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lunes, 3 de junio de 2013

FANTASMAS


     La memoria histórica está poblada de fantasmas, de advertencias de ultratumba. Pongo por caso el fantasma de Alejandro Lerroux, sobre  cuyo Partido Radical pivotaba –no sin extravagancia– el equilibrio del sistema republicano. Un personaje nefasto.
    Lerroux engañó  reiteradamente a sus electores, para acabar naufragando en el piélago de la corrupción, lo que le autoriza a presentarse como fantasma. Mientras se las daba de centrista, don Alejandro jugaba en clave derechista, sin reparar en las consecuencias. La cosa se complicó cuando un par de aventureros, los señores Strauss y Perl, lograron hacer pasar por  un asunto de habilidad un juego de azar concebido para desplumar a los incautos (en honor de estos caballeros se formaría, tras un desplazamiento semántico, el neologismo “estraperlo”). A cambio de sobornos, los dos pícaros lograron que los radicales les permitiesen operar dentro de la legalidad. Don Alejandro recibió  un reloj de oro.
   Vino luego, sobre la marcha, otro escándalo, el del naviero Tayá. Los radicales se vieron pillados con las manos en la masa. El pueblo tomó medidas drásticas con motivo de las elecciones de febrero de 1936. La poderosa formación de Lerroux pasó de ochenta diputados a solo ocho. Tan justo castigo, vistas las cosas con la debida perspectiva, contribuyó a sacar de quicio el sistema republicano, una cruel ironía que el fantasma me hace notar con oscuros propósitos.
    De paso, el fantasma de don Alejandro arguye que lo suyo, lo del reloj de oro y los tocamientos con Tayá, fue una minucia.  “Un reloj no es un Jaguar”, etcétera. Hasta se ha atrevido a decirme que los españoles de hoy somos menos sensibles a la corrupción que los de su tiempo, a lo que debemos tanta estabilidad, lo que ya son ganas de embromar. “El remedio puede ser peor que la enfermedad”, me dice, con aire maligno, dando a entender que, siendo enorme el tumor en la actualidad, el bisturí podría matar al paciente. Ya se sabe cómo son los fantasmas, la poca gracia que tienen. Insiste siempre en que lo de entonces no era nada comparado con lo de ahora, si atendemos a la cuantía de los dineros circulantes y a lo alevoso de las mentiras. Hasta el punto de que no entiende cómo es posible que el gobierno no haya caído.
   Hay muchos fantasmas por ahí. Hay un cardenal Segura que se parece mucho a Rouco. Pero quizá el que más me molesta es uno, borroso y de pocas palabras, que  debe ser el del general Franco. Este fantasma sostiene que, aunque buena para otros países, la democracia liberal es fatídica para los españoles, por razones que explica muy mal pero que ilustra con ejemplos del pasado y, horror de horrores, y esto con delectación y suficiencia, del presente, tomados directamente del periódico. “No se os puede dejar solos”. Me hago, claro, el distraído, pero no dejo de preguntarme qué se debe hacer al respecto.  Porque, señores, ¿cuál es el modo  más seguro para impedir que el tiempo le de la razón? 

lunes, 11 de febrero de 2013

LA CRISIS: DIAGNÓSTICO Y TRATAMIENTO


   Esta crisis no es el resultado de un accidente; viene de lejos y nuestra clase dirigente se la ha ganado a pulso. Urdangarín, Díaz-Ferrán, Rato y Bárcenas, como la entera trama Gürtel, son nada más que síntomas, la forma en que se manifiesta un síndrome realmente grave, típico de la cultura del dinero, una cultura arrasadora que penetró en nuestro país por puertas y ventanas, hace mucho tiempo, en tiempos de Felipe González. ¡Todo por la pasta!
   Recuérdese la apreciación del señor Solchaga, que se felicitaba de lo rápido que se podía enriquecer cualquiera en España, recuérdese la admiración que  suscitaba la irresistible ascensión de Mario Conde. La cultura del pelotazo no es de hoy. Hasta los niños, de lo que soy testigo, empezaron a decir que querían ganar mucho dinero. De aquellos polvos vienen estos lodos. Y nótese la naturalidad de los presuntos abusadores, en ninguno de los cuales detecto trazas de arrepentimiento, ni tampoco el saber estar de Al Capone (un hombre consciente de sus actos). Se han pasado varios pueblos y hasta parecen sorprendidos de haber tropezado con la ley. Pero no nos quedemos con lo anecdótico.
    Lo verdaderamente grave es que Felipe González se dejó abducir por lo que pasará a la historia como la “revolución de los muy ricos”, un fenómeno de importación (como en su día lo fue el fascismo). Parece que las energías disponibles se agotaron en el tránsito de la dictadura a la democracia, y volvimos al “¡que inventen ellos!”, sin el menor atisbo de originalidad.
   El PSOE dio de lado a sus raíces socialdemócratas, y en consecuencia, el PP lo tuvo muy fácil para dar de lado al contenido social de su programa, de raíz democristiana y fraguista. Ambos sacrificaron a la vez sus respectivas tradiciones, atraídos los cantos de sirena del capitalismo salvaje. De ahí que se produjese un cambio de mentalidad espectacular, que, a no dudar, habría sorprendido por igual a Pablo Iglesias y al general Franco. Lo sucedido no entraba en el guión de ninguno de los dos. Tampoco en el de Adolfo Suárez, ni en el de Calvo Sotelo. No es que el PSOE y el PP se adaptasen al espíritu de los tiempos con la debida astucia, es que se dejaron llevar, encantados de la vida. Así pues, en lugar de servir complementariamente a los intereses generales, optaron por servirse a sí mismos y a los peces gordos próximos y remotos.
    La consecuencia: los dos partidos unieron su destino al neoliberalismo económico, que incluye entre sus habilidades la de vender las joyas de la abuela,  la de sangrar el erario público en beneficio de los banqueros y la socialización de las pérdidas, algo normal desde que los contribuyentes norteamericanos tuvieron que pagar los platos rotos de la juerga gangsteril que hundió a sus otrora prósperas cajas de ahorros (a mediados de los ochenta). Se lo jugaron todo a esa carta, esta es la tragedia. Lo que viene ahora es un cambio de época: el capitalismo salvaje ya no puede ser vendido a nadie, tampoco a los despistados habituales, ni maquillado bajo cinco capas de purpurina. Para seguir igual, gobernando por decreto, ¿qué les queda? ¿Unos trucos de propaganda que, en lugar de persuadir, irritan? ¿Las fuerzas de orden público? Están totalmente quemados, metidos en un juego oligárquico realmente insoportable.
    Quizá traten de disculparse, señalando los enjuagues del Vaticano, las manipulaciones del libor, los chanchullos de las agencias de calificación, y  las listezas de los usuarios de puertas giratorias, hoy en Wall Street, mañana en el gobierno. La enfermedad es la misma, desde luego. Pero no creo que eso les baste para hacerse perdonar. Y no lo creo porque este país no puede esperar a que la peste remita o a que se le ponga coto desde las más altas instancias planetarias, asimismo enfermas.
   En primer lugar, no puede esperar porque la gente lo está pasando francamente mal. En segundo, porque los naipes marcados están a la vista de todos. En tercero, porque la enfermedad no se cura con castigos ejemplares. En cuarto, porque mucha gente ya tiene la sensación de haber sido estafada por esta democracia. En quinto porque el sistema ha perdido la capacidad de redistribuir la riqueza sensatamente, con la consiguiente caída en picado de su legitimidad. Y en sexto y último término, porque la conciencia social de la que hacen gala los dos partidos hasta la fecha hegemónicos está claramente por debajo de la del franquismo, lo que ya es el colmo, lo que produce náuseas tanto a la izquierda como a buena parte de la derecha (eso sólo causa  placer a la oligarquía).
    Y como el país no puede esperar, como la solución no vendrá del duopolio ni de sus compadres de fuera, hay que enviarlo a su casa antes de que nos haga más daño.  Y sinceramente, la única solución que veo es un Frente Amplio o Frente Popular, en el que puedan participar todas las fuerzas políticas contrarias a la Bestia neoliberal, hoy encarnada en los dos mastodontes que practican un turno aun más torticero que el  de la Restauración canovista. 
   No es la hora de los maximalismos ni de los particularismos, ni de los pronunciamientos antisistema. No es el momento de modificar la Constitución (bien entendido que entre las propuestas del Frente Popular deberá figurar la eliminación de las modificaciones que el PP y el PSOE hicieron a nuestras espaldas). Es el momento de hacer valer nuestra democracia.  Todos los partidos pequeños deben sentarse a la mesa, en busca de un programa común, sin cerrarle la puerta a nadie (tampoco a los que procedan de la órbita de esos partidos hegemónicos, si se han liberado de la servidumbre neoliberal). De ello depende la supervivencia de nuestra democracia. Y hay que empezar a trabajar ya, en previsión de que las elecciones se adelanten, lo que puede ocurrir para pillar a todos a contrapié,  y en previsión de que aparezca un Monti hispano o de que se intente marear la perdiz con un gobierno de concentración. Y por favor, no nos dejemos distraer por casos como los de Urdangarín o Bárcenas, y tampoco por la prima de riesgo. El tiempo apremia. La alternativa es muy simple: o con la Bestia neoliberal o contra ella.
    

lunes, 26 de marzo de 2012

UNA CENITA CON MR. CAMERON


    Acaba de saltar a la luz una modalidad de participación activa en la conciencia del premier británico. Resulta que por “sólo 250.000” se puede cenar con él en Downing Street, se diría que a la luz de las velas, y contar además con la presencia de George Osborne, el ministro de Finanzas. Siempre, claro es, con la disculpa de que el dinerillo se destinará a la financiación del partido conservador.
     La noticia es escandalosa, pero no de tipo sorprendente, porque hace tiempo que el sistema nervioso de la democracia ha sufrido un cortocircuito, siendo lo demás, estas cenitas y la bajada de impuestos a los ricos, la consecuencia inevitable.
    Aunque trate de hacerse el distraído para no respirar el mal olor y para hacerse cargo de los imperativos de la supervivencia, el ciudadano normal recibe todos los días, en la cara, abundante información sobre las enormes sumas de dinero contante y sonante que circulan y se intercambian alegremente por encima de su cabeza. Cameron saldrá del paso de cualquier manera, con ayuda de sus sofistas de cabecera, y el caso acabará naturalmente en nada. Ahora bien, es inevitable que uno se pregunte cuánto tiempo más se podrán seguir manteniendo las apariencias. Nuestros primates no experimentan el menor escrúpulo de conciencia, y ningún reparo estético tampoco, y se dedican, sin más, a chulear al ciudadano normal. Me parece una irresponsabilidad por su parte. Y me parece trágico, si tenemos en cuenta lo mucho que costó atemperar los odios de clase, si tenemos en cuenta la cantidad de ruedas de molino que nos hemos tragado a espera de que dichos primates recapaciten.