viernes, 6 de diciembre de 2013

¿MONARQUÍA O REPÚBLICA? (II)


  Según las estimaciones de Julio Anguita, podríamos tener una República en un par de años… Hay mucha gente desencantada que, visto lo visto, se apunta al proyecto. Sobre todo gente joven, que viene a sumarse a los veteranos republicanos que dieron su plácet a don Juan Carlos por entender que ofrecía el único puente disponible para pasar del franquismo a una sociedad abierta, personas de mayor edad que hoy se sienten burladas.
    De pronto, como si fuera noticia, unos y otros descubren que don Juan Carlos fue nombrado por el general Franco, lo que se utiliza como argumento supremo contra él, después de las consabidas alusiones a sus amistades peligrosas, al yate, al elefante, al caso Urdangarín y demás. Quien menos te lo esperas, tiene la lista de agravios completa en su cabeza y se irrita al ver una instantánea del rey brindando con altos empresarios.
    Pues bien, sin ignorar esa lista, yo he puesto sobre el tapete la inconveniencia y la inoportunidad de segarle a don Juan Carlos la hierba bajo los pies. ¿Una ingenuidad y una cobardía por mi parte, como me han dicho? Si yo fuera ingenuo en este punto, la situación sería todavía peor de lo que me parece hoy, de peor pronóstico, de peor arreglo.
   Porque, para empezar, mientras IU apunta a una República, el PSOE no, lo que quiere decir que la izquierda acabaría yendo a las urnas en completo desacuerdo en asunto tan capital, metida en una disputa que enturbiaría el ánimo de sus votantes y pondría en fuga a los segmentos más conservadores y timoratos. Es fácil imaginar quién se aprovecharía de ello cumplidamente.
    Estamos ante un asunto de poder y mis detractores, movidos por principios y por sentimientos, no lo tienen en cuenta. Que una República puede ser tan desastrosa como una Monarquía no entra en el razonamiento.
    Se imagina la traída de la Tercera República como un acto de justicia, como algo que debe caer por su propio peso, sin prestar la debida atención a las estimaciones sociológicas, a la pesada inercia, a la correlación de fuerzas, y menos aun a la existencia de elementos extremosos de la derecha que se la tienen jurada a don Juan Carlos por haber traído la democracia liberal,  gentes capaces de guiarse por el principio de que cuanto peor, mejor. ¿Hacia dónde se va por ahí, en tan pésima compañía? Creo que a ninguna parte, a lo sumo a una República más inestable que la de 1931.
    Hay que tener en cuenta que la Bestia neoliberal se ha lanzado al asalto final de este país. Aquí y ahora de lo único que se trata es de pararle los pies, antes de que  nos haya desnacionalizado por completo, antes de que nos encierre entre alambres de cuchillas.
    Pensando en la urgencia de hacer frente a la Bestia, un imperativo de supervivencia, pienso que debemos mantenernos firmes en torno a la Constitución de 1978, lo que implica, obviamente, una negativa a emprenderla contra la Monarquía. Entiendo que, para hacer frente a esa Bestia, lo ideal es que luchemos juntos, con esa Constitución por bandera. Y cuando digo juntos me refiero al monarca también.
    Don Juan Carlos pudo hacerse con una legitimidad que no tenía a partir del punto y hora en que apostó por la democracia y por dejar atrás el franquismo, haciéndose valer como rey de todos los españoles y no sólo de los del bando vencedor. Sobre otra base no habría podido reinar. Enfrentado con el pueblo no habría ido a ninguna parte a pesar del poder omnímodo que formaba parte de la herencia del dictador. Y porque nos trajo la democracia, renunciando a ese poder omnímodo, se hizo acreedor del agradecimiento general. Su actuación, realizada con visión de estadista, fue decisiva. Pues bien, yo creo que la historia le está obligando a una actuación  no menos trascendente. Porque ahora le toca ponerse de parte del pueblo, en contra de la Bestia. Creo que sería una estupidez segarle la hierba bajo los pies simplemente por tales o cuales anécdotas. Una estupidez, porque es una forma de dividir nuestras fuerzas y de empujarle al campo contrario.
    Mis detractores me hacen notar que mi planteamiento es ingenuo, porque, según ellos, a juzgar por lo ocurrido, don Juan Carlos ya se la ha jugado, poniéndose de parte de la minoría cleptocrática que nos está llevando a la ruina. Si así fuese, este escrito mío sería a la vez ingenuo y trágico, esto por descontado, tan ingenuo y tan trágico como lo que he escrito en el post anterior sobre la Constitución de 1978.
   Pero, ¿sabemos ya lo que piensan y lo que se proponen hacer don Juan Carlos y su hijo? Conjeturo que ambos deben estar sopesando las cosas con la vista en el futuro que llama imperiosamente a la puerta. Imagino que ya se han dado cuenta de que la pretensión de “borbonearnos” con unas lindas palabras no tiene porvenir en estas circunstancias de ahogo generalizado.
   ¿De qué lado están y estarán don Juan Carlos y su hijo? Esto es lo decisivo y solo ellos pueden responder. Yo lo único que sé es que las monarquías que traicionaron al pueblo para servir a una oligarquía cleptocrática acabaron mal, merecidamente mal. Me cuesta creer que nuestra Monarquía vaya a caer en una trampa histórica tan obvia. En todo caso, un poco de paciencia; la aclaración no tardará en llegar.

miércoles, 4 de diciembre de 2013

LA CONSTITUCIÓN DE 1978 (I)


   Mi  post titulado “¿Hacia un período constituyente?” me ha valido algunas críticas, e incluso la acusación de ser ingenuo y  cobarde por andarme con “miramientos” en lo que se refiere a la Constitución, la Transición, la Monarquía y la Iglesia. De modo que me toca volver a las andadas. Empezaré con el tema de la Constitución, cuyo aniversario se celebra este mes.
    Como he dicho, hoy se habla mucho de cambiarla, e incluso de que es demasiado vieja, como si se tratase de una prenda de vestir. Lo que veo y oigo y también las efervescentes críticas que he recibido, todo me reafirma  en la creencia de que es mejor dejarla como está (eliminando, claro, el infame artículo 135).
    Creo que tiene razón el señor Miquel  Roca cuando dice que hoy no existe el consenso suficiente como para acometer la empresa.¿Nos apetece pasar a la historia como autores de una Constitución chapucera, del gusto de una mayoría coyuntural? ¿Sacaríamos algo en limpio discutiendo en esta atmósfera enrarecida?  Creo que no tiene sentido meterse en semejante berenjenal.
    El PSOE apunta a un Estado federal, Izquierda Unida a una República,  UPyD a controlar las derivas autonómicas... Como dice Roca, no hay consenso acerca de lo que conviene hacer. Las discusiones serían dignas de la torre de Babel. Y esto, creo yo, no nos lo podemos permitir en estos momentos, porque nos la estamos jugando.
    El asalto definitivo de la Bestia neoliberal no nos puede pillar sin Constitución, enfrascados en una trifulca de familia. Tenemos a esa fiera encima, azuzada por fuerzas exteriores que disfrutarían de lo lindo al vernos peleados y divididos por cuestiones que no vienen al caso.
      Confieso que  no estoy de humor para meterme en debates en torno a si es mejor una Monarquía o una República cuando amenazan con comerme por los pies. Y no creo ser el único que anda falto de humor. Lo urgente es darle la batalla a la Bestia, y puedo considerar una forma de marear la perdiz y de dar largas a la defensa de este país venirme con ardores republicanos, soberanistas,  centralistas y demás. Y una forma de engañarme, de dejarme indefenso. Esto sin entrar en lo raro que me suena el “federalismo asimétrico”, por no recordar lo que decía Ortega, aquello de que la mejor manera de agravar el problema nacionalista  es  creer que precisamente uno tiene la solución… Ya me veo discutiendo con personas próximas sobre temas que habíamos acordado que no volverían a separarnos.
     No sé por qué motivo tiene que ser de progresistas soñar con una nueva Constitución, habida cuenta de que la Constitución de 1978 es, oh ironía, más progresista de lo que hoy se estila. Otra cosa es que su espíritu haya sido desatendido por quienes tenían el deber de tenerla en todo momento encima de la mesa.
    Y también es más liberal de lo que hoy se estila, por lo que me da grima que se nos vaya a venir encima una losa absolutista de un signo o de otro, a juzgar por las pasiones del momento y por la pulsión de cortar el nudo gordiano que detecto en los discursos de unos y de otros. Me gusta que sea una constitución liberal, sé qué eso es bueno para mí y para quienes no piensan como yo. 
     Y me gusta especialmente porque tiene una interesantísima particularidad: siendo liberal, no es neoliberal, ni es neocón en ningún sentido. Lo que quiere decir que, si arrancamos de cuajo el infame artículo 135, que data de agosto de 2011, puede servirnos de valladar efectivo contra los embates de la Bestia neoliberal. Ese artículo 135 sí que es neoliberal, y de ahí que sea contradictorio con el texto, por lo que, para cualquiera que se la haya tomado en serio, lo preceptivo sea arrancarlo. Y por cierto que todavía no entiendo la cadena de cinismos y cobardías que hizo posible su  intromisión, ni entiendo que todo siguiese andando como si aquí no hubiera pasado nada, como si fuera normal que la Constitución de un país se prostituyese para darle el gusto a unos chantajistas.
   Recuérdese, por favor, que la Constitución de 1978 fue redactada cuando la Bestia neoliberal aun no había mostrado sus poderes. Ni siquiera tuvo ocasión de emponzoñarla. Y recuérdese que, como señalaba Manuel Fraga, posee un potencial “socializante” nada desdeñable. Si dicho potencial no se ha hecho patente la culpa no es de los padres de la Constitución, sino de lo altos dirigentes de PSOE habidos hasta la fecha, responsables de haber sucumbido a las tentaciones de toda clase de puertas giratorias, en absolutos ajenos a que el PP se diera el lujo de emprender su acometida neoliberal. Porque no lo frenaron, porque no le marcaron ningún límite, porque le invitaron a  olvidar el legado de Manuel Fraga como ellos olvidaron el de Pablo Iglesias, porque se dejaron pringar en un negocio contra la gente.  
   Léase con atención la Constitución y se verá que se pronuncia por una redistribución de la renta más justa y equitativa, y que encomienda al Estado la protección de bienes tales como la vivienda, la salud y el acceso a la cultura. Los derechos del trabajador quedan garantizados. Esta Constitución define inequívocamente un Estado social, obligado a intervenir donde hoy el Estado se hace el distraído para mejor operar en función de  intereses ajenos al bien común.
   Las listezas neoliberales no van con esta Constitución; es más, han sido perpetradas contra ella, pasándole por encima. El neoliberalismo es, a la luz del texto y de su espíritu, absolutamente inconstitucional. De modo que sería de lo más estúpido entregársela a la Bestia como si fuera papel mojado, dando lugar a la imperdonable consecuencia de que fuera precisamente el PP el que tenga la ocasión de envolverse en ella después haberla traicionado sistemáticamente con su neoliberalismo de importación. Si penoso sería darle esa ocasión de capitalizar el voto de los ciudadanos amedrentados ante la perspectiva de un cambio constitucional sobre la marcha, penoso sería también darle le menor ocasión de sustituir, en medio de la previsible confusión “constituyente”, el Estado social definido en 1978 por un Estado neoliberal en toda la regla. Es un peligro a tener en cuenta, a juzgar por el artículo 135.
   De modo que, según lo veo yo, más que dejar atrás la Constitución de 1978, más nos vale volver a ella con la debida seriedad, para que nos sirva de motivo de unión entre gentes felizmente dispares, de modo podamos entrarle a la Bestia con unanimidad y determinación, tanto en España como fuera de ella, en el tablero en el que se dirime la partida de la que dependen nuestro porvenir y el de la mismísima humanidad.
    [Debo añadir que Julio Anguita acaba de declarar que las medidas neoliberales que están afligiéndonos son todas ellas anticonstucionales. Tiene razón. Preguntado por La Sexta acerca de lo que haría él si le fuese dado acceder a la presidencia del gobierno, dio una respuesta que vale la pena recordar: "Aplicaría la Constitución".]

lunes, 2 de diciembre de 2013

¿ESTAMOS PERDIDOS?


     Cuando la crisis dio comienzo, fuimos avisados: como no era cuestión de abandonar el euro, el único modo de no reventar en el sitio era que aceptásemos una rebaja espectacular del precio de personas y de cosas. 
    Y de rebajas continuamos, metódicamente, lo que complace a las más altas instancias planetarias y locales,  pues ya entra dinero, y toda clase de buitres se interesan por nuestros despojos, alzándose con los primeros beneficios de la carnicería. El gobierno se muestra especialmente satisfecho y nos da las gracias por los sacrificios realizados, como si hubieran sido los últimos.
    Está claro el modus operandi. Lo que para algunos no está claro es hasta dónde vamos a llegar por este camino. El deseo de volver a la normalidad es muy fuerte, comprensiblemente. El problema es que la Bestia neoliberal no piensa como usted, buen amigo. Si por ella fuese, se comería a la gallina de los huevos de oro de una sola sentada. Si no lo ha hecho ya es porque tiene un cerebro de parásito, que le aconseja proceder por etapas, un poquito por acá, otro por allá. Lo que menos quiere un parásito es que se le muera la víctima.  Cuanto más le dure, mejor. No por otro motivo el drama sucede tan ceremoniosamente, con los imprescindibles formalismos democráticos. Al final sólo quedará la osamenta, una estampa africana.
    Cuando los españoles valgamos un poquito menos que los chinos, habremos llegado al grado ideal de abaratamiento. Pero ya no seremos nosotros. Ya no pediremos justicia, sino piedad.
    ¿Pero es que una cosa así es posible en España, en Europa? Por cierto que sí. La misma Bestia que se nutre con nuestra sangre y la de nuestros hijos, que negocia con la de nuestros nietos y bisnietos, es la que nos ha hablado de “guerras humanitarias”, la misma que ha bombardeado ciudades enteras so pretexto de capturar a un solo hombre, la misma que está expoliando el planeta y hambreando a millones de seres humanos. La misma. Su respeto por el ser humano es nulo, y si pretende convencernos de que lo tiene en alta estima, miente. Por eso es inútil pedirle que retire el maldito alambre de cuchillas.
    Hace no mucho tiempo, las gentes bienpensantes de Europa no se sentían para nada identificadas con los fugitivos del drama africano, con los espaldas mojadas mexicanos, ni con las ratas de río en general, y hasta disfrutaban comprando cosas salidas de talleres esclavistas.  Pero ahora se disipa el espejismo. Resulta que el alambre de cuchillas está un poquito más allá, por este camino. Más pronto o más tarde nos daremos de bruces con él.
   A ver si nos enteramos de una vez de que la Bestia neoliberal no hace distinciones, de que es capaz de dejar morir a millones de personas con la misma frialdad burocrática de los nazis.  ¿Por qué tendríamos que ser nosotros una excepción? “El pez grande se debe zampar al más chico”. El principio también inspiraba a Hitler. La filosofía de fondo es la misma, como la aspiración al dominio total del planeta, como la demencia.  Por eso no me canso de repetir que o la Bestia neoliberal o nosotros.