martes, 23 de noviembre de 2010

EL PODER ATONTA

   El poder no sólo corrompe; también atonta, como nos hizo notar Nietzsche. A lo largo de los siglos, incontables sabios se han devanado los sesos para ponerle límites al poder,  no sólo por un acendrado humanitarismo sino también, y sobre todo, para impedir que sus usufructuarios acaben peor que sus víctimas.  
    Maquiavelo, que de buenista no tenía un pelo, dedicó bastantes páginas a hacerle ver al príncipe que no se va  ninguna parte sin una conciencia clara de los límites del poder. Por tremendo que éste sea, siempre hay que acordarse de cuidarlo, de conservarlo, lo que no suele entrar en el repertorio natural de los déspotas.
   Viene esto a cuento de que no acierto a entender cómo ha sido posible que los Estados Unidos hayan dilapidado su poder blando y su dinero de forma tan vesánica.  Es fácil suponer que se sigue algún tipo de plan de largo  alcance, muy bien pensado…  Pero no. A juzgar por la experiencia,  es prácticamente seguro que  no hay  nada “bien pensado”. 
    Si esta impresión es acertada, el mundo y el presidente Obama tienen que vérselas con una potencia perfectamente irracional, de la que caben esperar tremendas convulsiones. Téngase en cuenta que lo que más irrita a sujetos que no están en sus cabales es que alguien o algo les lleve la contraria.  Lo más cómodo parece seguirles la corriente, pero no se puede, a menos que uno quiera acabar con las facultades mentales y morales a cero. La locura es contagiosa, y la locura del poder no digamos.

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