a la mesa, en busca de un programa común, sin cerrarle la puerta a nadie (tampoco a los que procedan de la órbita de esos partidos hegemónicos, si se han liberado de la servidumbre neoliberal). De ello depende la supervivencia de nuestra democracia. Y hay que empezar a trabajar ya, en previsión de que las elecciones se adelanten, lo que puede ocurrir para pillar a todos a contrapié,  y en previsión de que aparezca un Monti hispano o de que se intente marear la perdiz con un gobierno de concentración. Y por favor, no nos dejemos distraer por casos como los de Urdangarín o Bárcenas, y tampoco por la prima de riesgo. El tiempo apremia. La alternativa es muy simple: o con la Bestia neoliberal o contra ella.
    

viernes, 20 de julio de 2012

EL MINISTRO MONTORO COMO SÍNTOMA


   El señor Montoro no es ni mucho menos un ejemplar raro. En su persona se manifiesta el modo de ser que lleva camino de arruinarnos los mejores frutos de la Transición.
   Como buen halcón neoliberal, Montoro  dispone de un abundante arsenal de truquillos de mercadotecnia (la culpa de todo, la herencia recibida, Zapatero, etc.) , de  eufemismos irritantes (no es que arrebate la paga extra a los funcionarios, es que se la “detrae”)  y de una seguridad en sí mismo francamente incomprensible (llegó a decir que deseaba la caída de España, en la seguridad de que el PP la salvaría). 
    Creerse superior a todos, no dudar nunca de la propia fe, dejarse llevar por el oportunismo y por la voluntad de poder, he aquí rasgos que explican lo que nos está pasando y, de paso, el ejercicio de irracionalidad e imprevisión a que se entregó el PP durante los ocho años que estuvo en la oposición. 
   Todos esos rasgos están en el señor Montoro, portador también de una serie de tics intelectualoides que operan al margen de la verdad y de la realidad, como es típico en esta secta.  Empezando por el tic de culpar a las víctimas (como hizo Rajoy al ponderar los saludables efectos que sobre los parados tendrá el hachazo a las ayudas que reciben).  Tras ello opera el darwinismo social más extremo, como todo el mundo sabe. 
    Los neoliberales llevan no menos de treinta años metidos en una cruzada contra “los holgazanes”,  y han acabado por verlos por todas partes, aunque nunca –tiene gracia– en su propio campo, donde están los más peligrosos. En este punto, ni Rajoy ni Montoro  son originales u ocurrentes. Repiten mecánicamente los lugares comunes de los publicistas de ciertos think-tanks norteamericanos. Por lo tanto, no es extraño sino lógico que el ministro haya cometido el garrafal error político de irritar a los funcionarios con la insinuación de que trabajan poco y anunciando que tendrán que trabajar más pero por menos, como si en definitiva  nunca se hubiesen ganado el jornal.
   Parte el ministro del conocido principio neoliberal según el cual  los funcionarios deben equipararse a los trabajadores del sector privado, con la correspondiente laminación de sus derechos (muy conveniente para agilizar la laminación de los derechos de los demás, no sea que sigan tomándose como referencia).
    En realidad, al señor Montoro le molestan los funcionarios públicos, como a todos los fanáticos del Estado Mínimo (esto es, pequeño pero suficiente para servir a los intereses oligárquicos).  Y es que  los funcionarios se encuentran, tremendo obstáculo, en el camino de la hoja de ruta privatizadora que  los neoliberales se trazaron no ayer sino hace treinta años con el exclusivo propósito de apoderarse de los bienes creados con el sudor de varias generaciones. 
    Esta mañana, el señor Montoro dejó traslucir sus intenciones: “Lo que hacemos no responde a decisiones improvisadas. Estamos reestructurando el sector público". No habla por hablar. Lo que pasa es que lo que suena bien en las tenidas neoliberales  o en el despacho del señor Rosell suena fatal dicho en público. Ya todo el mundo ha captado adónde se apunta con ese tipo de jerga.
    Montoro  acaba de revelar que las arcas del  Estado están vacías y que peligran las nóminas de los funcionarios. ¡Nada menos! ¿Significa esto que admite el absoluto fracaso de las demenciales políticas neoliberales que nos han llevado a la ruina, a esta formidable traición a los españoles, a esta estafa colosal? ¿Significa que se arrepiente de las bajadas de impuestos a los ricos? ¿Significa que entona un mea culpa por la pirámide de Ponzi? ¡Pues no! Y esto es también típico. La solución: más laissez-faire, venta al mejor postor de tierras y personas. Eso sí, es un poco patético que el señor Montoro no haya reparado en que la ley de la jungla en que tan ciegamente cree, que tan seriamente nos aplica, se la están aplicando a él y a España los tiburones de por ahí fuera. Ya se sabe, devorar o ser devorado, a ser posible con una sonrisa.