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jueves, 22 de agosto de 2019

LEYENDO A MANOLO MONEREO

     Leo en Cuarto Poder un artículo de Manolo Monereo, “¡Que se vayan todos! El retorno del ‘momento populista’ que nunca se fue”, publicado el 29 de julio de 2019 (https://www.cuartopoder.es/ideas/2019/07/29/manolo-monereo-que-se-vayan-todos-el-retorno-momento-populista-que-nunca-fue/).
    Es inspirador, como otras piezas que le he leído, comparto su anhelo de una sociedad justa y libre, pero me produce malestar, mucho malestar. Detecto las peculiaridades  intelectuales y estratégicas de una izquierda que, a poco que se descuide, quedará encerrada para siempre en la trampa para incautos que le han tendido los magos la revolución de los muy ricos. 
   Imagina Monereo que la única fuerza capaz de vencer al populismo de derechas es un populismo de izquierdas. Apela al “momento populista que nunca se fue”, apela al 15-M. No suena mal, pero no termino de acostumbrarme a esa manera de hablar y mucho me temo que el 15-M ya se fue. A mi entender el populismo es por definición una instrumentalización del sentir colectivo, por la izquierda o por la derecha. (Lo del nacional-populismo de izquierdas, sobre el que he oído hablar, me parece completamente ilusorio.)
   El 15-M no fue un movimiento populista sino un movimiento popular, cosa muy distinta. Fue una reacción espontánea y masiva contra la crisis económica y su gestión, una reacción de los indefensos y no representados. Si de lo que se trataba era de que Podemos le diese alas y orientación a ese movimiento, fracasó por completo. Se alejó de la gente, perdió apoyo electoral, y no es extraño que , habiendo renunciado a ese papel histórico, se empeñe ahora en “tocar poder” al precio de su completa esterilización. Y en  el supuesto de que volviese a producirse un movimiento popular como el del 15-M –algo muy difícil bajo el repulsivo articulado de la Ley Mordaza–, no creo que Podemos, ya consumido por su torpe ejecutoria, pueda adueñarse de su destino. Ha perdido el tren.
   También me causa malestar el trato superficial que Monereo dedica a la socialdemocracia. Hace bien en señalar la complicidad de los socialdemócratas en la jugada neoliberal y en la restauración del status quo, pero demando precisiones. Una cosa es la socialdemocracia como teoría política y otra la andadura de sus dirigentes de los últimos cuarenta años. Considero muy empobrecedor confundir la socialdemocracia con los hechos de falsos socialdemócratas como Schröeder, González, Blair u Hollande, una confusión que ya afecta seriamente a los más jóvenes. 
   Si la izquierda renuncia a la socialdemocracia por culpa de tales personajes, si renuncia al registro liberal que le pertenece, ¿qué le queda? Perseguir en vano la hegemonía, en plan comunista. Y la gente, aunque no lo diga, se lo barrunta, de lo que se aprovechan a placer los publicistas de la derecha. Y por cierto: Podemos nos debe una aclaración.  No puede jugar a la vez la carta comunista y la carta socialdemócrata, ni siquiera jugando vergonzantemente a ambas. 
    En otro artículo, firmado por Monereo y Julio Anguita (https://www.cuartopoder.es/ideas/2019/08/19/un-mundo-grande-y-terrible/), se habla de reflotar el socialismo, pero no queda claro a qué socialismo se refieren. Por el contexto, no parece que al socialismo libertario. Podría tratarse del de Brezhnef, del de Castro, vaya usted a saber. Lo que hay que tener claro es que muy poca gente se siente atraída por tales modelos y que el PSOE, por un lado, y por el otro, los publicistas de la derecha se aprovechan de la ambigüedad, el primero para sacar brillo a su título en plan tranquilizador, y los segundos para meter miedo con los fantasmas coreanos o venezolanos. Hace falta claridad, aunque ciertos teóricos la teman. 
    Hay quien se complace en imaginar un enfrentamiento a cara o cruz con el capitalismo. Es  comprensible desde luego, porque  la imaginación no es dialéctica ni tiene que atenerse a las duras realidades. No obstante, tal y como están las cosas, entiendo que la socialdemocracia seriamente entendida ofrece el único cauce político en el que pueden converger las distintas variedades de la izquierda. El salto de la minoría a la hegemonía es una cosa de locos.
   Otro motivo de malestar: aunque reconoce que es comprensible que se hable en términos de derecha e izquierda, Monereo considera que es un lenguaje desfasado. No estoy de acuerdo y me da mala espina, porque tengo muy presente cómo empezó el juego de confundir al personal, con Daniel Bell y el canturreo tecnocrático. ¿Acaso se puede olvidar que el pistoletazo de salida de la moda de negar la dialéctica izquierda/derecha lo dio Ronald Reagan, hace muchos, muchos años? Jamás entenderé que la izquierda se dejase vender la moto. 
   En opinión de Monereo, de lo que se trata es de que el 99 por ciento se movilice contra el 1 por ciento, siendo necesario sustituir la vieja dialéctica por la pugna entre los de abajo y los de arriba. No suena mal, suena a pan comido en términos democráticos, pero es un error tremendo, de pronóstico pésimo, una invitación a darse cabezazos contra una pared de hormigón. Y esto lo digo porque no sé de ninguna revolución que se haya producido sobre esa hipótesis. Las grandes revoluciones fueron obra de una combinación de elementos de arriba y de abajo. Y la revolución que habrá de hacerse si queremos salvar el pellejo, la dignidad  y la entera humanidad, será obra de gentes de arriba y de abajo, sumadas, o no habrá revolución. Thomas Jefferson no era un pringadillo, tampoco lo eran los nobles que desencadenaron la Revolución Francesa, tampoco los militares que le dijeron al zar hasta aquí hemos llegado, tampoco lo era Lenin, financiado por los alemanes… ¿O no lo hemos entendido aun? 

miércoles, 4 de diciembre de 2013

LA CONSTITUCIÓN DE 1978 (I)


   Mi  post titulado “¿Hacia un período constituyente?” me ha valido algunas críticas, e incluso la acusación de ser ingenuo y  cobarde por andarme con “miramientos” en lo que se refiere a la Constitución, la Transición, la Monarquía y la Iglesia. De modo que me toca volver a las andadas. Empezaré con el tema de la Constitución, cuyo aniversario se celebra este mes.
    Como he dicho, hoy se habla mucho de cambiarla, e incluso de que es demasiado vieja, como si se tratase de una prenda de vestir. Lo que veo y oigo y también las efervescentes críticas que he recibido, todo me reafirma  en la creencia de que es mejor dejarla como está (eliminando, claro, el infame artículo 135).
    Creo que tiene razón el señor Miquel  Roca cuando dice que hoy no existe el consenso suficiente como para acometer la empresa.¿Nos apetece pasar a la historia como autores de una Constitución chapucera, del gusto de una mayoría coyuntural? ¿Sacaríamos algo en limpio discutiendo en esta atmósfera enrarecida?  Creo que no tiene sentido meterse en semejante berenjenal.
    El PSOE apunta a un Estado federal, Izquierda Unida a una República,  UPyD a controlar las derivas autonómicas... Como dice Roca, no hay consenso acerca de lo que conviene hacer. Las discusiones serían dignas de la torre de Babel. Y esto, creo yo, no nos lo podemos permitir en estos momentos, porque nos la estamos jugando.
    El asalto definitivo de la Bestia neoliberal no nos puede pillar sin Constitución, enfrascados en una trifulca de familia. Tenemos a esa fiera encima, azuzada por fuerzas exteriores que disfrutarían de lo lindo al vernos peleados y divididos por cuestiones que no vienen al caso.
      Confieso que  no estoy de humor para meterme en debates en torno a si es mejor una Monarquía o una República cuando amenazan con comerme por los pies. Y no creo ser el único que anda falto de humor. Lo urgente es darle la batalla a la Bestia, y puedo considerar una forma de marear la perdiz y de dar largas a la defensa de este país venirme con ardores republicanos, soberanistas,  centralistas y demás. Y una forma de engañarme, de dejarme indefenso. Esto sin entrar en lo raro que me suena el “federalismo asimétrico”, por no recordar lo que decía Ortega, aquello de que la mejor manera de agravar el problema nacionalista  es  creer que precisamente uno tiene la solución… Ya me veo discutiendo con personas próximas sobre temas que habíamos acordado que no volverían a separarnos.
     No sé por qué motivo tiene que ser de progresistas soñar con una nueva Constitución, habida cuenta de que la Constitución de 1978 es, oh ironía, más progresista de lo que hoy se estila. Otra cosa es que su espíritu haya sido desatendido por quienes tenían el deber de tenerla en todo momento encima de la mesa.
    Y también es más liberal de lo que hoy se estila, por lo que me da grima que se nos vaya a venir encima una losa absolutista de un signo o de otro, a juzgar por las pasiones del momento y por la pulsión de cortar el nudo gordiano que detecto en los discursos de unos y de otros. Me gusta que sea una constitución liberal, sé qué eso es bueno para mí y para quienes no piensan como yo. 
     Y me gusta especialmente porque tiene una interesantísima particularidad: siendo liberal, no es neoliberal, ni es neocón en ningún sentido. Lo que quiere decir que, si arrancamos de cuajo el infame artículo 135, que data de agosto de 2011, puede servirnos de valladar efectivo contra los embates de la Bestia neoliberal. Ese artículo 135 sí que es neoliberal, y de ahí que sea contradictorio con el texto, por lo que, para cualquiera que se la haya tomado en serio, lo preceptivo sea arrancarlo. Y por cierto que todavía no entiendo la cadena de cinismos y cobardías que hizo posible su  intromisión, ni entiendo que todo siguiese andando como si aquí no hubiera pasado nada, como si fuera normal que la Constitución de un país se prostituyese para darle el gusto a unos chantajistas.
   Recuérdese, por favor, que la Constitución de 1978 fue redactada cuando la Bestia neoliberal aun no había mostrado sus poderes. Ni siquiera tuvo ocasión de emponzoñarla. Y recuérdese que, como señalaba Manuel Fraga, posee un potencial “socializante” nada desdeñable. Si dicho potencial no se ha hecho patente la culpa no es de los padres de la Constitución, sino de lo altos dirigentes de PSOE habidos hasta la fecha, responsables de haber sucumbido a las tentaciones de toda clase de puertas giratorias, en absolutos ajenos a que el PP se diera el lujo de emprender su acometida neoliberal. Porque no lo frenaron, porque no le marcaron ningún límite, porque le invitaron a  olvidar el legado de Manuel Fraga como ellos olvidaron el de Pablo Iglesias, porque se dejaron pringar en un negocio contra la gente.  
   Léase con atención la Constitución y se verá que se pronuncia por una redistribución de la renta más justa y equitativa, y que encomienda al Estado la protección de bienes tales como la vivienda, la salud y el acceso a la cultura. Los derechos del trabajador quedan garantizados. Esta Constitución define inequívocamente un Estado social, obligado a intervenir donde hoy el Estado se hace el distraído para mejor operar en función de  intereses ajenos al bien común.
   Las listezas neoliberales no van con esta Constitución; es más, han sido perpetradas contra ella, pasándole por encima. El neoliberalismo es, a la luz del texto y de su espíritu, absolutamente inconstitucional. De modo que sería de lo más estúpido entregársela a la Bestia como si fuera papel mojado, dando lugar a la imperdonable consecuencia de que fuera precisamente el PP el que tenga la ocasión de envolverse en ella después haberla traicionado sistemáticamente con su neoliberalismo de importación. Si penoso sería darle esa ocasión de capitalizar el voto de los ciudadanos amedrentados ante la perspectiva de un cambio constitucional sobre la marcha, penoso sería también darle le menor ocasión de sustituir, en medio de la previsible confusión “constituyente”, el Estado social definido en 1978 por un Estado neoliberal en toda la regla. Es un peligro a tener en cuenta, a juzgar por el artículo 135.
   De modo que, según lo veo yo, más que dejar atrás la Constitución de 1978, más nos vale volver a ella con la debida seriedad, para que nos sirva de motivo de unión entre gentes felizmente dispares, de modo podamos entrarle a la Bestia con unanimidad y determinación, tanto en España como fuera de ella, en el tablero en el que se dirime la partida de la que dependen nuestro porvenir y el de la mismísima humanidad.
    [Debo añadir que Julio Anguita acaba de declarar que las medidas neoliberales que están afligiéndonos son todas ellas anticonstucionales. Tiene razón. Preguntado por La Sexta acerca de lo que haría él si le fuese dado acceder a la presidencia del gobierno, dio una respuesta que vale la pena recordar: "Aplicaría la Constitución".]

domingo, 17 de noviembre de 2013

¿HACIA UN PERÍODO CONSTITUYENTE?


    ¿Cómo salimos de este atolladero, de este  tétrico sacrificio a los intereses oligárquicos locales y transnacionales? La paciencia de mucha gente se ha agotado.
   Oigo hablar de que es preciso abrir un “proceso constituyente”, pero no hay acuerdo sobre sus alcances. Para UPyD, se trata de abrirlo con la intención de “refundar el Estado”, con propósito de poner coto a la deriva del llamado nacionalismo periférico. Para otros, se trata de regresar al punto de partida, con ánimo de establecer una República, un sueño que, visto lo visto, empieza a cobrar forma en el ánimo de quien menos te lo esperas. Y los clásicos lo tienen claro: Julio Anguita cree posible que tengamos una República dentro de un par de años, José Luis Centella usa la palabra “pronto”.  
   Durante el cónclave del PSOE también se habló de modificar la Constitución, para introducir algunos principios que no están explícitamente fijados  en ella y para dar lugar a un Estado federal, suponemos que asimétrico, satisfactorio para los nacionalismos periféricos.
   Como vemos, la idea de meterle mano a la Constitución está en el aire. Sin duda, guarda relación con el terrible desencanto con respecto a los merecimientos de la Transición que aqueja quienes tienen que vérselas día a día con las amargas realidades. Dicho desencanto, muy justificado, excitado por la sordera gubernamental, da alas al deseo de rehacer el sistema, de arriba abajo o en parte sustancial.
     Es muy comprensible, claro, pero me temo que estemos a punto de meternos en un lío, por falta de consenso, y por una mezcolanza de temas y de voces, siendo obvio el peligro de perder de vista el verdadero problema, que no es otro que el encontrar la manera más inteligente de hacer frente a la Bestia neoliberal y neoconservadora que nos está arrastrando a las crueles coordenadas maltusianas  y ricardianas del siglo XIX.
   Seré sincero: la situación me parece tan dramática que no considero oportuno meternos en un debate constitucional, ni total ni parcial. Pues solo contribuiría a dividir a quienes nos oponemos al presente estado de cosas y a marear y amedrentar a millones de votantes, eventualidad que, a no dudar, aprovecharía el PP, el cual, en franco contraste con los descontentos, afirma que no se trata de modificar la Constitución (aunque ya lo haya hecho en connivencia con el PSOE, como se refleja en el infame artículo 135). La situación nos obliga a reflexionar.
    La Constitución de 1978 tiene sus defectos, desde luego, pero no se crea que es tan sencillo escribir la Constitución perfecta. Además, ¿estamos tan seguros de que el problema radica en su espíritu y en su letra? A mi juicio, el problema radica en su desarrollo, en el uso que se ha hecho de ella, e incluso en el olvido de algunos de sus párrafos más enjundiosos.
    Y por otra parte, ¿estamos seguros de que, activísima todavía la Bestia neoliberal, no podríamos ver laminados precisamente los artículos de mayor contenido social, escritos cuando todavía regían en el mundo los principios que justificaron la creación del Estado de Bienestar y la construcción de la clase media? Dada la actual correlación de fuerzas, bien podríamos ir a por lana y volver trasquilados.
    Aparte de que nos ha servido para entendernos, como texto de referencia común, la Constitución de 1978 tiene potencialidades inexploradas.  Fue escrita –insisto– antes de que la Bestia neoliberal levantase la cabeza.
    Después de haber contribuido a la redacción del texto constitucional, habiéndolo hecho suyo aunque no le gustase del todo, Manuel Fraga hizo notar que se podía hacer “lectura socializante” de esta Constitución.  Lo que nos indica que puede ser de suma utilidad contra la Bestia neoliberal. Porque nada tiene de neoliberal, con la sola excepción del artículo 135, calzado en el texto con nocturnidad y alevosía en  agosto de 2011. ¿Por qué no se ha hecho esa “lectura socializante”? Por la deriva de todo el sistema político hacia las coordenadas del neoliberalismo con la inestimable colaboración de lo que se dado en llamar “izquierda responsable”…
    Por lo pronto, haríamos bien en exigirles al PSOE  y al PP que se comprometan a eliminar cuanto antes ese artículo 135, cuya sola presencia prostituye el documento y deja el destino de los españoles en manos de usureros de por aquí y de por allá. El solito convierte nuestra Constitución en papel mojado, e invita introducir en ella, morbosamente, del mismo artero modo, tal o cual capricho particular, como puede invitar a arrojarla en bloque a la papelera de la historia. Borrado ese artículo, la Constitución recuperará su seriedad y su utilidad,  ahorrándonos, sin duda, muchos disgustos.
    Como los ánimos están encrespados y la situación es insoportable, hay que tener cuidado con las subidas de testosterona y con los errores de cálculo. No olvidemos que nos encontramos ante un asunto de poder. O la Bestia neoliberal o nosotros. Y para salir bien librados no podemos dividir nuestras fuerzas, ni tampoco ir por la vida atacando a diestra y siniestra. Con esto quiero decir, en primer lugar, que la cuestión Monarquía o República no es ahora lo principal.
   La pelea entre republicanos y monárquicos haría las delicias de la Bestia neoliberal, tanto más campante cuanto mayor sea la división y la ingenuidad de sus oponentes. Idealizar la República podría ser, a la luz de nuestra experiencia, tan pueril como idealizar a la Monarquía. Y como este es un asunto de poder, creo que lo primero de todo, antes de emprenderla contra el Trono, es averiguar de qué lado están don Juan Carlos y su hijo.
   La Monarquía pudo ser instaurada y pudo mantenerse sobre el principio de que daría cobertura a todos los españoles y no sólo a la mitad. Y su perduración depende ahora de que la veamos y la sintamos de nuestra parte. Si el rey y su hijo se avinieran a utilizarla como simple herramienta de los intereses oligárquicos, entonces sus días estarían contados, como ellos son los primeros en saber. Entiendo, por lo tanto, que no es nada inteligente amenazarles en vano y ponerlos a la defensiva  antes de saber de qué lado están, algo que, en rigor, a pesar de algunos detalles inquietantes, no es evidente en estos momentos. Sería una torpeza poner a la Monarquía en la acera de enfrente, a priori, sin darle ocasión a expresarse con la debida formalidad. Porque, como he dicho, estamos ante un asunto de poder, siendo de sentido común unir fuerzas.
    En la  misma línea, diré que no me pareció feliz que en el cónclave del PSOE se eligiese este momento para plantear secamente la plena separación de la Iglesia y el Estado. Que esta es una de las asignaturas pendientes ya lo sabemos. Pero hay que andar con cuidado en este tema,  pues,  insisto en ello, nos encontramos ante un asunto de poder. Y a nadie se le oculta que no es lo mismo contar con el apoyo de la Iglesia que con su enemiga. Y que, como en el caso de la Monarquía, no conviene guiarse por prejuicios, sino por hechos, por los hechos de hoy  y de mañana, ¿Está la Iglesia de parte de la Bestia neoliberal o en contra?
     Dar pábulo a las tendencias anticlericales  podría tener por desdichada consecuencia segar la hierba bajo los pies de los católicos que se oponen a dicha Bestia, encabezados, en estos momentos, por el papa Francisco. Tal y como están las cosas, me parecería una torpeza, ya se trate de perpetrarla por unos miles de votos, por una cuestión de principios, por viejas pendencias, o simplemente para encubrir una falta de iniciativa en el verdadero campo de batalla.
   En resumidas cuentas, atendiendo a la correlación de fuerzas en España y en el mundo, atendiendo a nuestros antecedentes históricos, creo que sería un error entregar graciosamente a la Bestia neoliberal el usufructo de la Constitución, de la Monarquía y de la Iglesia. ¿O cree alguien que se podrá hacer frente a la  oligarquía chantajista  en plan adánico? ¡No seamos ingenuos! Sin Constitución, metidos en la batalla entre monárquicos y republicanos, subdivididos a su vez en facciones, metidos en una pelea entre católicos y no católicos, amedrentada y confundida la gente, contando con la cortedad de nuestro ejercicio democrático, ¿cuál sería nuestro destino?