jueves, 18 de mayo de 2017

LA MENTALIDAD DE LOS CORRUPTOS

    Las revelaciones sobre los distintos entramados corruptores se potencian, pero también se tapan unas a otras y, lo que es peor, nos esconden la raíz del problema, a saber, la mentalidad que los ha hecho posibles.
     Nuestros grandes corruptos son algo más que simples chorizos y pícaros. Porque operan desde el poder, porque conforman una entera clase de personas, porque no roban para sobrevivir sino para engordar, porque se consideran por encima de las leyes que conciernen al común de los mortales y, sobre todo, porque la tienen tomada con los dineros  y los bienes del contribuyente, objetivo estupefaciente de todos sus emprendimientos y desvelos.
    ¿El bienestar del prójimo? ¿La buena salud de las instituciones? ¿La grandeza de la patria? ¿El respeto por la función pública? ¿La alta finalidad de la política? ¿La reputación del partido en que se milita? Oh, ¡qué preguntas más ingenuas! Todo eso les importa un carajo. Disponen, es evidente,  de una mentalidad  caracterizada por un egoísmo radical.
      Como nada recuerdan y nada saben, se diría que delinquieron sin querer, por lo que no pueden arrepentirse…  Pero no me cuadra: estamos hablando de delitos complicados, realizados en comandita, muy meditados, nada parecidos al robo de un gallina. ¡Cuánta sustancia gris perdida en esos turbios manejos!
      ¡Ese permanente estado de acecho, a la espera de una buena presa! ! ¡Qué tremenda y sostenida obsesión por las ganancias! Tan tremenda que en todos los casos se ha planificado mucho mejor la ocultación del dinero que el borrado del rastro que lleva al criminal, por lo general de lo más chapucero (libretas, conversaciones telefónicas, mails, etc.). A esto precisamente se le llama dar la vida por el dinero.
      Uno se pregunta por el estado de la conciencia. ¿Han experimentado estos personajes las torturas íntimas y los sudores nocturnos propios de quien ha delinquido y lo sabe, del que presiente una irrupción policial? ¿Han considerado la posibilidad de suicidarse? Lo lógico sería que sí, pero con esta rara mentalidad lo más probable es que no. No parece haber  mucho de eso que antes se llamaba vergüenza. A quien arriesga su vida y sus neuronas por la pasta, a quien es capaz de pringar a toda su familia,  no viene a cuento pedirle que se enrede en consideraciones sobre la honra y temas afines.
     A algunos hasta se les ha oído demandar a la sociedad el cumplimiento de las mismas leyes que ellos se saltan, no se sabe si dando el do de pecho como hipócritas o por padecer  un desdoblamiento de la personalidad. No es de extrañar que en lugar de arrugarse, se crezcan, declarando que son objeto de una cacería.
     Si los apuras,  es posible que te digan: “En mi lugar, tú habrías hecho lo mismo”. Y eso lo dicta su mentalidad, incapaz de comprender que no es nada normal echarse encima semejantes obsesiones, semejante actividad y, en definitiva, semejante calvario judicial.  ¿Simplemente por el gusto de hacer dinero fácil y de estar en la onda de los tiburones? Podemos estar seguros de que la inmensa mayoría de los españoles no se metería en semejante berenjenal ni harta de vino.
    No estamos ante unas cuantas manzanas podridas. Estamos ante una forma de ser que implica una completa desmoralización. Y  tengo para mí que debemos poner este fenómeno en relación con la penetración de los mantras neoliberales.
     ¿De donde salió la loca idea de que la sociedad no existe? De los argumentarios neoliberales, lo mismo que el desprecio por la titularidad de lo público (ya que no por lo que lo público tenga de negocio particular), lo mismo que el desprecio por la gente, lo mismo que la canonización del trepa, lo mismo que el gusto de presumir de la riqueza, entendida como símbolo del triunfo.
      La policía y los tribunales han tenido y tendrán muchísimo trabajo con esta gente, está visto. Otra cosa es que puedan poner coto al fenómeno con sus solas fuerzas. Sin la movilización de anticuerpos morales   me temo que no hay nada que hacer.  Mientras haya elementos que conviven con la corrupción con tanta naturalidad que ni siquiera la ven, mientras haya tantos votantes que en el fondo de sus corazones envidian al corrupto triunfal hasta el mismo instante de su caída,  dudo de que la cosa tenga remedio.

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