lunes, 21 de mayo de 2018

LA CASA DE PABLO IGLESIAS E IRENE MONTERO

    Se nos hace saber que Iglesias y Montero tienen perfecto derecho a comprase una casa con jardín y piscina, que lo que ellos hagan con su dinero es asunto suyo. Claro que sí, no faltaba más. Ahora bien, es inútil cerrar los ojos: aquí hay un problema de orden político, simbólico y hasta moral de graves consecuencias para ellos y para el partido que acaudillan. 
     Lo que en tiempos normales sería visto con una mirada de condescendencia e incluso de total indiferencia, en estos tiempos de penuria, y precisamente por tratarse de ellos, no inspira los mejores sentimientos, como podemos considerar demostrado. No se entiende que hayan actuando y actúen como si no hubieran tenido ojos para imaginar lo que se les vendría encima. No lo vieron venir, malo; lo vieron venir y les dio igual, malo también.
    En vista de que la adquisición de la casa de marras ha provocado toda clase de ataques y murmuraciones, Iglesias y Montero acaban de convocar un referéndum interno. Ponen sus cargos y hasta sus actas de diputado en el envite. Los militantes de Podemos tendrán que decidir si los despiden o si, por el contrario, los respaldan (dando de paso su beneplácito a la adquisición). Se trata de una huída hacia delante, con la particularidad de que Iglesias y Montero tienen la certeza de que los inscritos en el censo de Podemos no se atreverán a darles la patada. El lunes próximo conoceremos el resultado.
    A mi juicio, el daño ya está hecho, con independencia del resultado. En primer lugar, porque habrá votantes que rechacen la adquisición (en la línea de Kichi.) En segundo, porque habrá quien de luz verde a la continuidad de Iglesias y Montero por entender que se trata de un mal menor (en la línea de Monedero o de Echenique, capaz de decir que quienes osan criticarles son unos “reaccionarios”…). En tercero, habrá quien les apoye por un instinto rebañiego digno de lástima. Con estos mimbres a la vista, ¿qué porvenir aguarda a Podemos?
    En cualquier caso, avalada o no por los militantes de Podemos, la adquisición de la casa  –se pongan como se pongan Iglesias y Montero y quienes les apoyan–, es un regalo para los enemigos profesionales del partido, que darán la matraca con el asunto de aquí a la eternidad. Pero quizá esto no sea lo peor: Hay que tener en cuenta el efecto de la compra sobre la conciencia política de los hasta ayer mismo simpatizantes de Podemos, de suyo inquietos tras las últimas jugadas, muchos de ellos con el agua al cuello. No estoy hablando de los 400.000 militantes que figuran en el censo de Podemos, sino de millones de votantes otrora esperanzados y ahora visiblemente desconcertados, ya en situación de no  sentirse representados. 
    El “son como todos” –por los pugilatos internos, las extravagancias teóricas, la desmesura, los desplantes innecesarios, el retorcimiento lingüistico, la marginación de  compañeros, el nepotismo, la incoherencia  y el casoplón– amenaza con socavar la base electoral de Podemos. La idea de que Iglesias y Montero van de líderes autoritarios y narcisistas va cobrando forma en el imaginario colectivo, y realmente no sé qué tendrían que hacer para ponerse a cero y recuperar la confianza perdida.