miércoles, 28 de enero de 2015

LA VICTORIA DE SYRIZA

    Alexis Tsipras ya es jefe de gobierno. ¡Menudo vuelco ha dado el panorama político griego en un abrir y cerrar de ojos! Se veía venir, claro, pero tanto miedo al cambio fue inyectado en los espíritus que entraban dudas de última hora. El miedo fue menor que el ansia de mandar al diablo a los responsables de la indefensión del pueblo griego. Llegados a cierto punto, se demuestra, la gente teme más lo conocido que lo nuevo y se acaban las bromas.
     Lo peor que le podría ocurrir a Grecia y a Europa es que Tsipras nos saliese rana, que pasase a la historia como un Obama, como un Venizelos, como  un Hollande, como un pequeño Rubalcaba. ¡Sabe Dios lo hartos que estamos de este tipo de fuleros! Tan bajo han puesto el listón que Tsipras, a poco que consiga poner coto a la barbarie neoliberal, a poco que consiga aliviar el sufrimiento de su pueblo, se ganará un lugar muy honorable en la historia de su país y en la de Europa.
    Que le Bestia neoliberal no le va a dar facilidades, esto ya lo sabemos. Si algo teme dicha Bestia son los contagios, y ahora andará debatiéndose entre castigar a los griegos, para que no cunda el ejemplo, o segarle la hierba bajo los pies a Tsipras de forma encubierta. Pero, claro, todo tiene un límite: recurrir a medidas excepcionales tendría por resultado destruir el sistema democrático griego y, de paso, el de Europa en su totalidad. Algo que, supongo, los peones de la Bestia se cuidarán de hacer, pues no se pasa impunemente de una democracia a una dictadura con todas sus letras, un callejón sin salida, una insostenible monstruosidad.
   Atento a la correlación de fuerzas, supongo que Tsipras hará de tripas corazón y se decantará por un comportamiento pragmático o posibilista. Sus enemigos exteriores e interiores verían con gusto que se metiese en juegos de todo o nada, que diese muestras de ser radical e intratable. No creo que caiga en ese error de principiante, aunque se lo demanden sus seguidores más impacientes.
    La mayor parte de sus votantes sabe, estoy seguro, que la tarea que tiene ante sí es inmensa, y le agradecerán que se mueva en las coordenadas de lo real-posible, acrecentando con ello la confianza en él depositada. A fin de cuentas, el pragmatismo y el posibilismo son de agradecer en un gobernante decidido a servir a su pueblo con las armas de la razón y de la justicia.
    Lo que no se perdona es el pragmatismo y el posibilismo como táctica al servicio de una minoría, como las presentes elecciones han venido a demostrar en el pellejo de los señores Samaras, Venizelos y Papandreu. Como táctica al servicio del bien común, como táctica al servicio del designio de someter la economía a los intereses comunes, el posibilismo y el pragmatismo tienen connotaciones positivas que la gente sabrá apreciar y comprender. Bien entendido que, a estas alturas, contando con el sufrimiento  y la amargura reinantes, la situación no está para paños calientes. Hay chantajes a los que Tsipras no puede ceder, so pena de perder lo ganado. Por el bien de Grecia y de Europa tendrá que dar más de un puñetazo sobre la mesa. Si se pasa de rosca como posibilista y pragmático, si hace el Hollande o el Venizelos, agotará la fe en las opciones sensatas, y la gente volverá los ojos a las insensatas, como siempre ha sucedido. Los señores de Bruselas y sus asociados bancarios harán bien en tenerlo en cuenta. ¡Más les vale no estrangular a Syriza!
    Tsipras cuenta con una ventaja no pequeña sobre sus oponentes: puede decir la verdad, puede explicarse. Ellos no, porque desde hace tiempo se entregaron a la mentira, por comodidad, por seguirle la corriente a los expertos en mercadotecnia, para mejor dejarse mimar por los hombres del dinero y, encima, por traerse entre manos un abyecto, asocial y psicopático proyecto de dominación del que nadie osaría hablar en público. Sobre la base de la verdad, Tsipras hasta podría pedir a sus compatriotas algún esfuerzo puntual, algo que por descontado que no se puede pedir a base de engaños, por estar todos escarmentados. 

viernes, 9 de enero de 2015

LA MASACRE DE “CHARLIE HEBDO”

     Los asesinos acaban de ser abatidos. Todavía no se sabe cuántos rehenes han caído como resultado de las operaciones encaminadas a su neutralización. Se ignora asimismo cuál es el estado de los numerosos heridos en el atentado contra “Charlie Hebdo”. Estamos bajo los efectos de una conmoción en la que solo resplandecen en positivo los sentimientos de solidaridad con las víctimas, con los queridos artistas segados por una venganza  atroz motivada por unas caricaturas de Mahoma, y con todas las personas, agentes del orden o meros transeúntes,  que han caído con ellos por pura fatalidad.
     Que los asesinos sean elevados a la categoría “mártires de la yihad” por sus afines extraeuropeos  nos revuelve las entrañas. Nos vemos de cara con lo extraño, en su versión peor. Se activan los reflejos defensivos, con la correspondiente paranoia.
    Una caja de zapatos provocó en Madrid el desalojo de la estación de Nuevos Ministerios y un colapso circulatorio. Falsa alarma. Se temen nuevos atentados.
     Se constata que por imponente que sea el aparato de seguridad del Estado, nuestras ciudades y nosotros mismos somos de buenas a primeras muy vulnerables a este tipo de acciones terroristas. Que se haya demostrado, en este caso como en otros, que sus perpetradores estén condenados a un final desgraciado parece no bastar para poner las cosas en su sitio. Las emociones se desbordan, en parte por el temor a una oleada de sinrazón criminal.
     Hasta se habla de restablecer la pena de muerte. La ira provocada por la masacre amenaza con descargar sobre los inmigrantes en general, sobre el Islam, sobre el multiculturalismo, más culpable que la miseria. Algunos descerebrados vienen con el cuento de que el famoso choque de civilizaciones es un hecho y que al menor descuido los “moros” llegarán a Toledo, y más lejos. De la vesánica excepción se pasa directamente a la generalización.
    Hay que mantener la cabeza fría. Por un lado, se impone una defensa cerrada de la libertad de expresión, acorde con nuestra espontánea solidaridad con los dibujantes de “Charlie Hebdo”. Por el otro, parece aconsejable cierta prudencia en su ejercicio en lo tocante a Mahoma. No por miedo, ni por ley, sino por mero sentido común, pues en estos momentos no es nada inteligente, ni humanitario, provocar a ciertos elementos de por sí sobrecalentados, hiriendo la sensibilidad de los moderados. ¿Simplemente para darse un gusto de género dudoso? No procede, creo.  Esto ya lo pensaba yo antes de esta masacre (lo que, por cierto, nunca ha reducido mi solidaridad con Salman Rushdie).
    Además, se impone la necesidad de impedir que lo ocurrido se convierta en un pretexto para recortar derechos y libertades en nombre de la seguridad. La tentación de repetir en Europa la escalada que llevó a la Patriot Act debe ser rechazada de plano, antes de que sea tarde.
     A lo que me permitiré añadir algo más. No se puede ir por la vida haciendo barbaridades, bombardeando países, creando monstruos bajo cuerda, torturando y humillando sin propósito decente conocido, y pretender luego dar lecciones de superioridad moral. Creo que la civilización occidental debe hacer un examen de conciencia serio (de lo que no la creo capaz, la verdad).
    La barbarie es muy contagiosa, y no le veo la gracia a jugar con fuego, cosa que se empeñan en hacer los aprendices de brujo de la geoestrategia, capaces de ignorar la relación entre sus usos sangrientos y las reacciones criminales y demenciales como la presente, un tema tabú por lo que parece. ¡Ojalá estuviésemos tan unidos contra nuestra barbarie occidental como lo estamos para honrar a las víctimas y lamentar lo sucedido!

lunes, 5 de enero de 2015

DOS MODELOS DE SOCIEDAD


     Nuestra democracia, joven a juzgar por sus años pero ya renqueante, se verá puesta a prueba durante 2015 y la verdad es que yo no me atrevería a poner la mano en el fuego por su calidad futura. A saber lo que puede pasar.
    La deriva de nuestro sistema político sugiere que hasta podría costar mantener las formas, por la gravedad del enfrentamiento de fondo. Nos debatimos entre dos modelos de sociedad que son manifiestamente incompatibles. Ya veremos cuál de los dos gana, y con qué consecuencias.
     Hay algo trágico en todo esto. En pocos años, los españoles hemos pasado de la esperanzada vivencia de compartir el mismo modelo a caer en la cuenta de que de que los modelos son dos: el de siempre, basado en la famosa Trinidad de Dahrendorf  (democracia, cohesión social, crecimiento económico), y el otro, basado en la ley del más fuerte, esto es, en el capitalismo salvaje. 
     Tiempos hubo en los cuales se pudo dar por sobreentendida la convergencia de la izquierda y la derecha en el proyecto común, quedando sus respectivas propensiones más o menos equilibradas, con efectos constructivos a corto y a largo plazo, dentro de una normalidad que este país había tardado mucho en disfrutar. En ello se basaban el consenso y el buen rollo.
     Esos tiempos han quedado atrás, no solo en la consideración de los intelectuales avisados o críticos sino en la de muchísima gente, crudamente afectada por la crisis económica y también y sobre todo por la gestión de la misma, que es donde la perversidad del nuevo modelo ha dado la cara.
     Los despistados, los bienpensantes de toda la vida y hasta los memos han caído en la cuenta de que este país se gobierna en función de los intereses de minorías cleptocráticas locales y transnacionales que ya ni siquiera se toman el trabajo de disimular. A lo más que llegan los portavoces autorizados del poder es a decir que ya hemos dejado la crisis atrás, esto en plan triunfalista, a la Menem o a la Fujimori.
    De aquí a las elecciones se hará un gran esfuerzo por ocultar el modelo de sociedad que orienta los pasos de la minoría cleptocrática, como si tal cosa fuera posible a estas alturas. La gente ya sabe que si se deja llevar por las mentiras, las zanahorias electoreras y las melopeas  macroeconómicas, se despertará en el siglo XIX, en una sociedad condenada a la desigualdad, el clasismo y la brutalidad.
   De modo que es harto probable que, a pesar del conservadurismo popular, el poder cleptocrático reciba su merecido en las urnas total o parcialmente. Como ese poder no ha dado puntada sin hilo (ley mordaza, liberalización espionaje telefónico, etc), como no es de buen perder, debemos estar preparados para vivir tiempos difíciles.
    Ese poder ha actuado de manera tan ruin que se merecería un Robespierre o un Lenin, pero está lejísimos de agradecer que se le plantee una alternativa democrática, a la que incluso se niega a reconocer como tal, y esto último es lo que más me preocupa. Es un mal augurio, un signo de estos tiempos.
     La verdad es que no quisiera verme en el pellejo de Pablo Iglesias, como tampoco en el de  Alexis Tsipras, pues en situación tan crítica tienen muy poco margen de maniobra. En cuanto huelan, aunque sea un poquito, a Hollande o al renegado Moscovici, adiós. 
      En suma, donde teníamos uno, resulta que tenemos dos modelos de sociedad, uno que orienta los pasos de quienes deseamos que la economía vuelva a ser puesta al servicio de las personas y los pueblos, y otro que pugna por echar abajo los últimos obstáculos que hay en el camino del capitalismo salvaje. Y en este esquema ni falta hace decir que no hay centro, ni tierra de nadie. Razonar en busca del virtuoso y aristotélico término medio no conduce a nada, salvo al dolor de cabeza y la depresión clínica.