domingo, 7 de abril de 2013

EL TESTIMONIO DE RAÚL DEL POZO


   Refiere el veterano periodista y escritor,  a quien no le conozco ningún pliegue sospechoso, haber visto una parte de los famosos papeles de Bárcenas, más que suficiente para considerar que lo conocido hasta la fecha no es más que la punta del iceberg que se nos viene encima.
     Resulta que había constructores y medios de prensa metiendo dinero en el PP por la puerta de atrás, y  que ese dinero, metido en sobres, se repartía entre ciertos dirigentes y entre “gente importante” de la prensa. Como estamos viviendo en fase de vacas flacas, ese modus operandi, propio de lo que se entiende por tráfico de favores, resulta especialmente escandaloso, con independencia de cómo se depuren los hechos ante la justicia. Y el PP no logrará salir de la fosa séptica en que ha ido a caer por el simple procedimiento de recordar los trapos sucios del PSOE.
    Los papeles que Raúl del Pozo dice haber visto tienen todas las trazas de esconder algo más que un problema de partido. Porque nos ayudan a visualizar la persistencia de usos caciquiles que vienen de muy lejos, un gusto por el compadreo y por abandono de los intereses públicos para dar satisfacción a los intereses oligárquicos.
    La afición a hacer negocios con el respaldo del poder no la inventó el PP, es una de las marcas de fábrica del capitalismo español y una de las causas de su poquedad. Una cosa es hablar alegre y desenfadadamente de privatizar esto o lo otro, de acabar con tales o cuales servicios públicos, y otra muy distinta renunciar a los favorcitos del poder, a los negocios fabulosos y facilones, cosa que a la clase habituada a esos favorcitos ni se le pasa por la cabeza. 
   Ahora sabemos por qué no se tomó ninguna medida inteligente ante la formidable burbuja inmobiliaria, por qué no hubo ningún debate sobre los caminos alternativos y por qué la crisis nos ha pillado en pelotas. Es imposible que un político tenga eso que se llama visión de Estado y sentido de futuro si anda pensando en sobrecitos. Y por descontado que con sobrecitos de por medio el periodismo propiamente dicho, como servicio a la verdad, desaparece… sustituido por eso que se llama propaganda política, algo letal para la conciencia de un país. Lo visto y lo sospechado sugieren que, en términos políticos y periodísticos, ha habido gente importante con un nivel de seriedad y competencia semejante al alcanzado por el señor Urdangarín en el mundo de los negocios. Demasiada gente, y esto es lo que me causa escalofríos. Porque ya no es un asunto de manzanas podridas.