miércoles, 30 de diciembre de 2015

EL MOMENTO DE LA IZQUIERDA

    Por lo que veo,  nos sigue costando adaptarnos al tempo democrático. En democracia las cosas suceden a su ritmo, se toman su tiempo. Por ignorarlo, los protagonistas principales de las pasadas elecciones se presentaron todos como vencedores numéricos o espirituales, el colmo del ridículo. Helos aquí imbuidos de esa mentalidad de ahora o nunca que jamás le ha sentado bien a una democracia digna de tal nombre.
    Por mi parte, opino que la ventaja obtenida por la izquierda en el cómputo total de escaños debe ser justipreciada sin triunfalismo alguno. Las voces que piden que se la haga valer como sea, para formar gobierno, me dan grima.  ¿Acaso no figura el PSOE en la combinación? ¿Y qué pruebas tenemos de su voluntad de hacer honor al socialismo de su fundador? ¿De qué combinación de izquierdas estamos hablando?
    Seamos conscientes, al menos, de que la  ventaja invocada es demasiado corta y de que las fuerzas están divididas. La castración del PSOE, esta cortedad y esta dispersión son argumentos de mucho peso para no intentar siquiera cargar con la responsabilidad de formar gobierno en clave izquierdista.
     Hay que respetar el tempo democrático, hay que saber esperar, no hay que cantar victoria antes de tiempo. Y sobre todo, hay que caer en la cuenta de que ahora, por fin, la historia corre a favor de la izquierda, si esta no se presta a asumir responsabilidades que no son de su incumbencia, si se abstiene de tocamientos que desde la calle serían vistos como sucios.
     Que el peso de la responsabilidad por la que se nos viene encima caiga íntegra sobre los peones de la Bestia neoliberal que nos han traído hasta este estado de cosas. La izquierda real debe protegerse incluso contra la tentación, que le será servida, de compartir dicha responsabilidad  de alguna manera, para pringarla y desprestigiarla.
     Se nos viene encima un año atroz según ha admitido la señora Lagarde; se reclamarán nuevos ajustes y recortes; se nos vienen encima el TTIP, el TiSA y quién sabe qué más. Que los señores neoliberales carguen con sus culpas, que hasta el último despistado comprenda de qué van y cómo se las gastan. Luego, muy pronto, llegará la hora de la izquierda. Por una razón muy sencilla: a la derecha neoliberal ya no le quedan conejos en la chistera.
      Si ahora, bajo la presente correlación de fuerzas, a la izquierda no le conviene acceder al poder (solo para pagar los platos rotos por la juerga de otros), que haga el favor de no proponer soluciones absurdas, como esa de que se apele a una personalidad ilustre  para que se haga cargo del embolado de formar gobierno (la misma que se usó contra Suárez con un resultado pésimo), no sea que se nos suba a la chepa el Monti de turno. No, no, paciencia, un poco de paciencia. El gobierno al servicio de la Bestia que se forme no durará mucho. El tiempo hay que usarlo para servir a la verdad, para informar,  para dar ejemplo, para rechazar de plano las leyes, disposiciones y conductas inhumanas, para establecer un frente unido contra la Bestia neoliberal, para perfilar una alternativa clara y distinta. 

sábado, 26 de diciembre de 2015

ACLARACIONES SOBRE PEDRO SÁNCHEZ

    Un corresponsal me reprocha mi “falta de confianza” en el PSOE y en particular que lo tenga metido en el saco de la mafia neoliberal. Me dice que he sido injusto con Pedro Sánchez, a quien considera el líder natural de la izquierda y el hombre indicado para liderar la operación de dejar fuera de juego a Rajoy.
     Me recuerda que Pedro Sánchez acaba de negarle su apoyo al PP ayer mismo. Lo sé, me he fijado, pero yo adscribo al PSOE al campo neoliberal desde hace mucho tiempo a la luz de sus hechos, esto es, en clave de poder y no de juegos de prestidigitación.
      Admito que en mis comentarios no le he otorgado a Sánchez el beneficio de la duda. No le conozco personalmente. Solo sé de él lo que he visto en los periódicos y en la tele. Puede que él se crea las mejores palabras que ha pronunciado al calor de la campaña electoral, puede que tenga las mejores y más socialistas intenciones, pero carezco de pruebas.
      Ahora bien, he tomado nota de que dejó de hablar de la eliminación del artículo 135 de la Constitución en cuanto se vio presionado por el establishment y de que se declaró más próximo a Valls que a Corbyn. No puedo ignorar tampoco que tiene un asesor llamado Jordi Sevilla, neoliberal y partidario de una gran coalición PP/PSOE, ya compinchado al respecto con Josep Piqué y correligionario económico del señor Garicano, el asesor de Ciudadanos.  
     ¿Pequeñeces? No, a mi parecer, aunque entiendo que mi corresponsal no haya prestado atención esos elementos de juicio: el candidato saltó a la palestra en clima electoral,  definiéndose al calor de las circunstancias, empujado por la necesidad de hacer valer lo que por razones históricas el PSOE aun pueda tener de socialista en el imaginario colectivo. Pero de ahí que tenga la cabeza y los huevos para romper con la herencia de los González y los Solchaga media un trecho.
     He visto a Pedro Sánchez andar por el filo de la navaja, tratando de conciliar los buenos propósitos del socialismo con el orden de cosas existente, como si tal cosa fuese posible en la práctica.  Le he visto eludir temas tan graves como el TTIP y el TiSA, de cuyos pormenores ya debe estar más que enterado. Y además, lo que me parece sintomático, recibió tan mal a Podemos como lo recibieron los del IBEX y de la caverna.  Encima, se ha presentado como el continuador de los maestros de la acomodación y el gatopardismo, desde González a Zapatero, a mucha honra me ha parecido entender.
    Admito que Pedro Sánchez me halagó los oídos cuando expresó su deseo de barrer de un plumazo la reforma laboral, pero, ¿cómo podría hacerlo sin pelearse con el establishment, provisto de excelentes peones dentro de su propio partido?
     Por su juventud y por las dramáticas circunstancias, Pedro Sánchez bien pudo declararse socialista renacido, echar pestes sobre la tercera vía, condenar la capitulación de la socialdemocracia ante los intereses del gran capital. Y no lo hizo. Para mí, esto quiere decir que el PSOE, balandronadas sociales aparte, está donde estaba, esto es, en la acomodación. Y por esta razón no lo puedo colocar en el frente antineoliberal. Y conste que me irritan más los neoliberales encubiertos que los declarados.
    Quizá Pedro Sánchez, desprovisto de escamas, por salud juvenil o por no estar atrapado en las redes clientelares, se sienta en posición nueva, quizá crea en el proyecto que los socialistas no contaminados por los intereses particulares todavía atribuyen al PSOE. Pero con eso no me basta. El partido que preside hace mucho que dejó de cumplir sus deberes, hace mucho que actuó como cómplice necesario del desplazamiento a la derecha de nuestro sistema político.
     Entiendo que mi corresponsal defienda a Pedro Sánchez.  Y reconozco que yo no quisiera estar en el pellejo de su defendido. Para salvar al PSOE de la trampa histórica en la que ha caído, tendría sacar del sótano a Pablo Iglesias el Viejo, apoyarse en la parte sana de su partido  y darles la patada a los profesionales de la acomodación, tendría que sacar pecho ante el establishment local y transnacional. Es lo que, a mi juicio, le toca, porque de seguir igual el PSOE se irá al carajo en plan Venizelos.
    ¿Lo veo capaz de tamaña heroicidad?  Pues no. Quizá esté deseando poner manos a la obra, pero yo no creo que le dejen. Y es que el PSOE, como el PP, ya quemó sus naves al servicio de la Bestia neoliberal para mejor disfrutar de sinecuras y zanahorias. 
     En fin,  querido amigo, que de aquí a nada se pondrá de moda la palabra “responsabilidad”, para justificar la siguiente ronda de acomodación, con o sin Pedro Sánchez. Ya se sabe, a la irresponsabilidad social por la responsabilidad corporativa, responsabilidad esta que en las urnas cotiza cada vez menos, como acaba de demostrarse. Y no se me enfade si le digo que presiento que la historia no tardará en sepultar al PSOE y al PP en la misma sima política, abrazaditos los dos. 


miércoles, 23 de diciembre de 2015

¿Y AHORA QUÉ?

     Con los resultados electorales a la vista, reina la incertidumbre. Se consideran las más diversas combinaciones, a ver si es posible formar un gobierno con lo que hay. 
      Lo único que sabemos  a ciencia cierta es que nos daremos de bruces contra la dura realidad. Ya están los portavoces de la Bestia neoliberal reclamando una nueva vuelta de tuerca en la reforma laboral y nuevos ajustes, es decir, nuevos recortes sociales, como parte del proceso que nos obligará a pasar por las horcas caudinas del TTIP y el TiSA.
     ¿Y ahora qué pasará?  En realidad, verbosidades electorales aparte, nos encontramos ante un asunto de poder, de resultado previsible. Habrá un pacto de gobierno entre las fuerzas neoliberales, PP, Ciudadanos y PSOE, a medida de los intereses del poder establecido y no se hará concesión alguna a los intereses de la parte desplumada de la sociedad.
     Si el indecente y el ruin no consiguen entenderse, serán relevados.  Y es que con lo que hay, hay de sobra para repetir la listeza del príncipe Salina y todo seguirá más o menos igual, a placer de la Bestia neoliberal. Tiempo al tiempo. Eso sí, los tres acabarán chamuscados, por aquello de que no se puede servir a dos señores, en este caso a la Bestia y al Bien Común.
     Por mi parte, considero una suerte que la izquierda propiamente dicha no se haya alzado con una victoria por los pelos. Hemos quedado momentáneamente a salvo de que se repita aquí el drama de Syriza. La hora de esta izquierda no ha llegado. Pero llegará, pues las cosas han quedado colocadas de manera tal que serán los neoliberales quienes acabarán merecidamente quemados, víctimas de sus propias iniquidades. Por mucho que prometan y mientan, la próxima vez no podrán salvar ni los muebles.

jueves, 10 de diciembre de 2015

EL PANORAMA ELECTORAL

   Reina una gran agitación en el centro del espacio político, donde los partidos atrápalo todo, Podemos entre ellos, agitan sus banderas. Se pugna por seducir a la masa de indecisos. Lamentablemente, ese centro es un espejismo. No hay tal centro, como constataremos después del 20-D.
     De hecho, la Comisión Europea, presidida por Jean-Claude Juncker –genio de la evasión fiscal, capo austericida–, acaba de puntualizar que, sea el que sea, el próximo gobierno de nuestro país tendrá que dar una vuelta de tuerca a la reforma laboral y atenerse a los  límites del déficit y de la deuda públicos (nuevos recortes sociales).
     Nótese que la Comisión, ya impaciente,  no ha tenido a bien esperar hasta después del 20-D para emitir este Diktat. Y no hace falta ser ningún genio para saber que  nos empuja de mala manera, como sobre raíles, a las coordenadas del TTIP y el TiSA, esto es, a un modelo de sociedad hobbesiano y darwinista en el que todas las lindas palabras  de ahora estarán fuera de lugar.
    No hay centro, insisto. Ni podría haberlo en circunstancias como estas.  O se está del lado de las personas, o se está del lado de la Bestia neoliberal. No otra es la confrontación, aquí, en Europa y en el mundo. Si nos atenemos a esta cruda realidad, la confusión deja paso a una visión ante la cual no cabe hacer el avestruz, pues el propio sistema democrático se encuentra en peligro aquí y en todas partes, por la incompatibilidad entre los fines de la Bestia y los de la gente.    
    Las encuestas predicen que tanto el PP como el PSOE algo pagarán en las urnas por lo que han hecho, pero nada dicen del daño que dicha incompatibilidad producirá a los partidos emergentes a partir del punto y hora en que se vean en el trance de pasar por el aro.
    Las encuestas predicen el final del bipartidismo imperfecto, pero mucho me temo que con eso no basta inaugurar una nueva fase histórica. Veo venir más desgaste. En cuanto se disipen las fantasías electorales, ¿qué creemos que van a sentir los votantes del PP y del PSOE, por muy curtidos que estén? La catarsis electoral durará poco.  
    En cuanto a los emergentes, su desgaste será rápido, porque obedece al mismo mecanismo perverso y sus votantes tienen menos estómago. Todo esto es malo para nuestra democracia en sí misma, y es pronto para saber si será capaz de sobreponerse, pues el daño es demasiado grave, no un simple toque de atención. En teoría, una democracia puede regenerarse, pero no hay manera de lograrlo a fuerza de abusar sofísticamente de su legitimidad en perjuicio de los intereses comunes. La crisis y su gestión, he aquí dos armas de destrucción masiva contra los sistemas democráticos, cuya salud no importa un comino al establishment.
    Para mí, hay dos frentes en liza. Por un lado, el frente neoliberal, del que forman parte el PP y Ciudadanos. Todo indica que tendrán tanta fuerza en el Parlamento que hasta me parece estúpido dar pábulo a una reforma constitucional, no vaya a ser que veamos sustituida la Constitución de 1978 por un sofrito neoliberal.
    El papel del PSOE se presenta equívoco aunque Sánchez haya tratado de girar hacia la izquierda. No le hemos vuelto a oír hablar de eliminar el sucio artículo 135; declaró sentirse más cerca de Valls que de Corbyn; y encima, tiene un consejero económico neoliberal, el señor Jordi Sevilla (hasta ayer mismo, un firme partidario de un gobierno de concentración PP/PSOE…). También es muy significativo que haya tratado de fastidiar a Podemos por el sencillo expediente de agitar el fantasma de Syriza, una manera de declarar su fidelidad al establishment.  Todo indica que el PP y Ciudadanos podrían contar con el apoyo del PSOE en los temas verdaderamente importantes, cualquiera que sea el resultado que  obtenga Pedro Sánchez el día 20. Que el PSOE se juega su porvenir es cosa sabida, pero es incierto que vaya a reaccionar. Piénsese en los casos de Venizelos y de Hollande, dispuestos a hundirse a mayor gloria del sistema.
    Nos queda el otro frente, el antineoliberal, en el que encontramos a Podemos, Unidad Popular-Izquierda Unida y las diversas mareas. Hoy separados por cuestiones menores, creo que estas fuerzas formarán un todo compacto en el Parlamento, aunque sin posibilidad alguna de influir en el curso de los acontecimientos.  El frente neoliberal no las dejará llevar adelante ningún referéndum, no les dará opción a dejar su huella en la reforma constitucional; no conseguirán la eliminación del artículo 135, ni sacar adelante sus proyectos sociales. Esto es triste, pero cabe esperar que se consolide una fuerza clara de oposición, tanto más digna de confianza cuanto menos doble el espinazo, tanto más importante para el día de mañana cuanto mejor informe a la ciudadanía de lo que está urdiéndose en la trastienda del poder. Como la indignación irá en aumento, como el otro frente cargará con toda la responsabilidad, su hora llegará, tarde o temprano. A menos que el sistema colapse por el camino.

miércoles, 2 de diciembre de 2015

EL DESTINO DE LOS INOCENTES

       El destino de los inocentes ofrece una clara indicación sobre el nivel moral de los asuntos humanos. A juzgar por los hechos de nuestro tiempo, la humanidad, por lo que se refiere a sus rectores visibles e invisibles, ha recaído en un grado de barbarie digno de los tiempos de Auschwitz e Hiroshima. No es extraño, por lo tanto, que nos veamos invitados a hacer la vista gorda, a consentir e incluso a aplaudir con una mentalidad para nada distinta de la que hizo posible tamañas aberraciones.  La Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948) no se habría materializado hoy. Y pensado en ella, confirmando lo que aquí afirmo, cierta afamada colaboradora de los think-tanks neoliberales ha dicho que le parecen “un cuento de hadas”.
      Ya no estamos hablando de barbaridades puntuales del poder establecido, ejecutadas más o menos a escondidas, típicas de los “treinta gloriosos”.  Hablamos de acciones de gran envergadura perpetradas  con descaro por elementos que ni se toman el trabajo de esconder la mano. Hasta deben considerar estupendo que la humanidad palidezca ante el despliegue de su poder, tanto más aterrador cuanto más desprovisto de lo que se entiende por altura de miras. La barbarie económica y barbarie militar que padecemos son de pésimo pronóstico, vistas las cosas desde la perspectiva de los inocentes, la única que debería interesarnos.
     Los atentados de París pertenecen a la categoría de los que se condenan por sí solos.  Fueron perpetrados contra personas como usted y como yo, a las que pretendieron confundir con cruzados a sabiendas de que eran inocentes. Si el asesinato es aborrecible aunque se perpetre en nombre de ideas políticas o religiosas,  la elección arbitraria de las víctimas representa el colmo de la atrocidad. Y en ello andamos.
     Para la humanidad el problema no es que un puñado de elementos con el cerebro lavado lleguen a ese extremo repugnante, pues ella va muy sobrada de anticuerpos contra tales sujetos. El problema, ya gravísimo, es que sus máximos dirigentes sean cultores de la misma lógica de la atrocidad a una escala incomparablemente mayor, como prueban los arrasamientos de ciudades y países enteros con fines geoestratégicos y económicos indeciblemente rastreros.  La estatura moral de una época no se deduce de las acciones de un puñado de criminales desnortados, sino de la lógica del poder establecido, en nuestro caso atroz.
     La famosa guerra contra el terror iniciada por Bush se ha cobrado ya no menos de dos millones de víctimas en Afganistán e Irak, inocentes en su inmensa mayoría. Lo que digo: la lógica de la atrocidad.  La que se usó en Libia y la que se viene empleando en Siria, donde se quiso repetir la jugada. 
    Ninguna sociedad está libre de que en su seno se forme algún grupo de locos asesinos, pero es gravísimo que gentes que se dicen civilizadas se pongan a dar lecciones de inmoralidad a los elementos que pueda haber por ahí en disposición de convertirse en tales. En este punto estamos con la autoridad moral por los suelos. Sin vergüenza y sin propósito de enmienda.
      Pero no se crea que a esta situación se ha llegado en un día. El neoliberalismo y el neobelicismo han ido de la mano durante años, llevándose por delante todos los avances de la humanidad.
      Allá por el año 1986  se produjo un hecho sintomático, un anticipo de lo que vendría. Ronald Reagan, “un campeón de las libertades”, decidió aprovechar la muerte de dos soldados americanos en un confuso incidente acaecido en un club nocturno berlinés. Se difundió la especie de que la seguridad de los Estados Unidos se encontraba en peligro. Se anunció una inminente una invasión de los sandinistas… precedida por una sucesión atentados terroristas  perpetrados por agentes libios, unas mentiras risibles que llevaron a miles de americanos a la correspondiente paranoia.  Seguidamente, de manera por completo ilegal, Estados Unidos bombardeó Trípoli y Benghazi, matando a no menos de cien personas.  ¿Qué tenían que ver esas personas con el incidente del bar berlinés? ¡Nada en absoluto! ¿Y los derechos humanos? ¡Al diablo con ellos!  Y el mundo se lo tragó con patatas. Sí, se tragó esa represalia en plan Lídice, con los resultados que eran de prever.
    Sólo tres años después, cuando le entraron prisas por raptar a Manuel Noriega, Bush senior  invadió Panamá, previo bombardeo. ¡Otra vez lo mismo! Noriega, colaborador de la CIA, viejo conocido de Bush,  fue repintado para la ocasión: un monstruo en calzoncillos rojos que esnifaba coca mientras hacía vudú. Murieron unos 4.500 panameños; no menos de veinte mil personas se quedaron sin hogar. No hubo reacción tampoco, y no se tomó en consideración, como nos habría exigido Tucídides, el espinoso tema del Canal, verdadero motivo del sangriento atropello.  Pronto nos veríamos ante la novedosa expresión “bombardeos humanitarios”. Ya estaba a punto el modus operandi que tomó como pretexto los atentados del 11-S para dar alas a la  “destrucción creativa”.
    No, no hemos llegado de la noche a la mañana a la presente degradación. El problema de fondo es la lógica de la atrocidad, la mismita que creíamos haber dejado atrás en 1945. El valor del ser humano se ha venido abajo. Asistimos a una escalada de barbarie, con un imparable aumento de los “daños colaterales”, que ya forman parte de la banalidad del mal de nuestro tiempo. El destino reservado a los inocentes no puede ser peor. Si logran salvar el pellejo y llegar a nuestras sociedades, mejor no pensar en lo que les espera. Nótese que ya hay gente inteligente y sensible que apuesta por acabar con el Estado Islámico sin pensar, ni por un momento, en los inocentes que se encuentran bajo su ocupación. ¡Como si aquí debiéramos dar por sobreentendido que carecen de importancia y que la clave de todo es bombardear más y mejor! Es de lamentar que esa gente no se percate de que tal como sean tratados los inocentes de regiones remotas seremos tratados todos.