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martes, 25 de agosto de 2015

EL CASO TSIPRAS

    La trágica rendición de Alexis Tsipras ante el chantaje de los bárbaros del norte ha helado la sangre a la izquierda europea, a partir de ese preciso momento condenada a una nueva división frente a un enemigo que actúa al unísono y en plan apisonadora. Acostumbrémonos, que por un lado tendremos a quienes consideren al señor Tsipras un simple renegado y por el otro a quienes parecen estar decididos a enterrarse políticamente con él por una solidaridad fuera de lugar.
    Entre los exponentes de la primera tendencia, tenemos, por ejemplo, a Varufakis, que ya tildado de traidor a Tsipras (con matices, eso sí), y a quienes han decidido abandonar Syriza para crear un nuevo partido. Entre los de la segunda, a los que  le apoyan a ojos cerrados, convertidos en pruebas vivientes de que “no hay alternativas”.  
    Las réplicas del terremoto griego se han dejado sentir, cómo no, en España. Mientras el establishment se felicita por la capitulación de Tsipras, muy oportuna en términos electorales, la izquierda sufre  la aludida división.
   Lo más significativo es, a mi juicio, la actitud de los máximos dirigentes de Podemos, que han afirmado contundentemente que Tsipras hizo lo que debía, de lo que se deduce que ellos habrían hecho exactamente lo mismo. Al parecer, Pablo Iglesias y los suyos pretenden, a la vez, tranquilizar al establishment, apoyar al socio descalabrado y dar muestras de responsabilidad y centralidad, objetivos sumamente irritantes desde la óptica de cualquier izquierda que se precie.
    Hace unos días le oí decir a Teresa Rodríguez que habrá que contar con cierto “temblor de rodillas” en momentos cruciales, en referencia a las enseñanzas del caso Tsipras. Y ya le ha caído  desde las alturas un patético correctivo, según el cual el fracasado político griego es un auténtico león [sic]...
    Y leo en un artículo de opinión que Teresa Rodríguez incurrió en una “gansada”. Conste que ella no dijo (y yo estaba allí) que sus propias rodillas no fueran a temblar…  Simplemente, llamó la atención sobre las duras realidades e instó, no sin simpatía, a sobreponerse a futuros temblores. Es evidente para mí, además, que no tuvo intención de hacer leña del árbol caído. De modo que de “gansada”, ni media.
    Por mi parte, creo que a nadie se le puede ocultar que hay un antes y un después de la claudicación de Tsipras, a quien ahora vemos metido en la penosa huida hacia delante y ya de camino a una felonía que hará historia.
     Es triste, porque la historia precisamente le dio a este hombre la ocasión de ser recordado como un héroe y reclamado como tal. A mi juicio, debió dimitir  (no digo pegarse un tiro o saltar por la ventana) antes de firmar, y por supuesto, negarse rotundamente a emprender esta impresentable huida hacia delante. Con ello le habría hecho un gran favor a Grecia, a Europa, a la Democracia y a todos los que deseamos plantarle cara a la presente dictadura del capital. La división es entre colaboracionistas y no colaboracionistas, esto sí que lo ha dejado bien claro el señor Tsipras, el enésimo político que le ha salido rana al sufrido votante de izquierdas.