sábado, 14 de enero de 2012

LA CRISIS Y LA EDUCACIÓN


     Según se mire, esta crisis que no cesa es una estafa, una farsa, un crimen… o un triunfo. Asistimos, en efecto, al triunfo de la revolución de los muy ricos, iniciada arteramente a principios de los años setenta, cuando una élite canallesca decidió acabar, propaganda mediante, con el consenso que siguió a la hecatombe de la Segunda Guerra Mundial.  No estamos ante un simple golpe de mano de “los mercados”. Presenciamos una operación compleja, de ingeniería social,  de largo alcance, desarrollada en varios frentes a la vez.  En el campo de la educación, por ejemplo, la jugada ha sido tan ambiciosa como destructiva. Habría que ser ciego para no ver, detrás de las rebajas y los recortes, que afectan a los profesores, a los alumnos y a los edificios, algo más que  un simple asunto de números.
    El  pavor que llegó a inspirar a la citada elite la generalización de los bienes asociados a la educación, algo que la humanidad debía al proyecto ilustrado, provocó un poderoso y metódico trabajo en sentido antiilustrado. Tan es así que los alumnos norteamericanos empiezan a revolverse contra el hecho de que se les sirva, como plato único, el neoliberalismo, lo que nos recuerda que por ese camino antiilustrado se llega a monstruosidades que dejan pequeño el caso Lishenko.
     El primer indicio de que no se iba a seguir trabajando por el bienestar de la humanidad se tuvo cuando el presidente Nixon vetó los fondos destinados al programa Head Start diseñado para elevar el nivel de los niños de los hogares pobres. El veto se vio acompañado y seguido de sesudas apelaciones a la genética, pues siempre ha sido cómodo descargar en la herencia las desigualdades sociales.
     Nadie puede llamarse a engaño a estas alturas.  Los promotores de la revolución de los muy ricos pretenden restablecer una sociedad jerárquica, para lo que es preciso dar todas las ventajas a la elite.  De ahí que se dejase morir la educación pública, de ahí que se la denigrase, de ahí que se apoyase a la enseñanza privada.
     La enseñanza superior fue apuñalada y las cátedras asaltadas por profesores afines a la causa del capitalismo salvaje.  Nunca más volverían a ser las universidades públicas una molestia para el poder establecido. Se quedaron en los huesos, obligadas a obedecer a directivos no universitarios, nada comprometidos con el saber y muy devotos de los intereses empresariales.  El Plan Bolonia procede de la misma matriz.
     Las tasas universitarias iniciaron una escalada brutal. La cuantía de las becas se redujo drásticamente. La posibilidad de que el hijo de un obrero de Detroit llegue a médico se redujo a cero en unos pocos años. Alguien tuvo la  siniestra idea, a tono con los nuevos tiempos, de que los estudiantes carentes de apoyo familiar recibieran créditos bancarios, a devolver en el futuro… De forma que nadie pensase en estudiar nada que no sea rentable, de forma de tener bien atado al sujeto.
    ¿Y qué  ha pasado? Pues que los licenciados norteamericanos han generado, involuntariamente, otra burbuja, cayendo de lleno en los horrores de la morosidad. Ser perseguido por impago no es un destino agradable para ningún ser humano. Y he aquí que la deuda de los estudiantes norteamericanos asciende en estos momentos a 780.000 millones de euros.  A los usureros se les ha ido la mano y los perseguidos serán muchos, con graves daños humanos e intelectuales.
     Lo que no me entra en la cabeza: ¿cómo es posible que aquí el modelo americano tenga tantos admiradores incondicionales, empezando por el señor Rosell?  ¡A estas alturas!
   Como si alguien pudiera ignorar que sólo un 24 por ciento de los norteamericanos sabe hacer uso de un ordenador, como si en aquel país no hubiera millones de analfabetos funcionales, categoría en la que ya se encuentra el 50 por ciento de la población.  Mi conclusión: esa admiración no tiene nada que ver con la verdad ni con los genuinos intereses del país y de sus gentes, por lo que es, en sí misma, repugnante.  Conduce al analfabetismo funcional, a la ruina de la autonomía universitaria. Lo que se desea precisamente.  Así nos quieren devolver una sociedad clasista, medieval,  en la que el conocimiento esté desigualmente repartido, y  cuya implementación es, encima, un gran negocio.  La barbarie antiilustrada de nuestro tiempo carece de límites.

No hay comentarios:

Publicar un comentario