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miércoles, 12 de febrero de 2014

EL PARTIDO POPULAR, EL ABORTO Y NUESTRA CRUZ


     Como un solo  hombre votó  el PP que siga su curso la tramitación de la ley antiabortista del ministro Alberto Ruiz-Gallardón, y como un solo hombre se aplaudió a sí mismo al alzarse con la victoria  en el Parlamento. Ha sido un triste espectáculo, tan memorable como el que nos avergonzó con motivo de la guerra de Irak. Las mayorías absolutas son desastrosas en este país, pues se suben a la cabeza de sus usuarios como un narcótico, lo que deja ver algo peor que la falta de praxis democrática: sale relucir una pulsión absolutista con los correspondientes tics y automatismos.  Esta es nuestra cruz, a la que no veo manera de acostumbrarme.
      Léase el texto de la “Ley de Protección de la vida del concebido”, óigase a Ruiz-Gallardón, sopórtese a sus corifeos, atiéndase a los loros y a los que se deciden a hablar, que llegan a equiparar el aborto hasta la fecha legal con un acto terrorista, y pocas dudas pueden quedar: los que se decían liberales y de centro son inequívocamente absolutistas de derechas. Resulta que no han entendido el porqué filosófico y político del liberalismo, lo que resultaría risible si no fuera trágico. Esto es lo que acaba de demostrarse a la luz del tema del aborto, de este anteproyecto de ley que, ni retocado y repintado, podrá esconder su filiación absolutista de signo confesional, con la correspondiente carga de machismo y de oscurantismo.
    El liberalismo obedece la necesidad de hacer posible la convivencia de personas que no comparten la misma religión y la mismas ideas, necesidad evidente a partir del punto y hora en que se reconoció la quiebra de la unidad religiosa y el carácter problemático de la verdad.  Por lo que se refiere al aborto, a nadie le puede sorprender que tenga partidarios y detractores, pues ello forma parte de lo que se entiende por una sociedad liberal, esto es, abierta y plural. Es más, ya sabemos, hasta el hartazgo, que un antiabortista jamás convencerá a un abortista, ni a la inversa. Viven en mundos distintos y, apercibido de ello, el legislador no puede tomar partido al modo de Ruiz-Gallardón. Porque al hacerlo está vulnerando el principio liberal, como lo vulneraría el abortista que se empeñase en imponer el aborto en tales o cuales casos.
     La verdad es que no se entiende muy bien por qué el PP nos ha arrastrado a este desfiladero. ¿Para halagar a su facción extremista? No está claro, porque no parece arrastrar a un número significativo de votantes? ¿Para satisfacer a los obispos? No está claro tampoco, porque ni siquiera aceptan el aborto en caso de violación, aunque esta la defina la autoridad competente y no la víctima. ¿Para ponerse en  sintonía con los neoconservadores norteamericanos? Podría ser, pero no parece posible que en la España de hoy se puedan encubrir los verdaderos problemas como se hace en la América profunda, donde se hace política, maníacamente, “en nombre del feto” (Harold Bloom). ¿Por aquello de ahora o nunca?  En cualquier caso, mal asunto, con la correspondiente llamada a la confrontación.

miércoles, 8 de febrero de 2012

OTRA VEZ A VUELTAS CON EL ABORTO


    Se prepara una reforma de la ley de aborto, que no se limitará a enmendar lo que se refiere a la libertad de las menores, que en adelante tendrán que recabar el consentimiento de sus padres. Se pretende ir mucho más lejos, con la idea de concretar en qué supuestos el aborto será legal y en cuáles no. Esto implica, aunque se haya negado, una regresión  espectacular, pues nos veremos reconducidos al encuadre de 1985… 
      Este retroceso me parece típico de la fase histórica que estamos viviendo, no sólo en España, sino en el mundo, una fase de vuelta atrás, de restricción de las libertades, laminadas en los campos más diversos. Por fortuna, Alberto Ruiz Gallardón no es un Rick Santorum, de los cuales hay muchos y muy crecidos, ya dispuestos a devolvernos a los tiempos oscuros de una patada. Pero el fenómeno no tiene ninguna gracia. Nuestros conservadores,  seria y definitivamente marcados por la doctrina católica, se oponen visceralmente al aborto y a sus implicaciones. Es un dato de la cruda realidad y habrá quien le tome a mal a Gallardón, desde la derecha, que no tome cartas en el asunto con el catecismo en la mano.
    Si el retroceso no es mayor se lo debemos a una fina argucia de origen teológico: el aborto no queda prohibido merced al mismo razonamiento que sirvió para abrirle la puerta al divorcio donde no había ni podía haber tal puerta.  
     El truco consiste en negarle a la persona la libertad de decidir como un sujeto moral autónomo. Será otro –la autoridad– quien tenga la potestad de hacerse cargo de la decisión, en base a tales o cuales supuestos. Lo que implica una intromisión en la vida privada de las personas, una intromisión que contradice los principios liberales sobre los que se supone asentada nuestra sociedad.
     En adelante, tratándose del aborto, la mujer no podrá decidir por sí misma, a solas con su conciencia. Tendrá que ponerse en manos de las autoridades, tendrá que justificarse. Sorprende con qué desparpajo se celebra el liberalismo en el campo económico mientras se procede en sentido antiliberal en el terreno de la moral y de las costumbres.