martes, 31 de enero de 2012

INDITEX (ZARA) AVENTAJA A H&M


    Un conocido mío, casi un amigo, hombre de acreditada sensibilidad musical, va y me comenta, con extraña complacencia, como si se tratase de un evento deportivo, que la española Zara, en cuanto a beneficios se refiere, ha aventajado a la sueca H&M. Me expone el caso con evidente orgullo, como prueba de la capacidad y del potencial de los empresarios españoles. 
     Le pongo mala cara y no comprende. Le digo que tengo por norma no comprar en H&M. Adivina por dónde voy, y me explica que esta empresa tiene el mérito de haber dado trabajo a no se sabe cuánta gente del Tercer Mundo. No hay entendimiento posible. Esto de la industria de la ropa me produce escalofríos.
     Hay niños y mayores que trabajan trece horas diarias, incluso los domingos y por la noche. Cuando el patrón lo necesita -¡el famoso trabajo just in time!-  duermen en las fábricas, tirados por allí. Le preguntan a una mujer qué les pediría a los dueños de H&M para su hijo: les pediría que pueda ir a la escuela, a la universidad, y se echa a llorar. (Documentos TV, 4 de febrero de 1999...) Ganar ciertas competiciones es deshonroso, simplemente, y a estas horas nadie debería llamarse a engaño.  

lunes, 23 de enero de 2012

MANUEL FRAGA IRIBARNE

   “Hasta siempre, Penella”, recuerdo que me dijo  al despedirnos, y la frase regresa a mí, ahora que ha muerto, con sus resonancias de entonces, ya en el plano de lo irremediable.
      Llevo muchos años de estudio en el laberinto de nuestro siglo XX y escribir  la biografía de Fraga ha sido para mí una experiencia enriquecedora, se diría que necesaria (Véase Manuel Fraga Iribarne y su tiempo, Planeta 2009). La idea surgió de mí, y no de él como se cree; no tuvo nada de encargo, ni las servidumbres que se asocian a los encargos.
     Debo decir que Fraga  me abrió la puerta de su despacho del Senado a sabiendas de que no pertenezco al PP y de que, en puntos capitales, mi perspectiva no podría de ninguna manera coincidir por la suya, por venir yo marcado por las enseñanzas de Dionisio Ridruejo. Creo que confió en mí porque había leído mis escritos anteriores, seriamente trabajados. Quizá aceptó el reto por estar un poco cansado de los elogios de sus amigos escritores y de la estrechez de miras de sus detractores profesionales.
    Me dijo que respetaría mis opiniones y que se limitaría a corregir los datos erróneos. Se lo leyó todo, línea a línea, bolígrafo en mano, pero sin entrometerse, sin censurar tales o cuales interpretaciones, atento a los errores y hasta a las erratas.
    Fue paciente y tolerante, nada quisquilloso. Y sólo así se explica que yo pudiese ser su biógrafo, como lo he sido de Ridruejo, de Nietzsche o de Franz Kafka. El libro es el resultado de una aproximación aparentemente imposible entre dos personas muy distintas, de generaciones muy distanciadas en el tiempo, de distinta sensibilidad, y creo que en ello radica su encanto. 
     Se sobreentiende que intenté ponerme en su piel, como buen biógrafo. Nuestro común interés por la filosofía favoreció la comunicación, pues nos sirvió de terreno de encuentro y  de recreo incluso. Quedó claro para mí que el personaje y su evolución no se pueden separar con provecho de su basamento aristotélico-tomista.
     Puedo asegurar que seguir a Fraga a lo largo de su dilatada carrera permite contemplar la historia de nuestro siglo XX desde una perspectiva imprescindible, sea uno de izquierdas o de derechas; imprescindible, digo bien,  si de lo que se trata es de comprender y de aprender de ella.
      Creo que Fraga fue un modernizador, siempre a partir de lo dado. Le debemos la entrada de España en la UNESCO, la introducción de la sociología, un saber indispensable para captar la evolución del los tiempos, la Ley de Prensa, comienzo del deshielo político, el impulso que dio a la televisión, que se ocupó de hacer llegar a los pueblos, la apertura turística, fuente del fenómeno de difusión cultural que nos puso al día, y le debemos también algo que parecía imposible, a saber, la transformación de una derecha antidemocrática en una derecha capaz de participar en el juego político de una sociedad abierta.
     Cuanto más reflexiono sobre ello, más claro me parece que Fraga fue, en términos históricos, un golpe de suerte para todos nosotros, seamos de derechas o de izquierdas.
    No quiero ni pensar qué habría sido de la Transición si por el lado derecho sólo hubiéramos podido contar con las otras figuras disponibles en ese campo y momento, con Silva Muñoz, con Fernández de la Mora, con López Rodó o con Martínez Esteruelas…  Fraga fue el único de los personajes del régimen franquista que demostró ser algo más que un “gran funcionario”, el único capaz de volar por sus propios medios, el único capaz de mantener el timón con sentido de futuro. Si sólo hubiésemos contado con aquellos, qué torcida podría haber salido la Transición. Si uno piensa en  lo mal que le sentó a la República el errático comportamiento de Gil Robles, tiene que reconocer que, con Fraga, tuvimos muchísima suerte. 
     Fraga fue capaz de construir un partido de ancha base desde abajo, tarea dificilísima, en la que fracasaron estrepitosamente Suárez, Garrigues, Roca  con muchos medios y desde arriba. ¿Y cómo lo consiguió, ya que no fue a fuerza de dinero? Con claridad de ideas y  gracias a  su carisma personal. ¿Se imagina a alguien al conde de Motrico yendo de plaza en plaza, dejándose tocar, abrazar y besar por las gentes, echando tragos de los botijos y las botas que le salían al paso? Yo no. Y convencido estoy  de que ni Aznar ni Rajoy hubieran sido capaces de crear el PP.
     Naturalmente, una y otra vez se recuerdan los  “puntos negros” de Fraga, los casos de Grimau y de Ruano, los horrores de Vitoria y de Montejurra, en primer lugar, y en general su negativa desmarcarse de su pasado franquista, sus ramalazos autoritarios, su  condescendencia con Pinochet, su aversión al preservativo y tales o cuales frases destempladas, como la que recomendaba “colgar” sin más a determinados criminales, según la fórmula antaño aplicada a los piratas…
     Por mi parte, en una segunda lectura,  sospecho que tales “puntos negros”, que limitaron su proyección electoral, que le impusieron un techo que no pudo superar, tuvieron, por extraño que parezca, un efecto positivo en el plano histórico: potenciaron su carisma ante las personas necesitadas de una  puesta al día, de pronto huérfanas y necesitadas de un “hombre fuerte”.  
     Resulta que para muchos españoles de derechas esos antecedentes y esos rasgos, tan desagradables para otros –también para mí–, caracterizaban  a un líder de confianza. Y si este líder, con ese pasado, aceptaba la Constitución y el juego democrático, esto quería decir que una y otro eran aceptables. Y así fue que pudo Fraga cumplir su misión histórica.
     A lo que hay que añadir una particularidad notable: su capacidad para atraerse a personas de distintas sensibilidades. Fraga, como he tenido oportunidad de comprobar reiteradamente y de lo que me beneficié yo mismo como biógrafo, no carecía de una considerable mano izquierda, sin la cual jamás habría podido ganar para su partido un basamento tan ancho, ni  tampoco centrarlo. Con su pasado y con sus rasgos autoritarios simplemente, se habría quedado como líder de la derecha dura, y el partido ya habría sucumbido a los avatares de la historicidad. 
     Creo que era plenamente consciente de que la transformación de la derecha antidemocrática en una derecha normal fue su gran realización, ante la cual su derrota como aspirante a la presidencia del gobierno carecía de importancia. Será recordado, creo, junto a Cánovas del Castillo, proximidad de su gusto, bien entendido que él, a diferencia del mago de la Restauración, carecía del registro elitista, como carecía de eso que se llama miedo al pueblo llano, del que se sentía servidor. Descanse en paz.

sábado, 14 de enero de 2012

LA CRISIS Y LA EDUCACIÓN


     Según se mire, esta crisis que no cesa es una estafa, una farsa, un crimen… o un triunfo. Asistimos, en efecto, al triunfo de la revolución de los muy ricos, iniciada arteramente a principios de los años setenta, cuando una élite canallesca decidió acabar, propaganda mediante, con el consenso que siguió a la hecatombe de la Segunda Guerra Mundial.  No estamos ante un simple golpe de mano de “los mercados”. Presenciamos una operación compleja, de ingeniería social,  de largo alcance, desarrollada en varios frentes a la vez.  En el campo de la educación, por ejemplo, la jugada ha sido tan ambiciosa como destructiva. Habría que ser ciego para no ver, detrás de las rebajas y los recortes, que afectan a los profesores, a los alumnos y a los edificios, algo más que  un simple asunto de números.
    El  pavor que llegó a inspirar a la citada elite la generalización de los bienes asociados a la educación, algo que la humanidad debía al proyecto ilustrado, provocó un poderoso y metódico trabajo en sentido antiilustrado. Tan es así que los alumnos norteamericanos empiezan a revolverse contra el hecho de que se les sirva, como plato único, el neoliberalismo, lo que nos recuerda que por ese camino antiilustrado se llega a monstruosidades que dejan pequeño el caso Lishenko.
     El primer indicio de que no se iba a seguir trabajando por el bienestar de la humanidad se tuvo cuando el presidente Nixon vetó los fondos destinados al programa Head Start diseñado para elevar el nivel de los niños de los hogares pobres. El veto se vio acompañado y seguido de sesudas apelaciones a la genética, pues siempre ha sido cómodo descargar en la herencia las desigualdades sociales.
     Nadie puede llamarse a engaño a estas alturas.  Los promotores de la revolución de los muy ricos pretenden restablecer una sociedad jerárquica, para lo que es preciso dar todas las ventajas a la elite.  De ahí que se dejase morir la educación pública, de ahí que se la denigrase, de ahí que se apoyase a la enseñanza privada.
     La enseñanza superior fue apuñalada y las cátedras asaltadas por profesores afines a la causa del capitalismo salvaje.  Nunca más volverían a ser las universidades públicas una molestia para el poder establecido. Se quedaron en los huesos, obligadas a obedecer a directivos no universitarios, nada comprometidos con el saber y muy devotos de los intereses empresariales.  El Plan Bolonia procede de la misma matriz.
     Las tasas universitarias iniciaron una escalada brutal. La cuantía de las becas se redujo drásticamente. La posibilidad de que el hijo de un obrero de Detroit llegue a médico se redujo a cero en unos pocos años. Alguien tuvo la  siniestra idea, a tono con los nuevos tiempos, de que los estudiantes carentes de apoyo familiar recibieran créditos bancarios, a devolver en el futuro… De forma que nadie pensase en estudiar nada que no sea rentable, de forma de tener bien atado al sujeto.
    ¿Y qué  ha pasado? Pues que los licenciados norteamericanos han generado, involuntariamente, otra burbuja, cayendo de lleno en los horrores de la morosidad. Ser perseguido por impago no es un destino agradable para ningún ser humano. Y he aquí que la deuda de los estudiantes norteamericanos asciende en estos momentos a 780.000 millones de euros.  A los usureros se les ha ido la mano y los perseguidos serán muchos, con graves daños humanos e intelectuales.
     Lo que no me entra en la cabeza: ¿cómo es posible que aquí el modelo americano tenga tantos admiradores incondicionales, empezando por el señor Rosell?  ¡A estas alturas!
   Como si alguien pudiera ignorar que sólo un 24 por ciento de los norteamericanos sabe hacer uso de un ordenador, como si en aquel país no hubiera millones de analfabetos funcionales, categoría en la que ya se encuentra el 50 por ciento de la población.  Mi conclusión: esa admiración no tiene nada que ver con la verdad ni con los genuinos intereses del país y de sus gentes, por lo que es, en sí misma, repugnante.  Conduce al analfabetismo funcional, a la ruina de la autonomía universitaria. Lo que se desea precisamente.  Así nos quieren devolver una sociedad clasista, medieval,  en la que el conocimiento esté desigualmente repartido, y  cuya implementación es, encima, un gran negocio.  La barbarie antiilustrada de nuestro tiempo carece de límites.

jueves, 12 de enero de 2012

CHANTAJISTAS, SOCIEDAD ANÓNIMA

    Asistimos a la evaporación de la legitimidad política, lo que tendrá consecuencias horribles a corto y a largo plazo.  Gobernar con total desvergüenza de espaldas al bien común es algo que no se puede hacer impunemente, y menos aún en democracia.
     La guerra al déficit, ya asentada fraudulentamente sobre bases constitucionales, comporta, como estamos viendo, una escalada de recortes, un chantaje creciente y una retórica mendaz, gobierne quien gobierne.
    Los asesores de imagen y los magos de la mercadotecnia política han recomendado la inclusión de algunas frases encaminadas a hacernos creer que también se va a trabajar a favor del crecimiento.  “Los sacrificios no serán en balde”…  Es lo mínimo que se le debe decir a la víctima de este  suplicio. Pero, ay,  ya no basta la caradura de un publicista para salir del paso. Según los  sesudos cálculos de Kenneth Rogoff y Carmen Reinhart, unos técnicos del FMI, la cosa “mejorará” dentro de diez o de quince años… es decir –añado yo– cuando valgamos tan poco como un esclavo chino, cuando nuestras cosas y nuestras viviendas estén a la altura de cualquier depredador local o  extranjero.
    A estas alturas ya sabemos todos de qué va la cosa. ¿Están ya satisfechos los mercados con los sacrificios que tienen a Grecia al borde del estallido social? Por supuesto que no.  La norma es felicitar al infeliz gobernante de turno por las medidas de austeridad que acaba de tomar, para luego, pasados unos días, pedirle otras aún más brutales. Se aplica al caso la lógica de los chantajes, que va de menos a más, hasta la total consunción de la víctima.
     Todos sabemos que los mismos individuos que erigieron la pirámide de Ponzi que se tambaleó en el 2008 están al frente de las operaciones, decididos a mantenerla a toda costa.
    Todos sabemos cómo se trampea con el dinero público a favor de los bancos y como éstos hacen negocios maravillosos a cuenta de los Estados lanzados a una espiral crediticia irremediable. Y todos sabemos que los recortes en cuanto tales sólo pueden terminar de hundirnos en una recesión. Lo sabemos todos, también –por mucho que finjan– los colaboracionistas que trabajan al servicio de la mayor estafa económica y política de todos los tiempos.